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Quizá no hay ni un solo hombre que merezca tener un hijo.

¿Eran los males del infierno más pequeños cuando todavía creíamos en él? El modo de ser infernal de cada uno de nosotros ¿era más soportable cuando sabía adónde iría a parar? Ahora, orgullosos de haber suprimido el infierno, lo estamos extendiendo por todas partes.

Los últimos hombres no llorarán.

El enemigo de mi enemigo no es mi amigo.

También yo soy de los «mansos» que intentan explicar el crimen y que con ello lo disculpan a medias. Odio el castigo que los hombres seguros disponen. Detesto la coacción. Pero conozco también perfectamente los abismos de maldad del ser humano. los conozco por mí mismo.

¿Es, pues, mansedumbre para mí lo que yo consigo con estas explicaciones?

No, pidiéndome cuentas a mí mismo soy duro.

Me he salvado del crimen y con ello de todo castigo público. ¿Cómo puedo querer para otros hombres castigos que no serán nunca para mí? ¿Tendría uno que cometer crímenes para aceptar castigos? No, esto sería petulancia e hipocresía.

¿Qué procedimiento habría para reconocer la justicia que hay en los castigos sin simplificar la realidad?

Un país en el que los jueces se castigan a sí mismos junto con los reos. No hay justicia que no tengan que sentir en su propia carne. No hay castigo que no les afecte a ellos. No hay absolución que no redunde en beneficio suyo, sólo que no tienen que pagar.

Con las autoacusaciones no se adelanta nada. Cuanto más a fondo van, tanto más acaban en una confiada autosatisfacción. «¡Hay que ver cómo soy! ¡Hasta esto puedo ¡decírmelo impunemente!»

Ciertas palabras, nota uno, son demasiado terribles para todo el mundo menos para uno mismo.

Todos los pesimismos de la historia de la Humanidad juntos no tienen ningún peso en comparación con la realidad. Ninguna de las viejas religiones puede ser suficiente. Todas ellas provienen de períodos idílicos.

Encontrar el camino a través del laberinto del propio tiempo, sin sucumbir al propio tiempo pero también sin escapar de él.

Tendría más confianza en sí mismo si todavía no hubiera oído decir nada de sí mismo.

¿Si resultara que nosotros, los eternos penitentes del futuro, hubiéramos vivido en el mejor de todos los tiempos?

¿Si nos envidiaran por los millones de bengalíes que se mueren de hambre?

¿Si se rieran de nuestra insatisfacción y de nuestra miserable conciencia viéndoles como actitudes biedermeier?

¿Si investigaran una y otra vez, y de miles de maneras, cómo hemos conseguido tener tanta libertad, tanto aire, tantos pensamientos?

¿Si explicaran nuestra ignorancia con el súmun de la humanidad y vieran en nuestra aversión a la muerte una inocente afición al crimen?

Los ciegos, esta gente que saben siempre más.

Este ingenio en todos los ámbitos de la vida y que cada vez los va separando más unos de otros; y esta falta de ingenio para tender puentes que salven los abismos que separan un ámbito de otro.

¡Tantos hombres en la cabeza, y lo que estos hombres han dicho!; y, no obstante, esto tiene que encontrarlo y decirlo uno mismo.

En la vanidad de su dialéctica se reserva toda decisión hasta que ya no es capaz de decidir nada y a esto lo llama pensar.

Maneja su sierra, alternativamente por dos lados. Lo que él corta deja de existir.

Su serrín es a veces muy agudo.

Muchos pensamientos-gusano: si los cortas en dos, siguen creciendo.

Esta vida total, inmensa, que se multiplica de un modo infinito. ¿Para nosotros? Esto sólo puede creerlo Dios.

Todos los días se le ocurrían mil estructuras; de tantas estructuras ya no podía dormir; hablaba, comía, tragaba, se vaciaba de estructuras. Cuando me encontraba con él, me recitaba nuevas estructuras; cuando me marchaba, se despedía con estructuras.

A partir de determinada edad de los interlocutores, todo diálogo articulado tiene lugar de un modo caótico y diabólico, como si para ambos lo importante fuera cubrirse y zafarse con una cabellera de palabras arrancada de otro.

Con todo, no hay nada más presuntuoso que una cabellera de palabras. A las palabras sólo se las oye si se las reenvía a aquel de quien han salido. En su viaje de regreso deben suscitar sueños sobresaltados que se confían agradecidos al hombre honrado que las ha encontrado.

Un sueño que aparece y desaparece es lo más grande que los hombres pueden conseguir unos de otros.

El tiempo en el que le interesa algo es su tiempo. Estar libre del horario de otros.

Pero estar libre del propio horario: intercambiar las consecuencias, preferirlas, dejarlas para más tarde, recordarlas, olvidarlas.

No sobreestimar lo inhabitual. Poner espinos en lo habitual.

Gracias a que es una persona olvidadiza, al fin ha sido algo de él.

Para ser. libre hoy, sirve a todos los señores del pasado y del futuro.

Los cosmonautas rusos estaban muertos cuando llegaron a la Tierra. Aterrizaron felizmente y en el aterrizaje, sin ninguna herida exterior, murieron. Si les falló el corazón es que los tres corazones iban a la par. Un final más patético que si hubieran desaparecido en el espacio. Así es como les encontraron, un aviso. Lo mejor sería que jamás se llegara a saber la razón de su muerte. Pero habría que meditar muy seriamente sobre la tristeza del pueblo ruso por sus tres muertos. Si misiones de este tipo pudieran cumplir la función de las guerras, a modo de participación colectiva en una empresa que comporta un riesgo para la vida, entonces, a pesar de todo, los viajes espaciales tendrían un sentido.

Es necesario que los hombres intenten meditar sobre todo lo que hay aparte de la técnica. ¿De qué otra manera, si no, puede uno encontrar fuerzas que hagan posible la libertad frente a la prepotencia de la técnica?

El sería feliz si, de pronto, por razones inexplicables, nos encontráramos bajo otro firmamento.

El tendía a las religiones en las que los dioses se escapan unos de otros, y de los hombres, por metamorfosis.

Estoy alimentado de mitos. De vez en cuando intento escapar a ellos. Lo que no quiero es violarlos.

«El gusano de seda, salido de un gusano del paciente Job.»

Con los dioses de la Antigüedad se ha perdido tanto que cabría temer que con el nuestro, que es más sencillo, se perdiera también algo.

Pero no logro encontrar el camino que lleva a aquel que ha traído la muerte al mundo. Un Dios de la vida no lo veo por ninguna parte; sólo veo ciegos que embellecen sus fechorías con Dios.

¿Son esperanzas de niño las que tengo aún cuando descubro una grieta en la cáscara de un ser humano y siento de repente: aún no está todo perdido, con una pequeña ayuda es posible volver a poner en movimiento un corazón que se para?

Es cierto que cada día sé mejor que poseo un terrible conocimiento del hombre; pero no es el conocimiento que todo el mundo que haya vivido un poco pueda tener lo que a mí me interesa. Lo que me interesa es lo que contradice a este conocimiento, lo que lo suprime. De un usurero me gustaría hacer un filántropo, de un contable, un poeta. Me interesa el salto, la metamorfosis sorprendente.

Nunca he perdido del todo la esperanza; a menudo busco la manera de castigarme por ella y me burlo cruelmente. Pero sigue viviendo incólume en mí.