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– ¿Estás segura de que no hace todo esto para seducirte?

– ¿Daldry? Por el amor de Dios, ¡no! Hasta le he hecho esa pregunta, así, abiertamente.

– ¿Has tenido la cara de hacerlo?

– No lo he pensado, ha surgido en la conversación y me ha hecho notar que acompañar a una mujer hasta los brazos del hombre de su vida no sería muy agudo para alguien que quisiera hacerle la corte.

– Lo admito -dijo Carol-. Entonces, ¿de verdad le interesa invertir en tus perfumes? Menuda confianza en tu talento.

– ¡Por lo visto tiene más que tú! Yo no sé lo que le motiva más, si gastarse una herencia que no quiere, hacer un viaje, o tal vez simplemente aprovechar mi lucernario para pintar. Parece que sueña con ello desde hace años y le he prometido que le dejaría mi piso durante mi ausencia. Volverá mucho antes que yo.

– ¿Piensas irte tanto tiempo? -le dijo Carol disgustada.

– No lo sé.

– Escucha, Alice, no quiero ser una aguafiestas, sobre todo porque he sido la primera en animarte a ello, pero, ahora que esto se concreta, me parece un poco inconsciente irse tan lejos porque una vidente te ha vaticinado que encontrarás al amor de tu vida.

– Pero no me voy por eso, larguirucha. No estoy tan desesperada. Sólo que no paro de dar vueltas en mi taller, hace meses que no consigo crear un perfume; me asfixio en esta ciudad, en esta vida. Voy a saborear el aire de alta mar, embriagarme de nuevos olores y de paisajes desconocidos.

– ¿Me escribirás?

– Por supuesto, ¡que te crees tú que voy a desaprovechar una ocasión así para ponerte celosa!

– ¡Pero si eres tú la que me dejas a los tres chicos para mí sola! -replicó Carol.

– ¿Quién te dice que con mi ausencia no me tendrán todavía más en sus mentes? ¿Nunca has oído decir que la separación intensifica el deseo?

– No, nunca he oído decir una cosa tan estúpida, y tampoco he tenido nunca la impresión de que tú fueses su principal centro de interés. ¿Cuándo piensas decirles que te vas?

Alice le comentó que quería organizar una cena en su casa al día siguiente. Pero Carol le respondió que no había necesidad de montar tanta película; después de todo, ¡no era la novia de ninguno de los chicos! En realidad no tenía que pedirle permiso a nadie.

– ¿Permiso para qué?

– Para ir a visitar unos archivos secretos -respondió Carol de inmediato sin saber de dónde le venía semejante idea.

– ¿Archivos? -interrogó Anton.

Sam y Eddy se sentaron a su vez. La pandilla estaba al completo. Alice detuvo su mirada en Anton y anunció su decisión de ir a Turquía.

Se hizo un largo silencio.

Eddy, Sam y Anton, boquiabiertos, miraban fijamente a Alice, incapaces de decir palabra; Carol dio un puñetazo sobre la mesa.

– No os ha dicho que se vaya a morir, sino que se va de viaje; ¿podéis respirar de una vez?

– ¿Estabas al corriente? -le preguntó Anton a Carol.

– Desde hace un cuarto de hora -respondió irritada-. Lo siento, no he tenido tiempo de enviaros un telegrama.

– ¿Te ausentas por mucho tiempo? -preguntó Anton.

– No sabe nada -respondió Carol.

– Irte tan lejos tú sola -preguntó Sam-, ¿es realmente prudente?

– Viaja con su vecino, el gruñón que irrumpió en su casa la otra noche -aclaró Carol.

– ¿Te vas con ese tipo? ¿Hay algo entre vosotros? -preguntó Anton.

– Que no -respondió Carol-, que son socios, que es un viaje de negocios. Alice va a buscar en Estambul algo que le ayude a crear nuevos perfumes. Si queréis contribuir a los gastos del viaje, a lo mejor todavía hay tiempo de convertirse en accionista de su futura gran compañía. Si tienen ganas, señores, ¡no lo duden! Vayan ustedes a saber si dentro de unos años no ocupan una silla en el consejo de administración de Pendelbury y Asociados.

– Tengo una pregunta -le interrumpió Eddy, que hasta ese momento no había dicho nada-. A pesar de que Alice vaya a convertirse en presidenta de una multinacional, ¿puede hablar por sí sola todavía o desde ahora hay que pasar por ti para dirigirse a ella?

Alice sonrió y acarició la mejilla de Anton.

– Es un auténtico viaje de negocios, y como sois mis amigos, en lugar de dejaros encontrar mil buenos motivos para impedir que me vaya, os invito a mi casa el viernes, para celebrar mi partida.

– ¿Te vas tan pronto? -preguntó Anton.

– La fecha no está fijada todavía -respondió Carol-, pero…

– En cuanto tengamos nuestros pasaportes -intervino Alice-. Prefiero evitar las despedidas, más vale decirse adiós un poco demasiado pronto. Y además, así, si os echo de menos a partir del sábado, todavía podré pasar a veros.

La noche acabó tras esas palabras. Los chicos no estaban para fiestas. Se dieron un beso en la acera delante del bar. Anton se llevó a Alice aparte.

– Te escribiré, te prometo que te enviaré una carta cada semana -dijo antes incluso de que hablase.

– ¿Qué vas a buscar allá que no encuentras entre nosotros?

– Te lo diré cuando vuelva.

– Si vuelves.

– Mi querido Anton, no es sólo por mi carrera por lo que emprendo este viaje; lo necesito, ¿lo entiendes?

– No, pero me imagino que desde ahora tendré todo el tiempo del mundo para pensar en ello. Buen viaje, Alice, cuídate y escríbeme sólo si tienes ganas de verdad.

Anton le volvió la espalda a su amiga y se volvió a ir con la cabeza baja y las manos en los bolsillos.

Aquella noche, los muchachos no tenían ganas de acompañar a las chicas. Alice y Carol subieron la calle juntas, sin decir una palabra.

Ya en su casa, Alice no encendió la luz. Se quitó la ropa, se deslizó desnuda bajo las sábanas y miró la luna creciente que brillaba por encima del lucernario; un cuarto creciente, se dijo, casi igual al que había en la bandera de Turquía.

*

El viernes, a final de la tarde, Daldry llamó a la puerta de Alice. Entró en el piso, agitando orgulloso los dos pasaportes.

– Aquí están -dijo-, todo está en regla, ¡podemos viajar al extranjero!

– ¿Ya? -preguntó Alice.

– ¡Y con los visados! ¿No le había dicho que tenía algunos conocidos bien situados? He pasado a buscarlos esta mañana, y me he ido de inmediato a la agencia para poner a punto los últimos detalles del viaje. Nos iremos el lunes, esté lista a partir de las ocho.

Daldry dejó el pasaporte de Alice encima de su mesa de trabajo y se fue inmediatamente.

Ella pasó las páginas del documento, soñadora, y lo dejó sobre la maleta.

*

En el transcurso de la noche, todos pusieron buena cara, a pesar de que no tenían ganas de hacerlo. Anton los había dejado plantados; desde que Alice había anunciado su partida, la pandilla de amigos ya no era la misma. No era medianoche cuando Eddy, Carol y Sam decidieron volver a casa.

Se dijeron muchas veces adiós con largos abrazos. Alice prometió escribir con frecuencia, llevar multitud de recuerdos del bazar de Estambul. En el umbral de su puerta, Carol, llorando, le juró encargarse de los chicos como de su propia familia y de hacer entrar en razón a Anton.

Alice se quedó en el rellano hasta que el hueco de la escalera volvió a estar en silencio antes de volver a su casa, con el corazón en un puño y un nudo en la garganta.

6

El lunes por la mañana a las ocho, Alice, maleta en mano, le echó una última ojeada a su piso antes de volver a cerrar la puerta. Bajó la escalera nerviosa; Daldry la esperaba ya en un taxi.

El conductor del black cab cogió su equipaje y lo puso en la parte delantera. Alice se encaramó al asiento trasero, al lado de Daldry, que la saludó antes de indicarle al taxista la dirección de Harmondsworth.

– ¿No vamos a la estación? -preguntó Alice, inquieta.