Выбрать главу

Querida Alice:

(Aunque Anusheh sea un nombre muy bonito.)

Creo que ese viejo maestro la ha confundido con otra niñita que debía de frecuentar ese colegio. No debería dejarse atormentar más por historias surgidas de la memoria de un hombre que ya no está en sus cabales.

La buena noticia es que ha encontrado el centro en el que estaba escolarizada durante los dos años de su infancia pasados en Estambul. A partir de ahora tiene la prueba de que sus padres, incluso en tiempos difíciles, no habían descuidado sus estudios. ¿Qué más necesita buscar?

Al haber reflexionado sobre sus preguntas sin respuesta, les he encontrado una lógica implacable. Durante la guerra y en su situación (¿debo recordarle la singular ayuda que les prestaron a los habitantes de Beyoglu, lo que no carecía de peligro?), es probable que sus padres hubiesen preferido que pasase sus días en otro barrio. Y, dado que trabajaban ambos en la facultad, también es probable que hubieran recurrido a una niñera. He aquí la razón por la que el señor Zemirli no tuviese ningún recuerdo de usted. Cuando iba a buscar sus medicamentos, usted estaba en clase o confiada a esa señora Yilmaz. El misterio está resuelto, y puede volver con serenidad a sus obras que, espero, avancen a pasos agigantados.

Por mi parte, el cuadro progresa, no tan rápido como desearía, pero creo que me las apaño bastante bien. En fin, es lo que me digo cada tarde al dejar su piso y pienso todo lo contrario al volver al día siguiente. Qué quiere, es la dura vida de un pintor, ilusiones y desilusiones, uno cree dominar su tema, pero son esos malditos pinceles los que te dominan y hacen lo que les da la gana. Aunque no sean los únicos en este caso…

Por cierto, ya que su correspondencia me da a entender que añora cada vez menos Londres, como a menudo me sucede que vuelvo a pensar en ese excelente raki que bebía en Estambul en su compañía, me pongo a soñar algunas noches con la idea de una cena en el restaurante de mamá Can; me gustaría poder hacerle algún día una visita, aunque sé que es imposible, trabajo mucho últimamente.

Su afectísimo,

DALDRY

P. D.: ¿Ha vuelto a ir de picnic a la isla de los Príncipes? ¿Merece la isla su nombre? ¿La ha cruzado?

Querido Daldry:

Me reprochará el retraso de esta carta, pero no me odie, he trabajado sin pausa estas tres últimas semanas.

He hecho grandes progresos, y no solamente en el idioma turco. El artesano de Cihangir y yo nos acercamos a algo tangible. Ayer, por primera vez, obtuvimos un acorde maravilloso. La primavera tiene mucho que ver. Si supiera, Daldry, cómo ha cambiado Estambul desde la llegada del buen tiempo. Can me ha llevado este último fin de semana a visitar el campo de alrededor y he encontrado allí aromas increíbles. Las afueras de la ciudad están ahora cubiertas de rosas, las variedades se cuentan por centenares. Los melocotoneros y los albaricoqueros están en plena floración, los ciclamores de las orillas del Bósforo han adquirido un color púrpura.

Can me dice que pronto será el turno de las retamas rebosantes de oro, de los geranios, de las buganvillas, de las hortensias y de tantas otras flores. He descubierto el paraíso terrestre de los perfumistas, y soy la más afortunada de ellos por estar aquí instalada. Me preguntaba por la isla de los Príncipes: resplandece bajo su vegetación abundante. Y la colina de Üsküdar, donde vivo, no se queda atrás. Al final de mi turno vamos muy a menudo con Can a tomar algo a los cafecitos asentados en el corazón de los jardines ocultos de Estambul.

Dentro de un mes, cuando el calor sea más intenso, iremos a la playa a bañarnos. ¿Ve? Estoy tan feliz de estar aquí que me vuelvo hasta impaciente. La primavera no está sino a mitad de carrera, y ya espero inquieta la llegada del verano.

Querido Daldry, nunca sabré cómo agradecerle que me haya permitido conocer esta existencia que me embriaga. Me gustan las horas pasadas junto al artesano de Cihangir, mi trabajo en el restaurante de mamá Can, que se ha convertido casi en alguien de mi familia para mí -tan cariñosa se muestra-, y la suavidad de las noches de Estambul cuando vuelvo a casa es una maravilla.

Me gustaría tanto que me hiciera una visita, aunque fuera una semanita, para compartir con usted todas estas bellezas que he descubierto.

Es tarde, la ciudad por fin duerme, voy a hacer lo mismo.

Le mando un beso, y le escribiré en cuanto me sea posible.

Su amiga,

ALICE

P. D.: Dígale a Carol que la echo de menos, me haría feliz recibir noticias suyas.

13

Alice se detuvo camino del restaurante para enviar su carta a Daldry. Al entrar en la sala oyó un vivo altercado entre mamá Can y su sobrino. Pero, en cuanto se acercó a la trascocina, mamá Can se calló y miró mal a Can para que se callara también, lo que no se le escapó en absoluto a Alice.

– ¿Qué pasa? -preguntó poniéndose su delantal.

– Nada -protestó Can, cuya mirada decía todo lo contrario.

– Pero si ambos parecen muy enfadados -dijo Alice.

– Una tía debería tener derecho a reñir a su sobrino sin que éste levante la mirada al cielo y le falte al respeto -respondió mamá Can alzando la voz.

Can salió del restaurante dando un portazo sin siquiera despedirse de Alice.

– Parece grave -añadió ella al acercarse a la cocina, donde el marido de mamá Can se atareaba.

Se volvió hacia ella con una espátula en la mano y le hizo probar su guiso.

– Está delicioso -dijo Alice.

El cocinero se secó las manos en el delantal y se dirigió sin decir una palabra hacia el cobertizo para fumarse allí un cigarrillo. Le echó una mirada de exasperación a su mujer antes de cerrar a su vez de un portazo.

– Buen ambiente -dijo Alice.

– Esos dos se han aliado contra mí -refunfuñó mamá Can-. El día que me muera, los clientes me seguirán al cementerio antes de permitir que les sirvan esos dos cabezones.

– Si me dijera lo que pasa, quizá podría ponerme de su parte; con un dos contra dos, el partido estaría más igualado.

– El cretino de mi sobrino es demasiado buen profesor y tú aprendes demasiado rápido nuestra lengua. Can debería meterse en sus asuntos y tú deberías hacer lo mismo. Vete, pues, al comedor en lugar de quedarte ahí plantada; ¿ves algún cliente en esta cocina? No, pues largo, esperan que los sirvan, ¡y ni se te ocurra dar un portazo!

Alice no se lo hizo repetir. Dejó en el primer estante que estaba a mano la pila de platos que el pinche acababa de secar, y se volvió libreta en mano hacia el comedor, que comenzaba a llenarse.

Apenas se cerró la puerta de la cocina, se oyó a mamá Can gritarle a su marido que apagase el cigarrillo y que volviese en el acto a su cocina.

La noche continuó sin más contratiempos, pero, cada vez que Alice pasaba por la cocina, constataba que mamá Can y su marido no se dirigían la palabra.

Los lunes por la noche, el turno de Alice nunca acababa muy tarde, los últimos clientes abandonaban el restaurante alrededor de las once. Terminó de ordenar el comedor, se desató el delantal, se despidió del pinche, del marido de mamá Can, quien masculló un confuso adiós, y por fin de ella, quien la miró salir poniéndole cara rara.

Can la esperaba fuera, sentado en un murete.

– Pero ¿adónde has ido? Te has escapado a la francesa. ¿Y qué es lo que le has hecho a tu tía para ponerla en ese estado? Por culpa de tus tonterías hemos pasado todos una noche horrorosa, estaba de un humor de perros.

– Mi tía es mucho más terca que un perro, nos hemos peleado, eso es todo, mañana irá todo mejor.

– ¿Y puedo saber por qué os habéis peleado? Después de todo, soy yo quien ha pagado los platos rotos.

– Si se lo digo, se enfadará mucho más y el turno de mañana será peor que el de esta noche.