Выбрать главу

«¡Ah -murmuraba-, con tal de que tenga tiempo de entrar en Jerusalén y encuentre a Santiago! ¡Me dará un amuleto y conjuraré así al demonio!»

Entretanto, en la casa de Lázaro, Jesús hablaba a sus discípulos procurando iluminar sus espíritus; temía que se espantaran por lo que iban a ver y se dispersaran.

– Yo soy el camino -les decía- y la casa adonde os encamináis. Soy también el viajero y vosotros me salís al encuentro. Tened confianza en mí, no tengáis miedo, viereis lo que viereis, porque no puedo morir. ¿Me oís? No puedo morir.

Judas estaba solo en el patio y desenterraba guijarros con los dedos del pie. Jesús volvía a cada instante los ojos hacia él, lo miraba y en su rostro se difundía una tristeza inexpresable.

– Maestro -dijo Juan en tono de reproche-, ¿por qué lo llamas continuamente junto a ti? Si miras las pupilas de sus ojos, verás un puñal.

– No, amado Juan -respondió Jesús-, no un puñal, una cruz.

Los discípulos se miraron, perplejos.

– ¡Una cruz! -dijo Juan, apoyándose en el pecho de Jesús-. Maestro, ¿quién es el crucificado?

– El que se incline sobre aquellas pupilas verá su propio rostro sobre la cruz. Yo me incliné sobre ellas y vi el mío.

Los discípulos no comprendieron y algunos de ellos se echaron a reír.

– Has hecho bien en advertírnoslo, rabí -dijo Tomás-. Jamás me inclinaré sobre las pupilas del pelirrojo.

– Se inclinarán sobre ellas tus hijos y tus nietos, Tomás -respondió Jesús, observando por la ventana a Judas que, en pie ahora en el umbral de la puerta, miraba hacia Jerusalén.

Mateo se quejó:

– Tus palabras son oscuras, maestro. -Empuñaba desde hacía mucho tiempo la caña de escribir y no lograba comprender el sentido de las frases de Jesús, para dejarlas anotadas-. Tus palabras son oscuras, ¿cómo, Jesús, quieres que las registre en mis papeles?

– No hablo para que tú escribas, Mateo -respondió Jesús con amargura-. Tienen razón al llamaros gallos a vosotros los chupatintas. Creéis que el sol no se levanta si no lo llamáis. ¡Siento deseos de tomar tus escritos y tu caña y arrojarlos al fuego!

Mateo recogió prestamente sus escritos y quedó cabizbajo. Aún duraba la furia de Jesús:

– Yo digo una cosa y vosotros escribís otra… ¡y los que os leen comprenden otra distinta! Yo digo: cruz, muerte, reino de los cielos, Dios, ¿y qué comprendéis? Cada uno de vosotros pone en cada una de esas palabras sagradas sus pasiones, sus intereses, en suma, lo que le conviene, y mi palabra desaparece, mi alma se pierde… ¡ya no puedo soportarlo más!

Se levantó, sofocado. Súbitamente sintió que su corazón y su espíritu se llenaban de arena.

Los discípulos quedaron apabullados. Parecía que el maestro empuñaba aún la aguijada y los golpeaba con ella; ellos eran bueyes indolentes que se negaban a moverse. El mundo era una carreta a la que ellos estaban uncidos, Jesús los aguijoneaba y ellos resoplaban pero no se movían. Jesús los miraba, se impacientaba y enervaba. Largo es el camino que va de la tierra al cielo…; ¡y ellos permanecían inmóviles!

– ¿Hasta cuándo me tendréis entre vosotros? -exclamó-. Que aquellos de vosotros que deban hacerme una pregunta importante, se apresuren a interrogarme. Que aquellos que deban decirme unas palabras tiernas, me las digan cuanto antes porque me harán bien. No debéis apenaros cuando yo me vaya ni debéis decir: «¡Ah, no hemos tenido tiempo de decirle una frase cariñosa, nunca le dijimos cuánto lo amábamos!» Entonces será demasiado tarde.

Agrupadas en un rincón, las mujeres escuchaban con la barbilla hundida en las rodilllas. Cada poco suspiraban… al menos ellas lo comprendían todo, pero no podían decir nada. Súbitamente Magdalena lanzó un grito; era la primera que había adivinado y la lamentación fúnebre estallaba en ella. Se levantó bruscamente, entró en la habitación del fondo y buscó bajo su almohada el frasco de cristal lleno de perfume de Arabia que había llevado consigo. Uno de sus antiguos amantes se lo había dado en pago de una noche. Desde que seguía a Jesús, lo llevaba siempre consigo y la desdichada se decía: «¿Quién sabe? Dios es grande y acaso llegue el día en que pueda impregnar de este perfume precioso la cabellera de mi amado. Quizá llegue el día en que él acepte vivir conmigo y ser mi esposo.» Con estos deseos secretos, escondidos en el fondo de sí misma, percibía ahora la muerte tras el cuerpo del amado; no ya el amor sino la muerte. Y, lo mismo que para la boda, eran necesarios perfumes para recibir a la muerte. Tomó el frasco de cristal, lo oprimió contra su pecho y se echó a llorar. Lloraba silenciosamente para que no la oyeran, apretaba el frasco contra su seno y lo arrullaba como si fuera un niño. Luego se enjugó los ojos, salió y cayó a los pies de Jesús. Antes de que Jesús tuviera tiempo de inclinarse para levantarla, Magdalena había roto el cristal y vertido el perfume sobre los pies sagrados. Luego se desató los cabellos, enjugó llorando los pies perfumados y, con lo que restaba de perfume, humedeció la amada cabeza. Inmediatamente volvió a desplomarse a los pies del maestro y se puso a besarlos.

Los discípulos estaban escandalizados.

– ¡Qué lástima derrochar así un perfume tan caro! -dijo Tomás-. Si lo hubiéramos vendido habríamos podido dar comida a muchos pobres.

– O ayudar a huérfanas -dijo Natanael.

– O comprar carneros -dijo Felipe.

– Mala señal -murmuró Juan, lanzando un suspiro-. Con esas esencias se perfuma a los muertos ricos. No debías hacer eso, María. ¿Y si la Muerte oliera su perfume preferido y viniera?

Jesús sonrió y dijo:

– Siempre tendréis junto a vosotros a los pobres, pero no siempre me tendréis a mí. Poco importa entonces que se haya derrochado un frasco de perfume en mi honor. Hay momentos en que la Prodigalidad sube al cielo y se sienta junto a su principesca hermana, la Nobleza. Y tú, amado Juan, no te aflijas. La Muerte jamás deja de presentarse, y es mejor que llegue cuando el aire está perfumado.

La casa entera olía a perfume como la tumba de un rico. Apareció Judas y lanzó una rápida mirada al maestro… ¿Había acaso revelado él secreto a los discípulos y éstos habían perfumado al moribundo con esencias funerarias? Pero Jesús sonrió y dijo:

– Hermano Judas, la golondrina se desplaza en el cielo más rápido que la gacela en la tierra. Pero más rápido que la golondrina vuela el espíritu del hombre. Y más rápido aún que el espíritu del hombre vuela el corazón de la mujer. -Y señaló con una mirada a Magdalena.

Pedro dijo entonces:

– Hemos dicho muchas cosas pero hemos olvidado lo más importante: ¿dónde celebraremos la Pascua en Jerusalén, maestro? Propongo que vayamos a la taberna de Simón el cirenaico.

– Dios lo decidió de otro modo -dijo Jesús-. Levántate Pedro, y ve a Jerusalén con Juan. Veréis a un hombre con un cántaro al hombro y lo seguiréis. Entrará en una casa y vosotros entraréis también en ella y diréis al propietario: «Nuestro maestro te saluda y te pregunta: ¿Dónde has dispuesto las mesas para que festeje la Pascua con mis discípulos?» Responderá: «¡Saludos a vuestro maestro! ¡Todo está dispuesto y es bienvenido a esta casa!»