– Hola a todos -dijo Julian, con la sonrisa que le formaba hoyuelos en las mejillas-. Soy Julian, primo hermano de Trent. Nacimos con sólo seis meses de diferencia, por lo que me creeréis si os digo que lo nuestro viene de lejos. Siento interrumpir vuestra diversión, pero quería desear a mi primo y a su preciosa novia, que acaba de convertirse en su esposa, toda la felicidad del mundo.
Hizo una pausa por un momento y desplegó el papel, pero después de repasar con la vista unas palabras, se encogió de hombros y volvió a metérselo en el bolsillo. Levantó la vista y guardó silencio durante un segundo.
– Veréis. Hace mucho que conozco a Trent y puedo deciros que nunca en toda mi vida lo había visto tan feliz como ahora. Fern: eres una incorporación muy bienvenida a nuestra familia de locos, un soplo de aire fresco.
Todos rieron, excepto la madre de Julian. Brooke sonrió.
– Lo que quizá no todos sepáis es lo mucho que le debo a Trent. -Julian tosió y la carpa se volvió aún más silenciosa-. Hace nueve años, me presentó a Brooke, mi mujer, el amor de mi vida. ¡No quiero ni imaginar lo que habría pasado si su cita a ciegas de aquella noche hubiera salido bien! -Hubo más risas-. Pero siempre me alegraré de que no haya funcionado. Si alguien me hubiera dicho el día de mi boda que hoy estaría aún más enamorado de mi mujer que entonces, me habría parecido imposible. Pero esta noche, mirándola, os puedo asegurar que así ha sido.
Brooke sintió que todas las miradas se volvían hacia ella, pero no pudo dejar de mirar a Julian.
– Os deseo, Trent y Fern, que el amor siga creciendo entre vosotros día a día, y que por muchos obstáculos que la vida ponga en vuestro camino, logréis superarlos. Esta noche es sólo el principio de vuestra vida juntos, y creo que hablo por todos cuando digo que es un honor para mí poder compartirla con vosotros. ¡Levantemos nuestras copas y brindemos por Trent y Fern!
Todos los presentes prorrumpieron en una sonora ovación, mientras entrechocaban las copas. Incluso se oyeron gritos de «¡Otra, otra!».
Julian se sonrojó y se inclinó hacia el micrófono.
– Ahora, si os parece, cantaré una versión especial de Wind beneath my wings, en honor de la feliz pareja. No os importa, ¿verdad?
Se volvió hacia Trent y Fern, que parecieron horrorizados. Se produjo un silencio incómodo durante una fracción de segundo, hasta que Julian quebró la tensión:
– ¡Era broma! Aunque si de verdad os apetece, yo…
Trent se le echó encima, fingiendo que iba a derribarlo, y Fern se le acercó en seguida, para darle un lloroso beso en la mejilla. Una vez más, toda la carpa rió y aplaudió. Julian le susurró algo a su primo al oído y los dos se abrazaron. La orquesta empezó a tocar una música suave y Julian se dirigió hacia Brooke. Sin decir palabra, la cogió de la mano y la condujo a través de la multitud, otra vez hacia el pasillo.
– Ha sido un discurso precioso -le dijo ella, con la voz quebrada por la emoción.
Él le cogió la cara entre las manos y la miró directamente a los ojos.
– Cada palabra me ha salido del corazón.
Ella se acercó para besarlo. Sólo duró un instante, pero Brooke se preguntó si podría considerarlo el mejor beso de toda su relación. Estaba a punto de rodearlo con sus brazos, pero él se la llevó hacia la salida, diciendo:
– ¿No tienes abrigo?
Mirando con el rabillo del ojo al pequeño grupo de fumadores que los miraba a su vez desde el otro extremo del sendero, Brooke respondió:
– Está en el guardarropa.
Julian se quitó la chaqueta y se la puso a Brooke.
– ¿Vienes conmigo? -preguntó.
– ¿Adónde vamos? Me parece que el hotel está un poco lejos para ir andando -le susurró, mientras pasaban al lado de los fumadores y doblaban la esquina de la casa.
Julian le apoyó la mano en la base de la espalda y la empujó suavemente en dirección al jardín.
– Tenemos que volver a la fiesta, pero creo que nadie nos echará de menos si desaparecemos un ratito.
La llevó por el jardín, siguiendo un sendero que acababa en un estanque, y le indicó que se sentara en un banco de piedra que miraba a la orilla.
– ¿Estás bien? -le preguntó.
La piedra del banco le pareció a Brooke un bloque de hielo a través de la fina tela de la falda, y los dedos de los pies se le estaban entumeciendo.
– Tengo un poco de frío.
Él la rodeó con sus brazos y la apretó con fuerza.
– ¿Por qué has venido, Julian?
Julian la cogió de la mano.
– Antes de irme, ya sabía que estaba equivocado. Intenté racionalizar que era mejor apartarse de todos, pero no era cierto. Tuve mucho tiempo para pensar y no he querido esperar ni un minuto más para hablar contigo.
– Muy bien…
Le apretó la mano.
– En el viaje de ida, me senté al lado de Tommy Bailey, el cantante, el chico que ganó «American Idol» hace un par de años. ¿Lo recuerdas?
Brooke asintió, sin mencionarle su relación con Amber, ni decirle que ya sabía todo lo que había que saber sobre Tommy.
– Verás -prosiguió Julian-. Éramos los únicos que viajábamos en primera clase. Yo iba a trabajar, pero él estaba de vacaciones. Tenía un par de semanas libres entre giras y había alquilado una mansión carísima en algún sitio. Me fijé en una cosa: iba solo.
– ¡Por favor! El hecho de que estuviera solo en el avión no significa que no fuera a encontrarse con alguien cuando llegara.
Julian levantó una mano.
– Claro que no, tienes razón. De hecho, no paró de hablar acerca de todas las chicas que iba a ver, de las que lo iban a visitar… También esperaba recibir a su agente y a su representante, y a varios supuestos amigos, a los que había pagado el billete. Me pareció un poco patético, pero pensé que quizá me equivocara y que tal vez a él le gustaba todo ese tinglado. A muchos tipos les habría gustado. Pero entonces se puso a beber, siguió bebiendo, y cuando estábamos en medio del Atlántico, se le empezaron a caer las lágrimas (literalmente, se puso a llorar) y me contó lo mucho que echa de menos a su ex, a su familia y a los amigos del barrio. Me dijo que nadie de los que lo rodean lo conoce desde hace más de dos años y que todos están con él por algún tipo de interés. Está destrozado, Brooke. Es un auténtico desastre. Oyéndolo, lo único que podía pensar era: «Yo no quiero ser como este tipo.»
Brooke finalmente soltó el aire. No se había dado cuenta, pero había estado conteniendo el aliento, y no era la primera vez que lo hacía desde que había empezado la conversación.
«No quiere ser como ese tipo.»
Eran unas pocas palabras sencillas, pero hacía muchísimo tiempo que estaba esperando oírlas.
Se volvió para mirarlo a los ojos.
– Yo tampoco quiero que seas como ese tipo, pero no quiero ser la mujer que te controla y que constantemente refunfuña, te amenaza y te pregunta cuándo volverás a casa.
Julian la miró y arqueó las cejas.
– ¿Cómo que no? ¡Si te encanta!
Brooke fingió reflexionar al respecto.
– Hum, sí. Tienes razón. Me encanta.
Los dos rieron.
– Mira, Rook. No hago más que darle vueltas en la cabeza. Sé que te llevará un tiempo volver a confiar en mí, pero haré todo lo que sea preciso. Esta extraña tierra de nadie donde estamos… es un infierno. Si sólo vas a prestarme atención a una cosa de lo que diga esta noche, por favor, presta atención a esto: no voy a renunciar a lo nuestro. Ni ahora, ni nunca.
– Julian…
Él se acercó un poco más.
– No, escúchame. Te mataste trabajando en dos empleos durante muchísimo tiempo. Yo no… no me daba cuenta de que era muy duro para ti…
Ella lo cogió de la mano.