– ¡Ah! -exclamó.
– ¿Qué ocurre? -preguntó William Smythe.
– ¿Recuerdas que hace unas semanas estábamos planeando una breve visita a la corte? Mi querida Rosamund acaba de darme la excusa perfecta para el viaje. Partiremos en la primavera, querido. Y mientras no estemos aquí, los constructores podrán terminar la nueva ala de la casa. Aunque adoro a Banon y su prole, no puedo soportar más tanta proximidad.
– Sus hijas son unas niñas muy vivaces -acotó William.
– ¿Vivaces? ¡Son cinco auténticos demonios! -se quejó lord Cambridge-. Cada una de mis sobrinitas es más bella que una mañana estival, pero tienen la inteligencia de una pulga. Tiemblo al pensar en el destino del pequeño Robert Thomas, todo el día aguantando a semejantes hermanas bailándole alrededor.
– Pueden pasar dos cosas. O bien aprenderá pronto a defenderse o será uno de esos hombres que tienen miedo de su propia sombra y viven sometidos a las mujeres. Ahora dime qué te ha escrito Rosamund y por qué nos envía a la corte.
– La heredera de Friarsgate necesita un marido -dijo lord Cambridge, revoleando sus ojos ambarinos-. Pero no quiere ir a palacio. ¡Por Dios, Will! Me hace acordar tanto a Rosamund cuando era joven. Parece que Elizabeth aceptaría ir a la corte con la condición de que yo la acompañase. La pobre Rosamund se excusa por imponerme tan ardua tarea. Ella hubiese preferido que su heredera se alojara en casa de Philippa.
– ¿La condesa de Witton? -Will sacudió la cabeza-. No, señor. Esa no es una buena idea. Philippa y Elizabeth nunca se llevaron bien.
– Eso es precisamente lo que mi sobrina le explicó a su madre y luego le dijo que solo iría a la corte si yo la acompañaba. ¡Qué dichoso soy! ¡Estaremos de nuevo en el palacio en mayo, muchacho! ¡Greenwich! ¡Habrá bailes de disfraces! Dicen que la nueva amiguita del rey, la señorita Bolena, ha introducido en el palacio las diversiones más sofisticadas del mundo. ¡Debe de ser algo maravilloso! Además, tenemos que ver urgentemente al sastre Althorp en Londres, porque seguro que mi guardarropa ya está pasado de moda. ¡Ah, Will! ¿Qué sería de mí sin mi querida prima Rosamund?
– Es una buena pregunta, milord -dijo Will con una sonrisa. Ocho años atrás, Thomas Bolton lo había rescatado de un oscuro puesto en el palacio para llevarlo a Cumbria como su secretario personal. Pero estar al servicio de lord Cambridge significaba formar parte de la familia. Y, por suerte, la familia lo había aceptado de buen grado. William Smythe nunca se había sentido tan seguro ni tan contento-. Entonces, milord, ¿cuándo partiremos?
– El 10 de abril, si queremos estar en Greenwich a tiempo para las celebraciones de mayo. Will, hay tanto que hacer y falta tan poco tiempo. Debemos escribirle de inmediato a Philippa. Ella será nuestra llave de entrada a la corte. Y tú debes ponerte en contacto con el maestro Althorp. Quiero que, en cuanto lleguemos a Londres, él en persona me esté esperando en la mansión Bolton con todo mi vestuario nuevo. Además, nos pondrá al tanto de los rumores. -Thomas Bolton rió de excitación-. Pero antes iremos de visita a Friarsgate. Si el olfato no me falla, a nuestra joven casadera habrá que equiparla con la ropa adecuada para ir a palacio en busca de un buen marido. Tendrás que tomarle las medidas, querido, así podremos encargarle un guardarropa decente. ¡Hay tanto que hacer! Y apenas nos va a alcanzar el tiempo.
– Milord, quédate tranquilo. Procederemos como siempre, de manera calma y ordenada. Comenzaré hoy mismo con los preparativos. Pero, ahora, permíteme que te traiga una copa de vino. Necesitarás utilizar todas tus fuerzas e inteligencia para conseguirle un marido a Elizabeth Meredith. No parece una tarea fácil. Sus modales, milord, si me permites el comentario, dejan que desear… Y además, ya muchos la consideran una solterona.
– ¡Me importa un bledo! -replicó lord Cambridge-. La amiguita del rey es incluso más vieja y todavía no se ha casado. Y la señorita Bolena ni siquiera cuenta con una dote como la de Elizabeth Meredith. Siempre me pregunto quién la desposará.
– ¿Cuándo partimos para Friarsgate, milord?
– Lo antes posible. Siempre me gustó Friarsgate, pero ahora más que nunca. El salón es un lugar muy apacible. Y Elizabeth es una excelente anfitriona. Sirve bien la mesa y alimenta generosamente a sus huéspedes. Querido Will, debemos empacar para una larga estadía. Si vamos a tener que permanecer encerrados a causa de la nieve, este año prefiero quedarme en Friarsgate y no en mi querido Otterly. La verdad es que nunca imaginé que diría algo semejante. Mi heredera y su marido se las arreglarán solos en caso de haber alguna emergencia. Después de todo, algún día Otterly le pertenecerá a Banon. Cuando le cuente que nos vamos a Friarsgate, lo entenderá perfectamente. De todas las hijas de Rosamund, ella es la más sensata, lo que es una suerte para su esposo, que es un hombre apuesto pero de pocas luces. Así son las familias del norte. Engendran muchos niños y no se ocupan de su educación. Todavía creen que vivimos en una época en que lo único que importa es el nombre. Yo hice muy bien en elegir a Banon como mi heredera. Es brillante para su edad.
– Es cierto, milord. Pero en lo que atañe a su marido y sus hijos, es demasiado indulgente.
– Es que esa jovencita tiene un corazón de oro, Will -dijo Thomas Bolton con una sonrisa. Cuando compró Otterly, muchos años atrás, decidió que Banon, la segunda hija de su prima, sería su heredera.
En un principio, Philippa, la primogénita de Rosamund, iba a heredar Friarsgate y Elizabeth recibiría una generosa dote. A los doce años Philippa partió a la corte para servir a la reina Catalina de Aragón y enseguida se dio cuenta de que ningún caballero aceptaría casarse con una heredera cuyas tierras estuvieran en el norte, y renunció a ellas. Entonces, lord Cambridge le compró una pequeña propiedad en Oxfordshire y luego le encontró el marido perfecto, que la introdujo en la nobleza. Incluso los reyes consideraban a Crispin un candidato magnífico para la joven. Como condesa de Witton, Philippa le dio a su marido tres varones y una dulce niñita.
Cuando Rosamund temió por el futuro de su amado Friarsgate, su hija menor, Elizabeth Meredith, declaró que se haría cargo de la finca. Se convino entonces que, al cumplir los catorce años, la joven tomaría posesión de Friarsgate y Rosamund podría retirarse finalmente a Claven's Carn, la casa de su marido escocés Logan Hepburn, y criar a sus cuatro hijos y a su hijastro.
Elizabeth, tal como su madre, había nacido para ser la dama de Friarsgate. Amaba con pasión su propiedad y le fascinaba criar ovejas. Ahora estaba tratando de cruzar diferentes razas para obtener una lana de mejor calidad. Pasaba dos días a la semana encerrada en su escritorio, supervisando los negocios de exportación que su madre y su tío habían iniciado y gestionado con mucho éxito. Todavía nadie había podido igualar los tejidos de lana azul que Friarsgate vendía a los comerciantes holandeses.
Lo cierto es que era una gran administradora de sus tierras y, paradójicamente, ese era su mayor problema. Nada le importaba más que su adorado Friarsgate. Era su razón de ser. Elizabeth no tenía conciencia del transcurso del tiempo ni se molestaba en pensar qué pasaría en un futuro lejano, cuando ella no estuviese. Sin embargo, como todas las grandes propiedades, Friarsgate debía asegurarse un heredero.
Thomas Bolton suspiró. La hija menor de Rosamund era sin duda la más bella, pero carecía de modales refinados. Se los habían enseñado, por supuesto, pero los había olvidado porque no los necesitaba. Nunca tenía ocasión de sentarse a una mesa sofisticada o de tocar un instrumento, lo que en una época solía hacer bastante bien. Vestía como una campesina y no como una joven heredera. Hablaba sin rodeos y, a veces, con rudeza. En su afán por supervisar Friarsgate, había perdido los refinamientos que le habían inculcado.