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Para gran placer de lord Cambridge, el rey se encontraba en su cuarto privado.

– Milord -dijo Thomas Bolton e hizo una amplia reverencia.

– ¡Thomas! ¡Qué alegría volver a verte! ¿Qué te ha traído a la corte?

– ¿La condesa de Witton no se lo ha dicho, Su Majestad? El motivo de mi viaje es presentarle a la hija menor de Rosamund. Quisiéramos pasar las festividades de mayo con ustedes, Su Alteza. Es la primera vez que Elizabeth Meredith sale del norte del país. Me han encargado la tediosa tarea de encontrarle un marido.

– ¿Y cuántos años tiene?

– Casi veintidós, señor.

– ¿Y todavía sin casar? -El rey estaba sorprendido-. ¿Qué sucede con esa muchacha?

– Nada, milord, salvo su pasión por Friarsgate, que es mucho mayor que la que sentía su madre. Estoy seguro de que Elizabeth daría su vida antes que entregar Friarsgate a la persona equivocada. No hay nadie en el norte que le interese o que sea apropiado para ella. Entonces, a pedido de Rosamund, la he traído a la corte para ver si encontramos un joven digno de ella.

– Nos pondremos a trabajar de inmediato en este asunto -prometió el rey-. ¿Y dónde está la muchacha ahora?

– Recuperándose del largo viaje, mi señor. Pensé que lo mejor era no traerla a la corte hasta que Su Alteza se mudara a Greenwich.

El rey asintió.

– Ella será bienvenida y estoy ansioso por conocerla. ¿Se parece a su madre y a sus hermanas, Thomas?

– No, milord. Es la viva imagen de su padre, sir Owein Meredith, que Dios lo tenga en la gloria -contestó lord Cambridge mientras se persignaba-. Es de piel clara y cabello rubio.

– En los últimos tiempos me gusta el cabello oscuro, Thomas -bromeó el rey.

– Así dicen por allí, milord.

El soberano lanzó una carcajada.

– Ahora no me quedan dudas de que has estado hablando con Althorp. Si no fuera el mejor sastre de Inglaterra, ya le hubiera cortado la cabeza, pero nadie puede hacer un jubón como él. ¿No es así Thomas? -el rey Enrique VIII se rió con ganas-. Acaso deba cortar su lengua, dado que no la necesita para coser, pero entonces me quedaría sin saber la mitad de las cosas de las que me entero sobre los miembros de la corte. Debo admitir que Althorp es muy valioso para mí en varios sentidos.

– Él siempre habla bien de usted, mi señor.

– Y quién se atrevería a hacer lo contrario -dijo con una sonrisa el rey-. ¿No es cierto, Will Somers? -miró al bufón sentado a sus pies.

– Le preguntaré a Margot -dijo el bufón del rey, mirando a la mona que llevaba en el hombro-. Ella sabe mucho más que yo, Enrique.

– ¿Todavía muerde? -le preguntó lord Cambridge al bufón.

– Sí, milord. Pero sabe qué dedos debe morder. -El bufón rió y le hizo cosquillas a la mona.

El rey dio por terminada la entrevista. Lord Cambridge se despidió con una reverencia y le dijo:

– Espero volver a verlo pronto en Greenwich.

Todo había salido bien. Parecía como si no hubiesen pasado los años desde su visita anterior. Pero muchas cosas habían cambiado en la corte desde la partida de Wolsey. Se preguntaba si debía presentarse ante la reina y, finalmente, decidió no hacerlo. Necesitaba conocer bien el terreno antes de tomar una decisión. No podía comprometer el futuro de Elizabeth mezclándola con los conflictos entre el rey, la reina y Ana Bolena.

Decidió quedarse en Richmond unas horas más. Saludó a viejos amigos, escuchó más habladurías y antes de partir logró ver a la dama que era el centro del escándalo. Era una muchacha alta, esbelta y de facciones afiladas. Y era, como le habían dicho, la criatura más elegante que había visto en su vida. ¿Era tan bella como Elizabeth? No. Ana Bolena no era hermosa pero irradiaba un aura que hipnotizaba.

Al percibir su admiración, la señorita Bolena le devolvió una seductora mirada con sus ojos oscuros y almendrados. Luego, se inclinó hacia sus compañeros para hablarles.

– Usted es el famoso lord Cambridge, según me han dicho -le dijo a Thomas Bolton.

– Así es.

– Se dice que no hay nadie que vista más a la moda que usted en la corte milord. ¿Cómo es posible, viviendo en Cumbria?

– Me parecería inaceptable venir a palacio vestido de otra manera -le respondió con una sonrisa-. Además, le debo aclarar que la ropa que luzco hoy es de mi viejo ajuar. El maestro Althorp está haciendo los últimos ajustes a mis nuevas vestimentas. No pensaba venir a la corte hasta que los reyes estuvieran instalados en Greenwich. Sin embargo, hoy no pude resistir la tentación de saludar al rey después de tantos años de ausencia. Esta vez, he venido con la misión de presentar en sociedad a la heredera e hija menor de mi prima Rosamund. Será su primera visita al palacio.

– Y usted viene a cazar un marido para la muchacha -dijo con audacia Ana-. Bueno, hay muchos por aquí que estarían felices de conseguir una esposa rica.

– Pero Elizabeth no admitiría un esposo así. Mi sobrina busca un hombre que no solo quiera casarse con ella sino también con sus propiedades de Friarsgate. El caballero que desee desposarla deberá vivir en el norte.

– Bueno, eso limita mucho el coto de caza -dijo sir Thomas Wyatt, un pariente de Ana-. ¿No te parece, querida prima? ¿Conocemos a alguien con esas características?

Ana ignoró el comentario.

– Espero que la señorita Elizabeth disfrute de su estadía en Greenwich, milord -dijo Ana Bolena-. A mi modo de ver, no hay un lugar más fascinante que la corte.

– Sobre todo por su presencia -dijo Thomas Bolton y se retiró tras hacer una reverencia.

¿Cómo demonios se le había ocurrido decir semejante cosa? ¿Acaso intuía que la muchacha llegaría a ser una persona muy poderosa? Sacudió la cabeza y se dirigió deprisa a su barcaza. Necesitaba volver cuanto antes a su hogar para evaluar todo lo que había visto y oído durante su visita.

Cuando llegó a la mansión Bolton se encontró con Elizabeth, que se Paseaba por los jardines al borde del río, y corrió a saludarla.

– Querida, ¿has logrado reponerte del viaje? ¿Dónde está tu hermana? Acabo de llegar de Richmond, donde presenté mis respetos a Su Majestad y hasta hablé con la famosa señorita Bolena. Debo decirte que se trata de una mujer de lo más interesante. Pero todavía no visité a la reina Catalina. No alcanzo a comprender la envergadura de lo que está sucediendo en la corte, pero por lo que pude escuchar la pobre reina cayó en desgracia y, salvo unos pocos y leales amigos, todos la ignoran.

– Entonces tu día fue muy productivo, tío. ¡Qué suerte! Ojalá que resolvamos todo este asunto lo antes posible para que pueda volver a casa. Si me quieres ver feliz, ya sabes cuál es mi deseo.

– ¿Se han estado peleando tú y Philippa?

Elizabeth suspiró profundamente.

– Me mordí la lengua durante toda la tarde, tío, aunque ella hizo lo imposible por desquiciarme. Comprendo perfectamente que mi hermana adore la corte y que estar aquí la haga feliz. Pero yo amo Friarsgate y solo allí me siento bien. ¿Por qué no puede entenderlo? Tuve que aguantarla todo el día proclamando las glorias de la sociedad en la que habita mientras criticaba lo anticuada que había sido nuestra educación en el gélido norte, como insiste en llamarlo.

– Fue muy inteligente que permanecieras callada. Lo único que hubieras logrado discutiendo es que Philippa defendiera con más tenacidad su posición. Yo, por mi parte, entiendo perfectamente que ames tu casa y estamos aquí solo para tratar de encontrar un compañero de tu agrado. Si luego de un tiempo prudencial no lo logramos, retornaremos a Cumbria. Entonces, tesoro, tendremos que buscar un marido en esa región, tarea que deberíamos haber emprendido hace bastante tiempo. Pero dejemos eso para más adelante. Ahora estamos en Londres y tú disfrutarás de las fiestas a las que asistiremos. Para visitar la corte, mayo es el mejor mes, y también diciembre.

– No tengo más alternativa que creerte, tío -dijo Elizabeth, desanimada.