– No. Yo soy el único de los bastardos de mi padre que no fue oficialmente reconocido, aunque él sabía que era su hijo, se preocupaba por mi bienestar y me visitaba regularmente.
– ¿Y por qué no te reconoció?
– Por la manera como fui concebido. Si quieres, te lo cuento, pero temo escandalizarte.
– Me dedico a criar ovejas y en más de una ocasión las he ayudado a parir -dijo Elizabeth con un tono cortante-, aunque mi hermana mayor se desmayaría si se enterara de lo que acabo de confesarte. Se supone que las vírgenes respetables no deben saber ese tipo de cosas.
– ¿Y acaso eres una virgen respetable, Elizabeth Meredith? -le preguntó con ironía.
– Soy virgen. En cuanto a la respetabilidad, es un tema sujeto a debate. Y ahora háblame de la manera escandalosa como fuiste engendrado.
El joven sonrió. Le agradaba Elizabeth Meredith. Era una muchacha franca, inteligente y no se andaba con vueltas. No. Ella no pertenecía a la corte.
– Pues bien, ocurrió durante el casamiento de mi madre con Robert Gray, el señor de Athdar, mi padrastro. Rob era amigo del rey y lo invitó a la boda, que se celebró con gran pompa y mucho alcohol. Todos estaban bastante ebrios. Mi padre acababa de separarse de su gran amor, Meg Drummond, y no podía ocultar su tristeza. Robert Gray lo sabía y procuró reconfortar a su amigo. Según contaba mi madre, le dijo: "Jacobo, mi Nara se parece mucho a tu Meg. ¿Aceptarías ejercer el derecho pernada esta noche y dejar que ella te consuele?".
– Si mi hermana nos viera juntos ahora, pensaría que no me comporto como una dama formal.
– Oh, tú eres una dama, Elizabeth. Pero, en cuanto a la formalidad coincido con tu hermana: no tienes idea de lo que eso significa. Sin embargo, prefiero a una mujer honesta y franca. Y tú eres ambas cosas. El engaño, la hipocresía, te son desconocidos.
– Soy una campesina -replicó la joven con serenidad.
– Ten cuidado con los seductores -le advirtió-, pues suelen ser los hombres más respetables y los que gozan de mayor estima.
– ¿Y por qué se molestarían en seducirme si pueden casarse conmigo? -preguntó con candor.
– Quieren tu riqueza, preciosa, pero no las responsabilidades inherentes. Si logran seducirte y lo divulgan, entonces te tendrán en sus garras y ningún otro querrá desposarte.
– Como le ocurriría a uno de mis propios corderos en un pastizal repleto de lobos, perros cimarrones y osos -se lamentó la joven-. No comprendo qué ve Philippa en esta maldita corte.
– Yo cuidaré tus espaldas, Elizabeth. Frecuenta a la señorita Bolena y no salgas sola con nadie.
– ¿Te agrada?
– Sí, me agrada -repuso, sabiendo exactamente a quién se refería-. Pero tiene amistades peligrosas, capaces, me temo, de causarle la muerte tanto a ella como a los ambiciosos que la rodean. En realidad, no puede confiar en nadie, pero ¡por amor de Dios, la pobre necesita una amiga!
– Yo seré su amiga -replicó Elizabeth. Y se dio cuenta de que lo decía en serio.
CAPÍTULO 06
Flynn Estuardo partió rumbo al palacio; Elizabeth recogió sus prendas y regresó a la casa de Thomas Bolton para entregárselas a Nancy
– Ese joven gusta de usted -dijo la criada.
– Nos conocimos recién esta mañana.
– Digamos entonces que le gustó lo que vio. ¿Por qué, si no por amor, un hombre navegaría a través del Támesis en barca para traerle su ropa? Al menos se ha hecho un amigo en la corte, señorita.
Al atardecer, lord Cambridge regresó a su casa de Greenwich. Se sentó junto a su sobrina para cenar en el salón, desde donde tenía una vista espléndida del río. Se sumó luego William Smythe y Elizabeth les contó de la inesperada visita de Flynn Estuardo.
– Jamás hubiese imaginado que encontraría una persona tan amable en la corte. Philippa se pondrá feliz cuando sepa que recuperé mis bellas mangas. ¿Y por qué no volvió, tío Thomas? ¿Sigue enojada conmigo?
– Ha resuelto encontrarte marido a toda costa, mi querida. Como una tigresa, anda al acecho del hombre adecuado. Pero hoy estuviste muy aguda en tus observaciones. Me temo que no haya en la corte ningún caballero digno de ti. Sin embargo, disfrutemos del mes de mayo antes de volver al norte. Sé que tu madre va a sentirse desilusionada. Parece que el destino tiene otros planes para ti. -Se volvió hacia su secretario-: ¿Y qué tal fue tu día, Will? ¿Exitoso?
– Cerré un trato con un comerciante francés en Londres que vende el hilo de seda que buscábamos. Dice que le gusta hacer negocios con gente honesta como nosotros, pues la mayoría de sus clientes siempre lo estafan. Nos enviará la mercadería directamente a Friarsgate.
– ¿Cuándo? -quiso saber Elizabeth-. ¿Llegará a tiempo para el inferno, cuando los campesinos comienzan a trabajar en los telares?
– Sí, señorita.
– Estuve pensando en un nuevo color.
Lord Cambridge soltó una carcajada.
– Querida, nada de negocios en la corte, te lo ruego.
– Muy bien, tío. ¿Pero qué te parece la idea de un nuevo verde?
– ¡Qué criatura maligna! Depende del verde que elijas. Ahora, cuéntame del joven de sangre real que te ha visitado hoy. ¿Acaso tienes debilidad por los escoceses como tu madre, corazón mío?
– ¿No piensas que es un hombre apropiado para la heredera de Friarsgate?
– Sí, pero tal vez no del todo. No posee tierras ni título. ¿Crees que será un buen compañero para tu vida?
– Creo que su lealtad al rey interferiría demasiado con mis intereses -respondió, pensativa-. Hoy por la tarde, hablamos largo y tendido. Es un excelente conversador, pero le debe al rey Jacobo su posición y su honor. No me parece lo suficientemente maduro para formar una familia. Y me pregunto si alguna vez lo estará, tío.
– Sin embargo, no lo descartemos. Quizá se haya cansado de vivir fuera de casa -sugirió lord Cambridge.
– A mí me dijo que su hogar estaba allí donde pudiera servir al rey.
– Ese comentario no presagia nada bueno -notó William Smythe-. Tal vez, milord, no sea el hombre adecuado para la señorita Elizabeth.
– Me entristece volver al norte admitiendo mi derrota -dijo lord Cambridge.
– Tal vez la condesa de Witton encuentre al candidato que buscamos -intentó tranquilizarlo Will-. Ella es la persona indicada para encontrar nuestra aguja en el pajar.
Pero Philippa estaba en problemas. No lograba encontrar ningún caballero que quisiera vivir en el norte. Para colmo, su hermana no hacía nada para mejorar la situación, juntándose con Ana Bolena y su grupito de jóvenes adulones.
Elizabeth seguía al pie de la letra el consejo de lord Cambridge y se estaba divirtiendo. Todos la veían demasiado atareada y desatenta respecto de sus asuntos personales. Sin embargo, la joven opinaba distinto. Ella era la dama de Friarsgate y, como tal, debía cumplir con sus responsabilidades. Ahora, no obstante, estaba en la corte y un nuevo mundo se abría ante sus ojos. Para su asombro, disfrutaba siendo frívola, aunque solo fuera por un mes. No se cansaba de la excitación constante de la vida palaciega. Incluso la encontraba refrescante.
– Eres la única dama de la corte que puede seguirme el ritmo -le dijo Ana Bolena una semana más tarde mientras paseaban por los jardines del palacio-. ¿A qué se debe?
– Es que estoy acostumbrada al trabajo duro, a diferencia de las damas de la corte. Sin embargo, querida Ana, me pregunto si alguna vez duermes. -Hacía unos días que habían comenzado a tutearse.
– Dormir es una pérdida de tiempo, Bess -Ana Bolena había bautizado a Elizabeth con ese apodo y ella se lo había permitido-. ¡Tengo tanto que hacer, tanto que ver, tanto que ser!
– Pero tienes toda la vida por delante, Ana.
– No lo creas. Cumpliré veinticinco en noviembre, eso es prácticamente la vejez, y ni siquiera estoy casada -suspiró-. Como sabes, estuve prometida con Harry Percy, descendiente de los Northumberland. Ya podría estar felizmente casada. Pero el maldito Wolsey se interpuso y lo alejó de mí.