– ¿Por qué?
– Porque el rey me deseaba, aunque todavía no obtuvo lo que busca. Nunca seré su amante y, mientras la reina no desaparezca de la escena, no me casaré con él. Al menos, ya me vengué de Wolsey.
– ¿Y dónde está ahora?
– Lo enviaron a York, porque es el arzobispo, pero no creo que vaya a llegar más allá de Cawood. No importa. Dejó de ser el alcahuete del rey. Es increíble, Bess. Un hombre de la iglesia espía de Su Majestad. Si no se hubiese entrometido entre Harry y yo, hoy sería una esposa fiel y madre de muchos niños. Pero nunca consigo vivir mi propia vida. Quien dirige todo es mi tío, el duque de Norfolk -suspiró la joven-. Todo el mundo me detesta y espera que el rey me deje.
– Yo no te odio, Ana.
– Me conoces muy poco pero seguramente has oído hablar de mí.
– Sí, he escuchado los rumores -admitió Elizabeth-, pero ahora que te conozco, Ana, me doy cuenta de que es mentira lo que se dice por ahí.
– Siempre dices lo que piensas, qué maravilla. No sabes cuánto envidio tu soltura. Yo, en cambio, debo medir cada palabra por temor a que sea usada en mi contra o malinterpretada.
– Es que tuvimos una educación muy diferente. Cuando cumpliste nueve años, viajaste a Francia con el séquito de la princesa María. Yo en cambio, corría descalza por los campos de mi madre arreando las ovejas. Cuando cumpliste doce, empezaste a servir a la reina Claudia de Francia, y yo aprendía a administrar la empresa familiar. A los diecisiete, te uniste a la corte del rey Enrique. Cuando cumplí catorce, me hice cargo de las tierras de Friarsgate. Soy campesina por decisión propia y por la educación que recibí. Tú eres una dama noble, una cortesana. En mis tierras nadie entendería una palabra si hablara como lo hacen aquí -dijo Elizabeth con una sonrisa-. Mi familia ha intentado suavizar mis toscos modales, pero creo que no lo han conseguido. Me da gusto saber que mi franqueza no te ofende, pues no puedo fingir ser quien no soy. No está en mi naturaleza.
– Claro que no me ofendes. Eres la única persona en quien puedo confiar, Bess Meredith. Mi tío, el duque, quiso saber por qué te frecuentaba tanto. Yo le confesé que me gustaba tu honestidad. Y si no fuera porque tu sobrino es uno de sus pajes e hijo del conde de Witton, de seguro no aprobaría nuestra amistad.
– Y, además, porque mi estadía en la corte será breve -agregó Elizabeth guiñándole un ojo-. He visto al duque. Es un caballero muy apuesto.
– Sí, es espléndido. Es el jefe de nuestra familia y debería obedecerlo en todo. -La joven se estremeció-. Pero no siempre le hago caso. Por ejemplo, sé que debo seguir al rey porque cuento con su protección. Y aunque a mi tío no le guste, no tiene otra opción que resignarse. El rey es quien manda sobre sus súbditos.
– Enrique es bueno contigo a pesar de que no son amantes.
Ana Bolena se quedó perpleja.
– ¿Por qué dices eso?
– Tú lo has dicho antes.
– La gente cree que somos amantes, pero no repetiré la historia de mi pobre hermana María. Yo no podría permitir que mis hijos nacieran sin saber la identidad de su padre.
– Haces lo correcto, Ana. Algún día, el rey va a divorciarse. Hace poco que llegué, pero sé que te ama. Se nota por la manera en que te mira.
– Cuando nos casemos -dijo Ana con un dejo de temor en la voz deberé darle un saludable hijo varón. ¿Qué pasará si no lo logro? ¿Correré la misma suerte que Catalina de Aragón? ¿Qué será de mí? Pero no pensemos en eso. Por supuesto que le daré un hijo al rey si llegamos a casarnos.
– Y serás la reina de Inglaterra.
– Sí, lo sé -respondió Ana Bolena con una sonrisa-. Y haré lo que quiera, y ya nadie, ni siquiera mi tío el duque podrá darme órdenes, Bess. Y quien ose insultarme, será castigado. ¿Qué tiene de bueno ser reina si no puedes ajustar tus propias cuentas? -rió con cierta maldad.
– Deberás ser una buena reina.
– Supongo que sí. La madre del rey tiene que comportarse de manera irreprochable -murmuró Ana Bolena, pero sus ojos brillaban con malicia mientras hablaba. De pronto, cambió de tema-. Como te dije, cumpliré veinticinco en noviembre. ¿Y tú?
– Cumpliré veintidós el 23 de este mes.
– ¿Tu cumpleaños es en mayo? -gritó Ana-. Debemos celebrarlo, querida Bess. Le pediré al rey que organice un baile de disfraces. Hay que encontrar un tema. ¡Ah! Ya sé. Yo seré un hada campesina y mis invitados vendrán disfrazados de animales. Haremos confeccionar magníficos trajes. Es maravilloso nacer durante el mes de mayo. -De un salto se levantó del banco donde estaban conversando-. ¡Ven conmigo, ahora mismo! Apenas faltan dos semanas para tu cumpleaños y tenemos mucho que hacer.
El rey estaba reunido con los consejeros, pero eso no le importaba a Ana Bolena. Al pasar rozó a los guardias e irrumpió en la sala, arrastrando a Elizabeth de la mano. La dama de Friarsgate recorrió el recinto con la mirada y vio gestos adustos, incluido el del duque de Norfolk.
Sin embargo, el rey sonrió y le tendió los brazos a Ana.
– ¿Qué ocurre, mi amor?
– Pronto será el cumpleaños de Bess Meredith, milord. Quería pedirle permiso para organizar un baile de disfraces.
– Y vaciarle el monedero -escuchó Elizabeth decir a alguien mientras reía por lo bajo.
Ana Bolena soltó la mano de su amiga. También ella había oído el comentario, pero fingió ignorarlo.
– Dado que Bess es una mujer de campo, pensé que lo más apropiado sería organizar una fiesta campestre y que todos nos disfracemos de animales. Habrá baile y un torneo de arquería para hombres y mujeres. ¿Qué te parece, milord? -Ana clavó sus ojos negros en los ojos celestes del rey, y le dedicó su seductora sonrisa felina.
– Es una magnífica idea, querida -dijo Enrique VIII entusiasmado y, volviéndose hacia Elizabeth, agregó-: Si me permites la pregunta, ¿cuántos años cumples, Elizabeth Meredith?
– Su Majestad puede preguntar lo que desee -le respondió con una amplia sonrisa e inclinándose en una graciosa reverencia-. Pero tal vez no la responda. Y si me presiona, admitiré que soy tan vieja como mi nariz y mucho más vieja que mis dientes.
Todos estallaron en carcajadas y el rey sonrió complacido.
– No hay duda, eres una auténtica hija de tu madre, muchacha, y debes decírselo. -Se dirigió a Ana Bolena-: Ahora, mi amor, retírate. Si quieres que gocemos de unas merecidas vacaciones y pasemos un verano placentero en Windsor, debes permitirme cumplir con mis obligaciones de soberano.
– Así que festejarán tu cumpleaños -le dijo Flynn Estuardo a Elizabeth cuando se encontraron antes de comer-. Se comenta que la señorita Bolena está organizando un baile de disfraces en tu honor. Por lo general, esas fiestas son para unos pocos privilegiados, y tú solo eres una heredera del norte -se burló el joven-. ¿Qué piensa tu familia? Estoy seguro de que tu hermana ya opinó sobre el asunto.
Elizabeth le dio un suave golpecito en el brazo.
– Philippa está furiosa -respondió-. En cambio, el tío Thomas está trabajando con Will en el diseño de nuestros trajes y máscaras. Y yo, debo admitirlo, estoy excitada y avergonzada a la vez. Solo dije que mi cumpleaños era a mediados de mes y Ana, de golpe, se entusiasmo con el baile de máscaras y el torneo de arquería.
– ¿Y cuál será tu disfraz? -preguntó Flynn con una sonrisa.
– El tío Thomas se va a disfrazar de carnero y yo de oveja. Philippa insiste en que no va a asistir pero, como la conozco muy bien, sé que por nada del mundo se perdería una fiesta semejante. Llevará una máscara de pavo real y un vestido de seda verde azulado. Cuando se le pase e] enojo, el tío le mostrará el traje que mandó hacer para ella. A él le encanta dar sorpresas y Philippa adora que la sorprendan.
– ¿Sabes tirar al arco?