– No, nunca aprendí pese a que mis hermanas mayores son excelentes arqueras.
– Entonces, te enseñaré. Es inconcebible que no participes en la competencia de arquería que se organizará en tu propia fiesta. Poco importa si eres buena o mala; si pierdes, pensarán que es una gentileza de tu parte. Allí cerca del río hay unos blancos. Vamos, te daré la primera lección.
Los criados les alcanzaron los arcos; le dieron a Elizabeth el más pequeño y depositaron el grueso fajo de flechas de madera sobre un banco cercano a ellos.
– Es bastante sencillo. Observa con atención y después pruebas tú. -Flynn tomó el arco más grande, colocó la flecha y ajustó la puntería. Dio un paso al costado, tensó lentamente el arco hacía atrás y, de pronto, soltó la flecha, que dio en el blanco. Fue un tiro perfecto-. Es tu turno. Te ayudaré. Primero ponemos la flecha en el arco -explicó rodeándola con sus brazos. Elizabeth colocó la flecha con esmero, imitando a Flynn. Sentía la respiración de su instructor y se preguntaba si era necesario ese contacto tan íntimo. El corazón del joven latía aceleradamente.
– Tira lentamente la cuerda hacia atrás -le susurró al oído-. Así, muy bien. Ahora suéltala.
– ¡Ay! -gritó Elizabeth mientras volaba la flecha. La cuerda del arco le había lastimado el brazo.
– Deberías usar guantes -dijo, inspeccionando la muñeca herida. -No es importante, pero es posible que se inflame. -En un impulso, le besó el moretón-: Para que se cure.
– ¿Le di al blanco? -quiso saber Elizabeth ignorando el gesto de su compañero, aunque el rubor de sus mejillas la delataban. El pulso se le había acelerado cuando los labios de él se posaron sobre la sensible piel de su muñeca.
– La flecha cayó en el río. Debes mejorar la puntería si no quieres ser el hazmerreír de la corte.
– Dame otra. Si debo tirar al arco en la fiesta de Ana, aprenderé a hacerlo. No me agrada hacer el ridículo. Tengo que poder darle al blanco.
Flynn le alcanzó la flecha y ella la colocó en su arco.
– Ahora, lentamente hacia atrás, lentamente -le recordó-. Mueve con cuidado tu mano o te lastimarás con la cuerda. Así es, pequeña. ¡Ahora, suéltala!
Esta vez la flecha voló directamente al blanco.
– ¡Lo logré! -gritó, excitada-. ¡Di en el blanco, Flynn!
– Así es, Elizabeth Meredith. ¡Podrás repetirlo?
La joven tomó otra flecha y dio en el blanco otra vez.
– ¡Aprendí! -exclamó y se volvió para mirarlo a los ojos-. ¿No soy acaso una buena alumna?
– ¿No soy acaso un excelente instructor? -respondió y la rodeó con sus brazos, acercándola más hacia sí y rozando sus labios con los de él.
Elizabeth se liberó del abrazo y lo miró con asombro.
– ¿Por qué has hecho eso? -le preguntó mientras se arreglaba el velo y la cofia.
– Porque quise -le contestó con honestidad.
– ¿Siempre haces lo que deseas? -dijo, recordando una conversación similar con otro amigo escocés.
– En general, sí -admitió.
– Señor, usted es un poco audaz para mi gusto. Yo no le permití besarme -le reprochó Elizabeth. Su corazón volvía a agitarse y se sentía mareada.
– Si te hubiera consultado, ¿acaso habrías aceptado? -le preguntó con voz suave, acariciándole el mentón.
– ¡Claro que no!
– Justamente por eso me tomé la libertad de hacerlo, Elizabeth Meredith. Tienes una boquita adorable, mi querida ovejita, y unos labios para ser besados, pese a tu virtuosa indignación. Sin embargo, tengo la impresión de que disfrutaste nuestro beso.
– Probablemente tengas razón. Sí, disfruté de tu beso, Flynn Estuardo Eres el segundo hombre que me besa y, por pura coincidencia, el primero también es escocés -le sonrió con dulzura, disfrutando del asombro del muchacho ante su audaz confesión. Estaba perplejo.
– Y quién te besó primero? -dijo Flynn intentando recuperar el control de la situación, que estaba ahora en manos de Elizabeth.
– No es de tu incumbencia -respondió, muy divertida-. Ese hombre no tiene derecho alguno sobre mi persona, como tampoco lo tienes tú. Ahora, me gustaría probar una vez más, sin que me rodees con tus brazos. -Recogió el arco, colocó la flecha, se puso en la posición adecuada y soltó otra flecha certera-. O bien tengo un talento natural o realmente eres un magnífico instructor -sonrió con malicia y dejó el arco a un lado-. Creo que por hoy deberíamos dar por terminada la lección. -Dio media vuelta y lo dejó solo en el parque. Siguió caminando por el campo y saludó al pasar a sir Thomas Wyatt.
Flynn Estuardo sonrió. Elizabeth Meredith parecía una dulce ovejita de campo, pero estaba seguro de que no acabaría en las fauces de los lobos ni de las bestias salvajes. Era inteligente, y él también lo era. Se preguntaba si el hecho de seducirla le acarrearía problemas con el rey o con su familia. Se sentía muy atraído por esa muchacha. Estaba dispuesto a ser imprudente y conquistar a Elizabeth. Era todo un desafío. La joven no se parecía a la mayoría de las doncellas que iban a la corte en busca de un marido. Ella era franca y brillante. Y tan hermosa.
Mientras atravesaba el parque, Elizabeth sentía la mirada del joven Estuardo que la seguía con los ojos clavados en su espalda. Se dirigió hacia el bosque que separaba el palacio de la casa de su tío. Necesitaba estar sola. La osadía de Flynn Estuardo le había resultado placentera, pero también perturbadora. Era un joven fascinante, pero no era el hombre adecuado para Friarsgate. Sin embargo, le pareció que no tendría nada de malo flirtear un poco. ¿Cómo podía una doncella conocer al hombre apropiado si no jugueteaba antes con el hombre incorrecto?
Después de pensarlo mucho, decidió faltar a la cena en el palacio. No soportaría otro interminable banquete junto a Philippa y sus amigos sentados a un extremo de la mesa, hablando pestes de Ana Bolena, que ocupaba la silla de la reina Catalina junto al rey Enrique. Siempre se había destacado por ser el más espléndido y noble caballero de toda Europa y ahora parecía embrujado. Y circulaban rumo res, siniestros rumores que insinuaban que la señorita Bolena era realmente una bruja.
Elizabeth se enfadaba al oír semejantes acusaciones, se sentía tentada de preguntarles por qué no la denunciaban ante la Iglesia si tan convencidos estaban de que Ana era una bruja. Pero sabía que, si lo hacía enfurecería a Philippa. Y no quería mortificarla. La pobre ya estaba bastante consternada por la carta de Crispin diciendo que no iría a la corte porque habían surgido inconvenientes con el ganado. Hasta había llorado un poco.
Elizabeth entró en la casa y se sentó en el salón donde reinaban la paz y el silencio. Suspiró aliviada. Todavía faltaban quince días para volver a Friarsgate. La estadía en la corte se le hacía interminable y, para colmo, había fracasado el propósito del viaje. Deseaba estar ya en Cumbria. De pronto, percibió que no estaba sola en la habitación.
– ¡Will! No te había visto.
– Me gustaría estar de vuelta en Otterly -confesó-. Cuando su tío está en la corte, parece un tábano que revolotea de un lado a otro. Apenas lo veo. Ay, pensar que en Otterly pasamos todo el día juntos, ocupándonos de los asuntos de la finca y el negocio de la lana.
– ¿Y por qué no vas a la corte con él?
– No es muy apropiado que lo acompañe al palacio, teniendo en cuenta que el rey fue mi último amo. A veces su tío vuelve recién pasada la medianoche -se quejó el fiel secretario.
– Es que es muy sociable -trató de consolarlo Elizabeth-, pero Philippa no lo ve tan activo como antes. Dice que pasa la mayor parte del tiempo jugando a las cartas y que raras veces baila.
– Es muy afortunado con las cartas, y tiene mucha suerte con todo lo que emprende.
– Yo también quiero volver a casa. Pero debemos quedarnos hasta fin de mes. Y ahora que la señorita Bolena está organizando un baile de disfraces para festejar mi cumpleaños, no tengo escapatoria. Lo siento, Will.