Выбрать главу

Pero ¿qué demonios estaba diciendo? ¿Acaso le proponía a ese hombre que se casara con ella porque la había besado? Le agradaba su compañía y sus besos eran excitantes. Después de todo, esa era una razón tan válida para casarse como cualquier otra. Y sus parientes insistían en que debía contraer matrimonio. Flynn Estuardo, un hombre pobre y de buena familia, jamás se atrevería a cortejarla, de modo que ella debería cortejarlo a él.

– Una esposa escocesa con tierras -la corrigió amablemente, poniendo el acento en la palabra "escocesa"-. Siempre serviré a mi rey, corderita. Mi lealtad va más allá de nuestros lazos de sangre. Soy escocés, corderita, y nunca podré ser nada salvo un escocés.

– Me gustaría besarte de nuevo -le anunció Elizabeth, deslizando los brazos alrededor de su cuello-. ¿Te gustaría que te besara de nuevo Flynn Estuardo?

Era obvio que él rechazaba cualquier sugerencia, directa o indirecta de convertirse en su marido, pero tal vez ella podría convencerlo de lo contrario. Al fin y al cabo, su padrastro era escocés y eso no parecía molestar a nadie, excepto, quizás, al rey Enrique Tudor.

Clavó los ojos en el bello rostro de Flynn y le sonrió de un modo tan aductor que el joven no pudo menos de menear la cabeza y echarse a reír Y ella se sintió terriblemente humillada.

– Eres una coqueta hecha y derecha, Elizabeth Meredith, y has aprendido las costumbres de la corte. No estoy seguro de que eso me guste, sobre todo en tu persona. Sin embargo, sería un tonto si no aceptara lo que me ofreces con tanta libertad -dijo, y luego la besó.

Pero esta vez el beso no fue dulce ni inocente, sino apasionado, exigente, casi brutal. Elizabeth estuvo a punto de desmayarse de placer y le devolvió los besos hasta que le dolieron los labios. Después Flynn besó sus párpados cerrados, la curva adorable del cuello y el comienzo de sus jóvenes senos que parecían querer saltar del corsé. Y de pronto se detuvo con un gemido y la liberó de su abrazo.

Elizabeth apretó su cuerpo contra el tronco del árbol para no caer, La cabeza la daba vueltas y apenas podía respirar.

– ¿Qué ocurre? -le preguntó cuando recuperó el aliento, pues se veía pálido y apesadumbrado.

– No puedo jugar contigo a los amantes.

– ¿Por qué no?

– Porque eres una virgen rica, inglesa y con amigos poderosos, y yo quiero algo más que besos. No puedo tenerte, corderita. Nuestros respectivos reyes mantienen una relación aparentemente cordial, pero siempre existe la posibilidad de que se desencadene una guerra entre ellos.

– En la frontera abundan los matrimonios entre ingleses y escoceses.

– Pero tú eres la heredera de Friarsgate, Elizabeth -le respondió suavemente-. No perteneces a la nobleza pero tus tierras, tus rebaños y tus tejidos te confieren un poder que ni siquiera comprendes. Quien se case contigo será recompensado con creces. El padre del rey casó a tu madre con uno de sus caballeros más leales. Y lo hizo con el propósito de preservar para Inglaterra la parte de la frontera donde vives. Cuando llegaste a la corte, se acordaron de la vieja historia y ahora está en boca de todos.

– ¡Mi padre amaba a mi madre! -exclamó Elizabeth.

– Sí. Según dicen, apenas la vio se enamoró de ella. Me sorprende que este rey no haya recompensado a alguno de sus lacayos concediéndole tu mano. Pero si se te ocurriera casarte con un escocés, te lo prohibiría Y Por razones muy válidas. Es su deber para con Inglaterra, y también es el tuyo.

– El rey no se atrevería a arreglar mi matrimonio, pues conoce demasiado bien a mi madre. Ella jamás me permitiría casarme con alguien que no estuviera dispuesto a venir al norte ni me ayudara a administrar Friarsgate -protestó Elizabeth, encolerizada-. ¡Y nadie me obligará a contraer matrimonio con un hombre a quien no quiero! ¡Nadie!

– No soy un granjero y carezco de toda vocación para esos menesteres -repuso Flynn con brutalidad-. Soy un cortesano, así como tu hermana, la condesa de Witton, es una dama de la corte. Sólo me vivifica el aire que rodea a los poderosos. Me encantan sus intrigas, sus proyectos, sus conspiraciones. Me aburriría si viviera en el campo, corderita, como tú te aburres en palacio.

– ¿Entonces por qué me besaste, Flynn Estuardo?

– Porque eres bella, tentadora y quieres que te seduzcan.

– Pero tú no me sedujiste -contraatacó Elizabeth-. De hecho, siempre te has comportado como un caballero.

– La seducción lleva tiempo, muchacha. El lobo debe ganarse primero la confianza de la corderita. Y solo cuando ha logrado engatusar por completo a la inocente criatura, arremete -dijo Flynn, mientras la atraía hacia sí y la miraba a los ojos-. ¿Acaso quieres ser mi ruina? ¿Piensas que si te seduzco y se lo cuentas a la señorita Bolena me obligarán a casarme contigo? No, corderita. Me encerrarán en la Torre y tal vez mi hermano interceda por mí, en cuyo caso me enviarán a mi país, deshonrado. O quizá Jacobo V prefiera desentenderse y entonces languideceré para siempre en prisión. En cuanto a ti, volverás a casa con tu tío. Y él confeccionará la lista de los candidatos del norte para que la familia pueda elegirte un marido. Siempre y cuando mi semilla no haya echado raíces en tu cuerpo, desde luego. Como bien sabes, la semilla de los Estuardo es muy potente y podrías parir a un bastardo.

– A quien educaría para que fuese un buen inglés. Y entonces tendría un heredero, una perspectiva más agradable que casarme con un hombre a quien no amo -dijo Elizabeth con aire desafiante.

Él rió de nuevo, y al hacerlo arrugó los ojos de una manera encantadora.

– No seré tu carnero reproductor, corderita. Tampoco permitiré que durante tu estancia en la corte hagas tonterías. Aquí no hay nadie para ti, pero quizá, cuando regreses a Friarsgate, mires a alguno de tus vecinos con más generosidad -dijo, acariciándole el rostro con ternura-. Yo no sería un compañero dócil, corderita. Estaría siempre pegado a tus talones y no tendrías tiempo de ocuparte de nada, salvo de mí.

Luego le dio un dulce y prolongado beso que la dejó sin aliento. Finalmente, Elizabeth se apartó y, sacando la llave del bolsillo, abrió la puerta y traspuso el umbral.

– ¡Eres un reverendo tonto, Flynn Estuardo! -gritó, dando un portazo, al tiempo que lo escuchaba desternillarse de risa del otro lado de la pared del jardín. Elizabeth entró en la casa hecha una furia. Era un hombre insoportable y ella se había comportado como una tonta. ¡Pero sus besos eran tan deliciosos!

Necesitaba pensar y optó por meterse en la cama.

– ¿Te sientes mal? Tu fiesta de cumpleaños se celebrará dentro de dos días. No puedes darte el lujo de enfermarte -se preocupó Philippa.

– Creí que no aprobabas la decisión de la señorita Bolena -repuso Elizabeth con malevolencia.

– No, pero como el rey también aprueba el festejo, lo considero un honor. Si no estás lo bastante sana para concurrir, se sentirán muy frustrados.

– No pienso ir a menos que estés a mi lado, hermana. Dependo de ti y de tus conocimientos acerca de las costumbres de la corte.

– Eres una mentirosa, y sospecho que gozas de perfecta salud. ¿Qué ha sucedido, Bessie? Y no me digas que no sucedió nada porque soy más vieja y más sabia que tú.

– Me arrojé a los brazos de un hombre y fui rechazada de plano. ¡Y no me llames Bessie!

– ¿De modo que puedes sucumbir a la tentación? No deja de ser una buena noticia, pues llegué a sospechar que solo te atraían las ovejas. ¿Quién es el caballero? ¿Crees que sería un buen marido? ¿Y por qué te rechazó? A menos, por cierto, que su corazón pertenezca a otra, en cuyo caso lo hubieras sabido. Y no eres tan tonta como para arrojarte los brazos de un hombre en esas circunstancias. -No está comprometido. Ni siquiera tiene una amante. Se lo pregunté.

Philippa estuvo a punto de reprenderla, pero prefirió cerrar los ojos y tragarse la reprimenda. Evidentemente, su hermana no sabía cómo comportarse en una sociedad elegante.