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Mientras cruzaba los jardines, se le acercó de pronto un caballero con máscara de lobo.

– Hola, corderita -la saludó Flynn Estuardo. Elizabeth se echó a reír.

– ¿Acaso has venido a comerme? -le preguntó en un tono provocativo.

– Ojalá me estuviera permitido hacerlo -respondió el joven, con cierta tristeza.

– Pero eres un escocés leal.

– Sin embargo, considerando el lugar donde vives y las costumbres de tu familia, mi nacionalidad no debería impedirnos seguir siendo amigos, corderita -dijo, tomándola del brazo-. Jamás seremos enemigos, Elizabeth Meredith, pese a las diferencias entre nuestros países.

– No nunca seremos enemigos, pero…

Flynn le selló los labios con sus dedos y por un momento se miraron en silencio

– No digas nada, corderita, es mejor así.

Ella asintió con la cabeza mientras dos lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

– El primer amor rara vez es el último -dijo el joven con dulzura-. Lo sé por experiencia.

– Nunca dije que te amaba -musitó Elizabeth.

– No, no lo hiciste.

– Si fueras solamente un escocés y no el hermano del rey…

– Pero soy el hermano del rey. Y por ese motivo debo decirte adiós, corderita. Nunca volveremos a vernos -repuso Flynn, al tiempo que la tomaba de los hombros y la besaba en la frente. Luego se dio vuelta y desapareció en la oscuridad que envolvía los jardines del palacio.

Elizabeth se echó a llorar. ¡Era tan injusto no recibir en su cumpleaños el regalo que más deseaba!

– ¡Quiero regresar a casa! ¡Quiero volver a Friarsgate! -murmuró, como si le hablara a la noche.

Y entonces sintió que un brazo se deslizaba en torno a sus hombros para brindarle consuelo. Y como de costumbre, allí estaba lord Cambridge.

– ¡Oh, tío! -sollozó.

– Él es más sensato que tú, Elizabeth, pero eso no significa que no tenga el corazón destrozado.

– ¡No es justo!

– La vida, mi ángel, rara vez lo es. Y en tu condición de heredera de una gran propiedad, lo sabes mejor que nadie. Aquí abundan los desaprensivos que viven en el presente y jamás piensan en el porvenir. Pero tú no perteneces a esa categoría, ni tampoco Flynn -dijo con dulzura-. Y ahora ven conmigo y regresemos a casa.

– ¿A Friarsgate?

– A Friarsgate -le respondió, y se alejaron juntos del palacio mientas la luna resplandecía en el río que acababan de dejar atrás y comenzaban a apagarse las farolas en los verdes jardines de mayo.

CAPÍTULO 08

Al día siguiente, Elizabeth se despertó muy tarde. No quería volver jamás a la corte, pero la sensatez de Philippa prevaleció sobre sus confusas emociones.

– Debes quedarte hasta fin de mes. Sería sumamente incorrecto partir antes que el rey, hermanita.

– Pero no soportaré ver de nuevo a Flynn Estuardo -sollozó.

– ¿Qué demonios te pasa? -la regañó Philippa-. Él no te conviene y lo sabes. Además, acaban de conocerse. Y no solo es escocés, sino un Estuardo ilegítimo. ¡Por Dios, Elizabeth! Pareces una adolescente encaprichada con su primer amor. Espero que no hayas sido tan tonta como para dejarte seducir.

– Flynn es un caballero -contraatacó la joven-, y ser escocés no tiene nada de malo. Y si el primer amor consiste en ilusionarse con una persona, entonces puedes considerarlo mi primer amor. Y en cuanto a la adolescente encaprichada, no soy como esas muchachitas que vienen a Greenwich llenas de expectativas solo para perder la virtud con algún presumido cortesano. Si me impulsara la pasión, hace rato que habría perdido la inocencia con un pastor lo bastante guapo para tentarme.

– ¡No digas esas cosas! -exclamó la condesa de Witton, escandalada.

Elizabeth se echó a reír.

– Oh, hermana, mi reputación es tan pura como agua de manantial y no perjudicará la tuya. Si hoy no concurro a la corte nadie se molestará en entregarse a los placeres de la maledicencia a costa de mi persona, te lo aseguro.

– No puedes irte de Greenwich sin antes despedirte del rey. De seguro querrá enviarle un mensaje a mamá.

– Presumo que otra ingeniosa diatriba acerca de su marido, el pobre Logan Hepburn -murmuró Elizabeth-. ¿Crees que mamá fue alguna vez la amante del rey?

– Hace años circularon rumores en ese sentido, pero nuestra madre siempre lo negó.

– ¿Y tú le creíste? -preguntó con malicia.

– Desde luego -respondió Philippa. Y luego agregó-: Me convenía hacerlo. ¿Qué habrían pensado si hubiese dudado de mi propia madre?

– ¡Entonces crees que fue su amante!

– Honestamente, no lo sé. Lo que sí sé es que el rey se muestra hoy día más afectuoso con ciertas damas, aunque no de una manera lujuriosa. Pero lo importante, Elizabeth, es que eres la hija de Rosamund Bolton, su amiga de la infancia. El rey y la reina han sido muy buenos con Banon, conmigo y con nuestra familia. Incluso te hubiera encontrado un esposo, si se lo hubieses pedido. De modo que no puedes dejar la corte sin despedirte del rey. Y de tu amiga Ana Bolena, por cierto.

Elizabeth sonrió con ironía.

– No estás dispuesta a ser su amiga, ¿verdad? Pero si tu hermana lo es y Ana llega a ser reina, esa relación favorecerá a tus hijos. Según tengo entendido, uno de ellos es el paje de su tío, el duque de Norfolk.

– Sí, gracias al rey. Mi hijo pertenecía al séquito de Wolsey, pero cuando este cayó en desgracia, estuvo a punto de perder su posición y entonces el rey le pidió al duque de Norfolk que lo tomara a su servicio, alegando que a un duque le está permitido utilizar el paje de otro. Si no fuera por Enrique Tudor, Owein se hubiera visto obligado a regresar a casa. Los Howard son una familia muy poderosa, Elizabeth. Y tus sobrinos sirven a los dos hombres más poderosos del reino.

– Te prometo que no me iré sin despedirme de Su Majestad y de mi amiga Ana Bolena. Pero hoy deseo estar a solas con mis pensamientos.

– De acuerdo. Y permíteme darte un consejo: no alimentes sueños imposibles. Considera, más bien, lo que harás de ahora en adelante para conseguir marido. Mamá y yo rara vez coincidimos en algo, pero en lo tocante a tu casamiento pensamos de la misma manera, y también Banon.

– ¡Vete de una buena vez! -exclamó su hermana tapándose la cabeza con la colcha. Escuchó los pasos de Philippa cruzando el dormitorio y el ruido de la puerta cuando se cerraba. Aun así, se asomó para comprobar si se había ido. Luego oyó voces en la antecámara; seguramente Philippa le estaba dando órdenes a la pobre Nancy. Volvió a redarse y Se dedicó a planificar el día.

Era una hermosa mañana de finales de mayo, demasiado bella para permanecer acostada, pero también demasiado bella para desperdiciarla en la corte. En realidad, tenía ganas de cabalgar.

– ¡Nancy!

La doncella apareció de inmediato en la puerta de la alcoba.

– ¿Sí, señorita?

– ¿Lord Cambridge ya ha salido?

– Aún no es mediodía, señorita. Pero supongo que estará despierto, pues vi al señor Will preparar la bandeja del desayuno.

– Ve y dile si puedo hablar con él.

Nancy se apresuró a cumplir la orden de su señora, quien, levantándose finalmente del lecho, se dirigió a la ventana que daba al jardín. En ese momento, su hermana se encaminaba a la puerta que separaba la mansión Bolton del bosquecillo. Por nada del mundo se perdería las últimas festividades de mayo. "Bueno -pensó Elizabeth-, ella encontrará algún pretexto para justificar mi ausencia y yo gozaré de plena libertad. Quiero andar a caballo. Me pregunto por qué nadie sale a cabalgar en Greenwich. No he montado a mi caballo desde que llegué aquí".

Nancy acababa de regresar a la alcoba.

– Lord Cambridge dice que la espera, señorita.

Elizabeth, vestida con una larga camisa, abandonó sus aposentos, bajó al salón y se dirigió al ala de la casa donde se hospedaba su tío.