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– No, esta noche me quedaré con ustedes. Si deciden acostarse luego de la cena, entonces concurriré a las celebraciones de la corte. Además, mañana regresarás a la casa de Londres, navegando en la confortable barca de Tom, de modo que el viaje no te resultará extenuante. Solo al día siguiente, cuando hayas cabalgado durante horas, recordarás que tienes un trasero -la provocó su hermana.

Lord Cambridge hizo una mueca de dolor.

– ¡No menciones el sufrido trasero, querida! Algún día habrá una manera más cómoda de viajar. Ojalá viva para verlo, pero evitaré seguir bajando. De Otterly a Friarsgate y no más lejos, queridas sobrinas. ¡Lo juro!

– Oh, dentro de unos años te aburrirás de la pacífica Cumbria y no podrás resistir el deseo de volver a la corte. Y cuando las cinco hijitas de Banon se conviertan en muchachas casaderas, no tendrás más remedio que volver al sur para encontrarles marido, lo que te resultará mucho más sencillo que en mi caso -rió Elizabeth.

– Aún no me he dado por vencido, sobrina -repuso con aire enigmático.

William Smythe no tardó en unirse a ellos y pasaron una agradable velada. Comieron una espléndida cena y las hermanas cantaron juntas como lo habían hecho durante la infancia. Luego Will y lord Cambridge jugaron una partida de ajedrez mientras las jóvenes conversaban

– Si te casas, debes saber ciertas cosas acerca de los hombres y las mujeres. No me atrevería a encomendarle esa tarea a mamá. Escúchame bien, y no repitas a nadie lo que voy a decirte.

– No gastes saliva, hermana. Sé todo cuanto necesito saber.

– Supongo que lo aprendiste de las ovejas. Pero las ovejas no son personas. -Elizabeth se limitó a lanzar una risita de complicidad, y Philippa exclamó-: ¡Banon! Banon ha hablado contigo y te lo ha contado todo con pelos y señales. Bueno, me alegra que lo hiciera. La ignorancia no es una bendición, aunque supongo que serás lo bastante sensata como para simular ignorancia la noche de bodas.

Elizabeth no se molestó en responderle. Podía ser ignorante pero no quería discutir esos temas con su hermana mayor.

– Es hora de acostarme -dijo levantándose del sofá y besándola en ambas mejillas-. Adiós, querida. Partiremos al alba y no creo que estés despierta cuando nos vayamos. Gracias por todo. Estar contigo fue maravilloso, hermana. Las dos hemos madurado y, afortunadamente, nos hemos vuelto más sabias con el correr del tiempo.

– Sí. Dale a mamá mis cariñosos saludos y dile que venga a Brierewode a conocer a sus nietos.

– Mamá no viajará al sur, pero si los trajeras al norte, podría conocerlos. Te extraña, Philippa, y nunca superó lo que hiciste, aunque yo sea una castellana mucho más eficiente de lo que tú hubieras sido. Cuando tu hija sea mayor, ven a vernos, te lo suplico.

Philippa simuló sentirse desconcertada ante la suave reprimenda de Elizabeth.

– Tal vez el próximo verano, cuando Mary Rose haya cumplido dos años.

– Mamá estará encantada, y puedes quedarte en Friarsgate en lugar de ir a Escocia. La casa de Claven's Carn está más habitable gracias a' buen gusto de nuestra madre, pero no se compara con la mía. No per mitas que te ciegue tu amor por la corte, querida hermana. La corte siempre estará allí, a tu entera disposición, pero mamá no. Adiós, Philippa y sin esperar respuesta, dio media vuelta y subió las escaleras. Al verla abandonar el salón, lord Cambridge y Will Smythe se levantaron de la mesa de ajedrez, situada junto a la ventana que daba al río.

– Todavía no ha oscurecido -se quejó Thomas Bolton-. ¡Estos largos crepúsculos y estos días interminables pueden ser tan engañosos! pero si Elizabeth ha decidido retirarse, me corresponde imitarla. Ya la conoces de sobra. Suele partir antes del alba y me regañará si me demoro. Vuelve a palacio y diviértete un poco, si así lo deseas.

– Quizá vaya, aunque dije que no lo haría. Pero si todos han decidido meterse en la cama… Me llevaré un farol para alumbrar el camino cuando regrese, tío -dijo abrazándolo con fuerza-. ¡Adiós, entonces! Te extrañaré muchísimo, como siempre.

Él la besó en ambas mejillas.

– ¡Y yo te extrañaré a ti, querida muchacha! Felicita a Crispin de mi parte. -Hizo una pausa, como si estuviera considerando lo que iba a decir a continuación, y luego agregó-: Debes venir al norte el próximo verano, Philippa. Eres la primogénita de tu madre y Rosamund te echa de menos, pues no te ha visto desde que abandonaste Friarsgate. Para entonces, tu heredero será casi un adolescente. Ella no lo conoce, como tampoco conoce a tus otros hijos. El rey y el duque les concederán licencia, si les explicas la situación. Si no fuera por tu madre, hoy no serías condesa. Recuérdalo cuando decidas postergar tu viaje a Friarsgate. No me decepciones ni decepciones a tu madre. ¡Adiós, mi ángel! -Le dio un beso en la frente y subió las escaleras rumbo a su alcoba.

– Que Dios la bendiga, milady -dijo William Smythe besándole la mano y haciendo una reverencia.

– Gracias, Will. Como verás, me acaban de dar un bonito sermón.

– En efecto, milady. Pero es producto del amor que milord siente por toda su familia, y usted lo sabe.

– Que tengas un buen viaje, querido Will.

– Gracias, milady. Adiós -dijo el secretario de lord Cambridge y se apresuró a abandonar el salón.

Philippa se quedó sola. Había sido un mes de lo más interesante. Sin embargo, y tal vez a causa de la inminente partida de su hermana, deseaba volver a Brierewode lo más pronto posible. Entrañaba a Crispin. Extrañaba al pequeño Hugh y a su niñita. Pero, esta noche regresaría a palacio y se uniría a las celebraciones, cuyos principales protagonistas serían, sin duda, el rey y su descarada amante, la señorita Bolena.

Antes de partir, debía hablar con Henry y Owein acerca de la necesidad de ser discretos. Últimamente, sus dos hijos mayores habían olvidado sus buenos modales y era preciso volver a encarrilarlos. Ana Bolena terminaría como todas las rameras de Enrique Tudor, pero por ahora detentaba el poder y no convenía que acusaran a los hijos del conde de Witton de faltarle el respeto o de no mostrarle la debida deferencia, influidos por opiniones ajenas. ¿Por qué no le habían explicado las dificultades que implica ser madre? Con un suspiro de resignación, salió de la casa y se apresuró a volver a palacio.

Cuando despertó a la mañana siguiente, su tío y su hermana ya habían abandonado Greenwich.

El tiempo les había sido favorable, pues el día amaneció despejado, cálido y sin viento. Navegaron río arriba con la marea creciente y llegaron temprano a la mansión Bolton, situada en las afueras de Londres. Habían decidido continuar el viaje ese mismo día, de modo que se quedaron allí el tiempo suficiente para desayunar y reunir a la custodia armada. Will, en cambio, continuó cabalgando a fin de reservar habitaciones en un hospedaje confortable.

Elizabeth ni siquiera notó el mal estado de muchos de los caminos y galopó cuanto pudo. En Carlisle, pasaron la noche en una casa de huéspedes perteneciente a St. Cuthbert, donde su tío abuelo, Richard Bolton, era prior. A pesar de sus casi setenta años, Richard era todavía un hombre apuesto, con sus enormes ojos azules y el cabello blanco como la nieve.

– ¡Primo Thomas! -exclamó, saludando a lord Cambridge-¿Has vuelto con buenas noticias? Elizabeth, mi pequeña, te ves radiante. ¿Acaso el brillo de tus ojos se debe a algún guapo caballero?

– No, señor -repuso la joven con arrogancia-. El brillo de mis ojos se debe a que estoy cerca de mi amado Friarsgate. No he encontrado marido y mamá se va a sentir terriblemente desilusionada, me temo.

Richard Bolton meneó la cabeza.

– Tal vez tu destino esté aquí, en el norte, querida niña. -Luego miró a lord Cambridge y dijo-: Te ves cansado, primo. Al parecer, esos viajes tan largos ya no son para ti.

– Así es, lamentablemente -admitió Thomas Bolton lanzando un hondo suspiro.

Acompañados por el prior, cenaron una comida sencilla y luego la joven se retiró al ala correspondiente a las mujeres, en tanto que sus parientes masculinos se sentaban a conversar frente a una jarra de vino.