– Le debo lealtad a mi padre.
– Me alegra oírte decir eso. La lealtad es una de las virtudes que más valoro en un hombre. Así que, por favor, no vuelvas a decirme que eres indigno de mí o de cualquier otra mujer.
– Besas mejor ahora -Baen cambió de tema.
– Gracias a las asiduas lecciones de Flynn Estuardo, supongo -bromeó Elizabeth con malicia.
Apuesto a que nunca te han dado una buena tunda en el trasero gruñó el escocés.
– Ahora estamos a la vista de todo el mundo, Baen. No lograrás asustarme con tus amenazas -replicó con una sonrisa burlona.
– Algún día, pequeña…
– Esperaré ansiosa la llegada de ese día, mi valiente escocés. Dime, ¿azotas traseros tan bien como besas y acaricias?
Baen estalló en una carcajada.
– Ya lo comprobarás, jovencita, pues sospecho que en algún momento deberé hacerlo.
– Es muy probable -coincidió Elizabeth.
Thomas Bolton los observó atentamente mientras regresaban. Los había visto huir del fuego, junto con otras jóvenes parejas. Según Maybel, Elizabeth jamás había hecho algo así. ¿Hasta dónde había llegado el flirteo? Había briznas de paja en el cabello de la joven, pero no tenía la expresión de una mujer satisfecha. El escocés era un auténtico caballero y no había sucumbido a la tentación. Lord Cambridge hablaría con su sobrina a la mañana siguiente. Tenía que averiguar cuáles eran sus sentimientos y si valía la pena seguir adelante con la estrategia que había planeado para resolver los problemas de la familia.
– ¿Estás tramando algo, tío? -preguntó Elizabeth sentándose en un banco junto a él.
– ¿Qué te hace pensar semejante cosa, mi querida?
– Estás frunciendo el ceño, como sueles hacer cada vez que meditas sobre algún problema. La Noche de San Juan no es el momento más propicio para sumirse en serias elucubraciones.
Ya era la madrugada. Comenzaba un nuevo día. "Es mejor que le hable ahora mismo" -pensó Thomas Bolton.
– ¿Te gusta el escocés? -preguntó sin rodeos.
– Nos viste cuando nos alejamos de la fogata -sonrió Elizabeth.
– No me has respondido, tesoro. ¿Te gusta Baen MacColl?
– Sí, tío, ya conoces mi afición por los escoceses.
– ¿Crees que sería un buen marido?
Elizabeth se ruborizó, pero al instante respondió:
– Sí, tío. Sin embargo, no olvides que es escocés y Friarsgate debe pertenecer a Inglaterra. Me gusta flirtear con él, pero tendría las mismas dificultades que con Flynn Estuardo.
– No, no es lo mismo. Flynn es hijo del difunto rey Jacobo IV y medio hermano del actual monarca de Escocia. Él les debe absoluta lealtad a los Estuardo. En cambio, Baen es el hijo bastardo de un hombre cuyas tierras son mucho más pequeñas que las tuyas. Pese a ser el primogénito, no tiene derecho a heredar. Todos los bienes de Colin Hay pasarán a manos de sus dos hijos legítimos.
– Baen es tan fiel a su padre como Flynn a su rey, tío. Él me dijo que carece de propiedades y que todo lo que posee pertenece a su padre.
– ¿Su padre realmente lo ama?
– Sí, mucho.
– Entonces aprovechará toda oportunidad de mejorar la posición de Baen. Conoció a su hijo cuando tenía doce años. Si bien le ha brindado cariño, conocimientos y protección durante veinte años, dudo que se oponga a que él se case contigo.
– Y se convierta en amo de Friarsgate, querrás decir.
– Siempre serás la dama de Friarsgate, tesoro, y Baen parece un hombre bueno e incapaz de usurpar tu lugar.
– Deja que eso lo averigüe yo misma con el tiempo. Él acaba de llegar y vivirá aquí varios meses. Necesito estar segura de que vamos a congeniar, tío. Además, te ruego que no le cuentes a nadie de esta conversación. No quiero que mamá y Logan se enteren todavía.
– En algún momento tendré que comunicar a tu madre que has vuelto a casa. Y sabes que sentirá curiosidad por saber qué haces.
– Dile solamente que se te ha ocurrido una idea y que precisas tiempo para analizarla.
– ¿Quién está tramando cosas ahora? -preguntó lord Cambridge jocoso.
– ¿Crees que Baen se casaría conmigo?
– Sería un tonto si no lo hiciera.
– ¿Volverás pronto a Otterly?
– He enviado a William a averiguar cómo avanza la obra. Me temo que requeriré de tu hospitalidad por un tiempo más, querida. ¿Estás de acuerdo? -le prodigó una dulce sonrisa. Sus brillantes ojos marrones transmitían todo el amor que sentía por ella.
– Por supuesto. Celebro que te quedes más tiempo, tío del alma, necesitaré tus consejos y tu protección cuando mamá y Logan me regañen.
– Terminemos ese asunto de una vez por todas, mi ángel. Mañana mismo le escribiré una carta a tu madre. No podré evitar que venga corriendo a Friarsgate, pero juntos la tranquilizaremos. Y cuando Rosamund haya regresado a Claven's Carn, te dedicarás a seducir al escocés. Dispondrás de parte del verano y de todo el otoño para cumplir tu cometido, pequeña.
– ¡Ay, tío! ¿Qué te hace pensar que intento seducirlo? Soy una virgen decente -declaró Elizabeth algo indignada.
– ¡Ja, ja, ja! Es imposible que no hayas heredado el carácter fogoso de tu madre y tus hermanas. Elizabeth, en tu relación con Baen MacColl, sigue siempre los dictados del corazón y del instinto. Jamás te defraudarán.
– ¡Me sorprendes, tío Tom!
– Lo sé, querida. Rosamund y tus hermanas también reaccionaban como tú ante mis consejos. No tengo esposa ni amantes, tesoro, pero conozco muy bien el amor. -Se levantó del banco-. Hay mucha humedad y las noches de verano no son buenas para este pobre anciano. Iré a la cama.
– Yo también. ¿Cuándo crees que regresará William?
– Dentro de unos días. Mañana enviaré un mensaje a tu madre y lo redactaré de manera tal que entienda que debe venir sola y no con Logan.
– Sería lo mejor. Si mi padrastro se entera de que estoy pensando en casarme con un escocés, me mandará a todos los hijos de sus amigos -suspiró-. No comprendo a ese hombre, tío. Esperó tantos años a mamá y, sin embargo, no entiende que yo también quiera amar y ser amada.
– Es a tu madre a quien tenemos que convencer, mi ángel. Ella se ocupará de explicar a su salvaje escocés que entregarás tu corazón a quien debas entregarlo.
A la mañana siguiente enviaron un mensajero a Claven's Carn y unos días más tarde Rosamund Bolton Hepburn apareció en Friarsgate acompañada solo por el emisario y John Hepburn, su hijastro. Lord Cambridge corrió a saludar a su adorada prima con un cálido abrazo.
– ¡Queridísima mía! -exclamó besándola en ambas mejillas-, Luces radiante como siempre. ¡Bienvenida a casa!
La escoltó hasta el salón donde Maybel aguardaba a la mujer que había criado. Las dos se abrazaron emocionadas y se sentaron a parlotear. Minutos más tarde, la anciana nodriza se levantó del asiento.
– Veré cómo anda la cena.
Lord Cambridge se sentó junto a Rosamund y le ofreció una copa de vino.
– Supongo que me hará falta un trago. ¿Dónde está Elizabeth?
– Donde debe estar: en el campo contando las ovejas. Es una excelente ama y señora de Friarsgate.
– Sin marido ni herederos. ¿No había ningún candidato potable en la corte? ¿Alguien a quien mi hija pudiera amar?
– Nadie, absolutamente nadie. Estuvo flirteando un poco con el hijo bastardo del difunto Jacobo Estuardo y mensajero personal de Jacobo V en la corte de Enrique Tudor. A propósito, nuestro rey te manda saludos.
– ¿Y Catalina no?
– La reina no estaba en la corte. La enviaron a Woodstock. Ana Bolena es quien gobierna ahora en su lugar. Enrique está muerto de amor por ella.
– ¡Pobre Catalina! Pese a ser una reina y a su gran devoción a Dios, ha tenido una vida mucho más desdichada que la de cualquier mujer humilde. Siento una gran pena por ella, Tom. Y de haber estado en la corte, estoy segura de que Catalina le habría conseguido un buen esposo a mi hija. Pero me decías que se te ocurrió una posible solución para este problema. Dímela ya mismo, te lo suplico.