– ¿Por qué han hecho semejante viaje en pleno invierno? Coincido con lord Cambridge. Esta es la peor época del año para viajar.
– ¿Dónde está su hijo? -inquirió Logan, abruptamente.
– ¿Cuál de ellos? Tengo tres.
– Baen. Baen MacColl.
– Está con las ovejas y volverá al atardecer, cuando se asegure de que los pastores y los rebaños estén a cubierto durante la noche. El pobre ha emprendido una batalla perdida de antemano. Las ovejas ya no prosperan en Grayhaven. Al principio lo hicieron y pensamos que era una buena idea, pero luego comprobamos que no era así. Baen está muy decepcionado. Si desean venderle más ovejas, entonces han viajado en vano, me temo.
Thomas Bolton sonrió.
– Hay solo una ovejita que él debe adquirir, lo quiera o no. Pero la compra le resultará harto provechosa, se lo aseguro, señor.
– ¡Tom! -exclamó Logan escandalizado-. No puedes tomar a broma un asunto de tanta gravedad.
– ¿Qué ocurre, pues? No necesitan la presencia de mi hijo para decirme de qué se trata.
– Es mejor que él esté presente-replicó lord Cambridge con seriedad-. De ese modo, no habrá necesidad de repetir el relato dos veces. ¿Podría mandar a buscarlo? Falta mucho para el anochecer, querido señor.
– Sí, que venga ya mismo, así aclaramos las cosas de una vez por todas -exigió Logan Hepburn.
– Aunque más no sea para satisfacer mi curiosidad -repuso Colin Hay. Luego, dirigiéndose a un sirviente, ordenó-: Busca a Baen y dile que se presente en el salón lo antes posible.
El hombre hizo una reverencia y partió a toda prisa.
– Por casualidad, ¿no tendría un poco de queso? No probamos bocado desde el alba, cuando nos dieron por desayuno unas galletas de avena secas, seguramente escondidas durante años en la alforja de algún miembro del clan. Sabían a cuero viejo -dijo lord Cambridge, escociéndose ligeramente y bebiendo un sorbo de vino.
– Ya es la hora del almuerzo. En invierno, la comida principal se sirve al mediodía, pues, salvo Baen, pocos se aventuran a salir a la intemperie ¿Vienen ustedes de lejos?
– De Claven's Carn, en las fronteras occidentales -dijo Logan.
– Y yo de Otterly, que queda a una considerable distancia de aquí -agregó Thomas Bolton.
– Debe de ser un asunto muy importante o no hubiesen viajado desde tan lejos y con este tiempo -comentó Colin Hay, preguntándose por qué deseaban hablar solamente en presencia de Baen. Si su hijo hubiese preñado a una criada, no se habrían molestado en venir. Luego se acordó de la dama de Friarsgate. Cuando el muchacho hablaba de ella -lo que hacía en raras ocasiones, pues desde su regreso de Inglaterra se había mostrado taciturno- se le iluminaban los ojos. ¿Cuál era su nombre? No podía recordarlo, o tal vez nunca lo había sabido.
Al cabo de una hora Baen apareció en el salón de su padre.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó al entrar. Luego vio a Thomas Bolton y a Logan Hepburn y empalideció-. ¡Elizabeth! ¿Le ha ocurrido algo a Elizabeth? -inquirió con voz ahogada.
– ¡Querido, querido muchacho! -exclamó lord Cambridge abrazando efusivamente a Baen-. Es una delicia volver a verte, aunque hubiera preferido hacerlo en un clima más cálido.
– Tom, ¿le ha ocurrido algo a Elizabeth? -repitió el joven.
– No, querido, goza de perfecta salud, dadas las circunstancias -repuso con una sonrisa irónica.
– ¡Está embarazada y es tu hijo quien le abulta el vientre! -le espetó Logan sin rodeos-. Por lo tanto, volverás a Friarsgate y cumplirás con tu deber.
– No puedo -respondió Baen angustiado.
– ¿Y por qué no puedes? -le preguntó Logan a punto de estallar de furia.
– Le debo fidelidad a mi padre.
– ¡Mi hijastra no es una criada sino la dama de Friarsgate, y ese niño heredará sus tierras! ¡No puedes abandonarla, Baen MacColl no lo permitiré!
– Tampoco yo -terció de pronto el amo de Grayhaven-¿Acaso me estás diciendo, pedazo de tonto, que dejarás a esa muchacha a causa de tu lealtad hacia mí? ¿Cómo se te ha ocurrido una idea tan estúpida? -le dio una palmada en la cabeza y agregó-: ¿La amas?
– Nos casamos de manera provisoria. ¿Eso no es suficiente?
Su padre le dio otra palmada.
– Respóndeme, cabeza de chorlito: ¿la amas?
– Sí, papá, pero…
– Entonces te casarás formalmente por la Iglesia y le darás un apellido a mi nieto. No engendrarás un bastardo, como hice yo. Te amo, Baen, pero no hay nada para ti en Grayhaven. Especialmente ahora, cuando nos va mal con las ovejas. ¿Por qué no deberías tener una esposa, hijos y un hogar propios? Si estuviera viva, Ellen se alegraría tanto como yo. Serás el señor de una magnífica propiedad, hijo mío.
– No -dijo Logan Hepburn-. Será el esposo de la dama de Friarsgate y nada más. Sólo el padre del heredero, a menos que ella se lo permita. No le mentiré, lord Hay. Elizabeth está muy enojada con Baen por haberla dejado, al punto de que estaba dispuesta a criar sola a su hijo. En suma, Friarsgate pertenece a la dama, aunque se case con ella.
– Comprendo -repuso Baen.
– Yo no -dijo su padre-. ¿Quién administra ahora las tierras de la muchacha?
– Elizabeth se ha hecho cargo de Friarsgate desde los catorce años -explicó lord Cambridge-. Y administra las tierras con eficacia, tal como lo hizo su madre antes de casarse con el querido Logan. Jamás pensó en ceder el control de su propiedad a un marido. Y Baen lo sabe.
Y como, según él, no piensa compartir con nadie la lealtad hacia usted, procuró no sucumbir a la atracción que experimentaba por mi adorable sobrina. Pero Elizabeth es una muchacha muy testaruda, lord Hay deseaba a su hijo y lo sedujo descaradamente.
– ¿Lo sedujo? -preguntó el amo de Grayhaven con incredulidad, y luego comenzó a reír-. Al parecer, es una joven lista y de genio vivo
Y un hombre engendra hijos fuertes en una muchacha así. Ahora bien continuó en un tono serio-, si él se casa con ella, ¿qué papel desempañará en Friarsgate?
– Será el esposo de la dama, una posición muy respetable, milord. No obstante, ella le concederá el cargo de administrador de Friarsgate como parte del contrato matrimonial. Hasta hace poco, su tío abuelo cumplía esa función, pero lamentablemente ya no puede hacerlo, pues ya es muy anciano.
– ¿Por qué la dejaste? -le preguntó Colin Hay a su hijo.
– Fue la decisión más difícil de mi vida, papá, pero mi lealtad hacia ti es incuestionable y no puedo compartirla con nadie. Me has amado y me has tratado tan bien como a tus hijos legítimos. Te debo la vida, papá. Tú me enseñaste lo que significan el deber y la lealtad.
Los ojos verdes de Colin Hay se llenaron de lágrimas, pero no iba a permitirse tamaña debilidad y, con impaciencia, se las secó con el puño. Acto seguido, se dirigió, furioso, a Baen:
– ¡No me debes nada, tonto! Un hombre ama a sus hijos y hace todo lo que puede por ellos. Obligarte a contraer matrimonio con esa muchacha de quien estás enamorado es lo mejor que puedo hacer por ti. Sabes que aquí nada te pertenece. Jamie y Gilly están primero. Y, como van las cosas, no creo que hereden mucho. No puedes rehusarte a este casamiento.
– Pero me convertiré en un inglés.
– No -dijo Logan Hepburn en un tono más amable-, serás un fronterizo, muchacho. Y aunque los escoceses robamos las vacas y las ovejas de los ingleses cuando podemos, y viceversa, un fronterizo es un fronterizo, no importa cuál de los lados de esa línea invisible considere su hogar. No somos totalmente ingleses ni totalmente escoceses. El viento sopla desde una dirección diferente en la parte occidental de la frontera.
– En su condición de esposo de la dama y de administrador, deben respetar y obedecer a mi hijo. No quisiera que sufriese ninguna humillación.