– Baen ya goza del respeto de los habitantes de Friarsgate -repuso el señor de Claven's Carn.
– Ruego a Dios que la guerra no nos separe -murmuró el amo de Grayhaven. Luego, dirigiéndose a Baen, agregó-: Quiero que regreses a Friarsgate y te cases con la señorita. Quiero que hagas por tu hijo lo que yo no pude hacer por ti. Dale un nombre a mi nieto. Y si en verdad deseas complacerme, acepta llevar mi apellido de ahora en adelante.
– No me disgusta llamarme Baen MacColl.
– Pues ahora serás Baen, el hijo de Colin Hay, y no el bastardo de ningún anónimo Colin.
Baen asintió lentamente con la cabeza.
– Siempre me sentí orgulloso de ser tu hijo, papá. Y supongo que en Inglaterra Hay será un apellido más apropiado para mis niños que MacColl. Si logro recuperar el amor de Elizabeth, te prometo que tendrás más de un nieto en Friarsgate.
– Entonces, regresa allí con mi bendición. ¡Y no olvides llevarte esas malditas ovejas antes de que me las coma!
– ¡Papá! Esas no son ovejas para comer -protestó Baen.
– Todas las ovejas son para comer-repuso el amo de Grayhaven lanzando una carcajada.
En ese momento, los dos hijos legítimos de Colin Hay entraron en el salón. La apariencia de lord Cambridge los dejó boquiabiertos. Nunca habían visto a nadie vestido con tanto lujo. Thomas Bolton, por su parte, les dedicó una mirada apreciativa. Evidentemente eran dos jóvenes muy apuestos, aunque algo rústicos para su gusto.
– Vengan, muchachos, y les presentaré a lord Cambridge y al señor de Claven's Carn. Y feliciten a su hermano, pues se casará muy pronto.
James y Gilbert Hay prorrumpieron en exclamaciones en las que se mezclaban la alegría y la sorpresa.
– Con la inglesita, ¿no es cierto? -dijo James.
– Sí -replicó Baen con voz calma.
Sus hermanos menores intercambiaron una mirada de complicidad, pero prefirieron no decir nada en presencia de los huéspedes.
– Tan pronto como reúna su rebaño volverá a Inglaterra. Las ovejas serán su dote -les informó el amo de Grayhaven.
Al oír esas palabras, los dos se desternillaron de risa. La preocupación de su hermano por las ovejas siempre les había causado gracia.
– Les agradezco a ambos sus buenos deseos -dijo Baen en un tono seco.
– Si te llevas las ovejas, ¿qué les serviré a los huéspedes el día de mi boda con Jean Gordon? -le preguntó James, muerto de risa.
– Deja que los Gordon se ocupen del asunto. Además, la boda se celebrará dentro de unos años, cuando la novia crezca. Al menos, la mía es una mujer hecha y derecha -repuso con sorna.
– Y con un niño en el vientre -intercedió Gilbert, incapaz de refrenar la lengua, pese a la furiosa mirada de su padre. A su juicio, el único motivo que justificaba la presencia de esos caballeros en Grayhaven y en pleno invierno, no era sino la preñez de la muchacha, pero Baen se rió ante el sarcasmo de su hermano menor.
– Sí-admitió-, pero nos desposamos provisoriamente este verano, Gilly. Ahora volveré a Friarsgate con la bendición de mi padre a fin de casarme con ella por la Iglesia.
– ¿Regresarás a Grayhaven?
– No. Debo administrar las tierras de Elizabeth y no tendré tiempo de retornar a Grayhaven. Mis obligaciones con respecto a Friarsgate me lo impedirán.
– Entonces, ¿no volveremos a verte? -murmuró Gilbert, acongojado.
– Puedes visitarme, Gilly. Papá te ha prometido en matrimonio a Alice Gordon, la hermana de Jean, y ella es una niñita que hasta no hace mucho usaba pañales. Ya tendrás tiempo de viajar, y los Hay de Grayhaven siempre serán bien recibidos en Friarsgate, ¿no es cierto, caballeros? -dijo, dirigiéndose a Tom y a Logan.
– Sí -contestó el señor de Claven's Carn sonriendo-. Los escoceses son siempre bien recibidos en Friarsgate. A menos, por supuesto, que lleguen en manada y sin invitación previa.
Todos festejaron la ocurrencia. James Hay se acercó a su hermano mayor y le dio un fuerte abrazo. En el fondo, lo aliviaba saber que Baen tendría un futuro y partiría muy pronto. Su padre siempre se había preocupado por encontrar un lugar para él. Ahora sería el administrador de Friarsgate, de modo que se alegraba de la buena suerte de su hermano. Y no sentiría tristeza alguna cuando se fuera de Grayhaven. Gilly, en cambio, lo echaría de menos, porque siempre había admirado a su hermano mayor. No al heredero de Colin Hay, sino a Baen MacColl. Por cierto, James también lo quería pero jamás pudo comprender por qué, pese a ser el heredero, el preferido de su padre no era él sino Baen.
– Te deseo lo mejor -le dijo con una amplia sonrisa, pensando que la partida de su hermano le sacaba un gran peso de encima y, al mismo tiempo, arrepintiéndose de albergar semejantes pensamientos.
Pasarían varios días antes de que Baen estuviera listo para abandonar Grayhaven. Marzo había comenzado y el tiempo era desapacible y húmedo. Colin Hay le proporcionó un carro cubierto para transportar los pocos corderos nacidos el mes anterior. Todavía eran demasiado pequeños para viajar con el rebaño y los caminos aún estaban cubiertos de nieve. No era la mejor época del año para trasladar a los animales, pero Baen estaba ansioso por retornar a Friarsgate y encontrarse de nuevo con Elizabeth.
El amo de Grayhaven releyó el contrato matrimonial. No le complacían en absoluto los estrictos términos impuestos por Elizabeth a su futuro esposo. Baen no tendría derecho a la propiedad, pues en caso de morir ella en el parto, su madre volvería a heredar las tierras. Si Elizabeth moría luego de parir a un heredero o a una heredera, la finca le correspondería a la criatura, cuya legítima tutora sería la abuela materna. Y si el niño fallecía, Friarsgate le pertenecería a Rosamund Bolton y no a Baen MacColl. Elizabeth lo había nombrado su administrador, pero todas las decisiones que se tomasen con respecto a Friarsgate debían ser aprobadas por ella. Como esposo y como administrador de la propiedad, gozaría de una posición respetable y recibiría una pequeña porción de las ganancias en moneda. Eso era todo.
– ¡Qué contrato! -exclamó Colin Hay, dirigiéndose a Logan y a lord Cambridge-. ¿Lo han leído? Evidentemente, no es una mujer fácil.
– Las mujeres de Friarsgate son propietarias natas en lo concerniente a sus tierras -replicó Logan.
– Elizabeth lo ama -intervino Thomas Bolton-, Confíe en mí, querido señor. Ella terminará por ceder y ese contrato será reescrito.
– ¿Por qué está tan enojada con mi hijo?
– En realidad, está enojada consigo misma. Elizabeth se jacta de ser una persona desapasionada y lógica. Pero se enamoró y cometió el error fatal en el que a menudo incurren los enamorados, especialmente las mujeres, pedir a su amante que elija entre su persona y alguien más, a quien también ama. En este caso, usted. Fue una tontería, por cierto. Después, cuando Baen la abandonó, ella cayó en la cuenta de que se había comportado como una cabeza hueca, pero el mal ya estaba hecho.
– Según hemos conversado, lord Cambridge, su madre habría aprobado el matrimonio, de haberlo negociado conmigo -dijo el amo de Grayhaven-. Ahora bien, ¿por qué no le encontraron antes un marido? ¿Qué pasa con la muchacha?
– A Elizabeth no le pasa nada -intervino Baen.
– Pero ¿por qué no se ha casado todavía?
– Porque es tan cabeza dura como su hijo -respondió Logan Hepburn-. Y no quiere compartir su autoridad con un marido. Sus hermanas encontraron esposos en la corte, y allí la enviamos el año pasado. Pero ella desea a un hombre que pueda amar Friarsgate, trabajar a su lado y que no trate de arrebatarle la propiedad. Y ese hombre es Baen MacColl.
– ¿Estás dispuesto a firmar el contrato matrimonial? Los términos no te favorecen.
– Lo firmaré. La amo y la amaré por siempre. Con la bendición de Dios, Elizabeth finalmente me perdonará por haberla abandonado.
– Pero, antes de partir, quiero que se celebre un matrimonio por poder. De ese modo sabré que mi hijo está protegido, en cierta medida.