– Tú también. Estás muy hermosa.
La joven se ruborizó, pero de inmediato hizo un gesto adusto.
– No trates de halagarme. Me abandonaste y regresaste sólo porque te obligaron. ¿Huirás a Escocia cuando el sacerdote nos haya casado?
– Me quedaré a tu lado para siempre, Elizabeth. Y no es cierto que te haya abandonado, pues jamás prometí que me quedaría en Friarsgate. Tenía que volver a Grayhaven y lo sabías muy bien.
– ¡Yo estaba embarazada!
– Un hecho que ignoraba en ese momento. Podrías haberme escrito una carta.
– ¡Te odio!
– Y yo te amo.
– ¡Señor! -dijo Albert y le dio un bouquet hecho con ramitas de brezos secos y atado con una cinta azul.
– Gracias. -Baen entregó el ramo a la novia-. Es lo único que encontré. Todavía no hay flores y ni siquiera sé en qué mes estamos.
Ella tomó la ofrenda, emocionada. Parpadeó para evitar que se le cayeran las lágrimas.
– Hoy es 5 de abril.
– Un mes perfecto para una boda.
– ¡Buenos días! -saludó Logan Hepburn-. He venido para escoltarte hasta la iglesia, si el novio me concede su permiso. Rosamund y el tío Tom te están aguardando afuera, Baen.
Cuando el joven se retiró, Elizabeth tendió el ramillete a su padrastro.
– Quiero odiarlo, pero el muy maldito ha logrado conmoverme con estas flores. ¿Cómo se atreve a tratarme así, Logan? Si tú y el tío Tom no lo hubiesen arrastrado hasta aquí, jamás habría aceptado casarse conmigo.
– Estás muy equivocada, Bessie. Él te ama y por eso quiere desposarte.
– ¡No me llames Bessie!
– Vamos, pequeña bruja -dijo el señor de Claven's Carn tomándola del brazo-. El padre Mata nos está esperando. Baen te adora, Elizabeth. Deja de comportarte como una tonta y de negar obstinadamente lo que tu corazón sabe muy bien.
El día era frío y gris. Las colinas estaban envueltas en una bruma plateada. La superficie del lago parecía un vidrio oscuro y jirones de niebla pendían sobre él.
Cuando llegaron a la iglesia, Logan se detuvo unos instantes en la puerta para que Elizabeth se calmara. La joven no paraba de sollozar.
– ¿Estás lista ahora? -preguntó finalmente. La muchacha asintió, ahogando el último sollozo. El bebé se movió y ella apoyó la mano sobre el vientre en un gesto maternal.
Rosamund, lord Cambridge, Maybel, Edmund, Albert, Nancy y Eriar estaban dentro de la iglesia. El señor de Claven's Carn condujo a su hijastra hasta el lugar donde se hallaba el novio y luego se colocó al lado de su esposa.
El padre Mata ofreció la primera misa del día y después procedió a casar a la joven pareja. Elizabeth se distrajo mirando ¡os hermosos vitrales que su madre había mandado instalar en la iglesia. En un día soleado, una miríada de colores se vería reflejada en los muros y los pisos de piedra. Baen le apretó la mano suavemente para que prestara atención al sacerdote. La ceremonia estaba por concluir; sin embargo, ella no recordaba haber pronunciado las solemnes palabras. Supuso que las había dicho; de lo contrario, el sacerdote no estaría envolviendo sus manos con el manto sagrado, ni dando su bendición ni declarándolos marido y mujer. Se ruborizó al pensar que no recordaría casi nada de su propia boda.
– Puedes besar a la novia -dijo el padre Mata.
Baen tomó por los hombros a la joven y le dio un delicado beso
– Eres mi esposa -le susurró al oído.
Elizabeth no emitió sonido alguno. No estaba lista para el matrimonio. ¿Cómo había permitido que la forzaran a casarse? Se puso pálida y comenzó a balancearse. Baen la sostuvo firmemente con sus brazos.
– Sujétate de mí. No pasa nada, solo necesitas comer algo. El niño tiene hambre.
Cuando entraron en el salón, Baen la ayudó a sentarse a la mesa y ordenó a Albert que sirviera el desayuno de inmediato. Rosamund se sentó junto a su hija, tomó sus heladas manos y las frotó para calentarlas. Baen colocó en sus labios una copa de sidra, que ella bebió con avidez. Cuando sus ojos se encontraron, la joven apartó la vista.
– ¿Mamá? -preguntó la joven con su vozarrón de siempre.
– No pasa nada, Bess… Elizabeth. El corpiño te oprime el pecho y tienes hambre. -Rosamund aflojó los lazos-. Ahora te sentirás mejor. Una mujer en tu condición no puede pretender estar a la última moda, ni siquiera el día de su casamiento. -Le sonrió y acarició sus mejillas.
La joven asintió, agradecida, e hizo una larga y profunda inspiración. Comenzaba a sentir calor de nuevo y la sidra le había hecho efecto. Sin embargo, la avergonzaba mostrarse tan débil frente a Baen. Él podía pensar que era una de esas mujercitas frágiles que requieren un control y un cuidado constantes por su propio bien.
– Estoy mejor -anunció con voz potente-. Albert, trae el desayuno. Los invitados tendrán que partir muy pronto si quieren llegar a sus hogares al anochecer.
Los sirvientes corrieron al salón portando fuentes y bandejas. Frente a cada comensal colocaron una escudilla de avena caliente con canela y pasas de uva, un plato con huevos cocinados en una cremosa salsa de eneldo y otro con jamón del campo. También había pan recién horneado, queso, mantequilla, mermelada y, de beber, vino, cerveza y sidra.
Logan Hepburn propuso un brindis por los recién casados y les deseó una larga vida y muchos hijos. A continuación, lord Cambridge se levantó de su silla y brindó por "la misión cumplida". Todos se echaron a reír. Luego tomó la palabra Edmund; dijo que él y Maybel habían visto nacer a Elizabeth y agradecían a Dios el haber podido asistir a su boda y, muy pronto, al nacimiento de su hijo.
Finalmente, terminaron de comer y los visitantes se aprestaron a partir de Friarsgate. La flamante pareja los acompañó hasta sus caballos. Una llovizna comenzó a caer.
Lord Cambridge se sintió embargado por una profunda tristeza cuando abrazó a su sobrina.
– Tesoro, tienes un esposo adorable. Cuídalo bien y haz las paces lo antes posible, por tu bien y el del niño. -La besó en ambas mejillas y la mantuvo en sus brazos unos segundos más-. Has hecho una excelente elección, Elizabeth, y él también.
– Ojalá pudieras quedarte, tío -dijo la sobrina en tono infantil.
– Si me quedo mucho tiempo más, Will va a pensar que lo he abandonado. No, querida. Es preciso que regrese. Hace rato que dejé de ser joven, aunque no es algo que suela admitir ante cualquiera. Ha sido un invierno largo y difícil, paloma. -Volvió a besarla, esta vez en la frente, y luego montó su caballo-. ¡Rosamund, tesoro, adieu, adieu! ¡Logan, querido, tu compañía ha sido deliciosa! ¡Baen, cuida a la heredera! ¡Es hora de marcharme! ¡Adiós, adiós a todos!
– Volveré dentro de unas semanas, cariño, a fines de mayo -dijo Rosamund a su hija-. Según mis cálculos, el niño nacerá a mediados de junio. Baen, por favor, no le permitas hacer tareas pesadas.
– Puedo ocuparme perfectamente de mi trabajo, mamá.
– Tú sí, pero el niño no soportará que andes corriendo de un lado a otro. Debes descansar hasta que nazca.
– ¿Como hiciste tú? -replicó la joven con ironía. Rosamund comenzó a reír y abrazó a su hija.
– Al menos inténtalo.
– Por una vez en tu vida, escucha a tu madre, Elizabeth -dijo Logan Hepburn-. Y recuerda que él puede pegarte a ti, pero tú no puedes pegarle a él.
Elizabeth estuvo a punto de protestar, pero enseguida se percató de la broma y soltó la risa.
– ¡Así me gusta! Estuviste muy hosca toda la mañana, ¡No sabes cuánto me alegra que me despidas con una sonrisa! Baen, cuídala bien ¡Dios los bendiga!
Elizabeth y su flamante esposo permanecieron afuera hasta que el último visitante desapareció de su vista. Maybel y Edmund los esperaban en el salón. A Edmund se lo veía mucho mejor que varias semanas atrás, aunque su brazo aún colgaba inerte.
– Acerquémonos al fuego -invitó a los ancianos-. Lamento haberlos llamado tan tarde anoche, pero mamá insistió en que la boda se celebrara hoy a la mañana temprano porque estaba ansiosa por llegar a Claven's Carn. Edmund, mi esposo se hará cargo de la administración de las tierras, según establece el contrato marital. ¿Serías tan amable de enseñarle el trabajo y asesorarlo? Les recuerdo que yo seguiré siendo la autoridad.