Entonces pusieron en sus manos la bacinilla con la placenta.
– La enterraré de inmediato y luego anunciaré el nacimiento de nuestro hijo… con tu permiso, desde luego.
Elizabeth asintió con la cabeza y tendió los brazos para recibir el envoltorio que le alcanzaba Maybel.
– Oh, es un lindo muchachito, el más lindo de todos los recién nacidos que vi en mi vida. Y es el vivo retrato de su padre, no cabe duda -gorjeó la anciana.
Elizabeth contempló, arrobada, a su hijo. Luego levantó la vista y miró a Maybel y a su madre.
– Gracias por estar conmigo -murmuró suavemente, antes de concentrar su atención en el niño. Tenía el cabello oscuro y los ojos azules, aunque, según su madre, el color de los ojos podía variar, pasado un tiempo.
– Algo ha cambiado, mamá -dijo Elizabeth, rompiendo el silencio en el que se habían sumergido.
– Lo sé.
– ¡Se disculpó, mamá! ¿O fuiste tú quien le pidió que lo hiciera?
– No, hijita, jamás se me hubiera ocurrido.
– ¡Me ama!
– Y mucho. Pero eso ya lo sabías. ¿Han hecho finalmente las paces? Elizabeth asintió. Estaba exhausta y no veía la hora de meterse en la cama.
– El parto fue difícil.
– No el más difícil que haya visto, pero bastante largo. Necesitas descansar, preciosa. Cuando Baen regrese te llevará al dormitorio -repuso Rosamund, al tiempo que alzaba al bebé.
– ¿Dónde está la niña encargada de mecerlo?
– Aquí, milady -dijo una jovencita.
Rosamund puso a Thomas en la cuna.
– Mécelo suavemente -le encomendó a la niña.
– Sí, milady.
– Es la sobrina de Alfred. Se llama Sadie -acotó Maybel.
– Cuida bien a mi nieto, Sadie.
– Sí, milady.
Con la ayuda de Nancy, las dos mujeres se dedicaron a limpiar toda evidencia del parto. Ya habían terminado cuando Baen regresó al salón y llevó a su esposa a la cama para que gozase de un merecido descanso. AI volver, las encontró sentadas a la mesa, comiendo. El padre Mata no tardó en llegar y felicitó a Baen por el nacimiento de su hijo
– ¿Cuándo piensan bautizarlo?
– ¿Vendrá tu padre del norte para asistir a la ceremonia?
– No, Rosamund. Él jamás abandona sus tierras, pero quizá venga mi hermano menor. Me gustaría que fuese el padrino, junto con lord Cambridge. -Luego se dirigió al sacerdote-: El niño parece fuerte y saludable, padre. Podemos esperar un poco, ¿no lo cree? El sacerdote asintió.
– Estoy aquí para serles útil, en caso de producirse una emergencia, Baen.
– Entonces lo bautizaremos el 10 de agosto, cuando se celebre el comienzo de la cosecha. Eso le permitirá al mensajero llegar a tiempo al norte y traer a Gilbert con él.
– Y yo volveré mañana mismo a Claven's Carn -anunció Rosamund-. Pero deberían enviar a alguien a Otterly a fin de avisarle a mi primo que su tocayo ha llegado al mundo sano y salvo. Y pedirle a Albert que lleve la cuna al dormitorio de Elizabeth para que le dé de mamar. La pobrecilla no podrá bajar al salón cada vez que el pequeño Thomas tenga hambre. El bebé y Sadie deben estar siempre con ella. ¿Ya han elegido a la niñera?
– ¿Piensas que le permitiré a otra persona ocuparse de esa preciosa criatura? -exclamó indignada Maybel-. No soy tan vieja para desempeñar esa tarea, Rosamund Bolton.
– No. Pero debes estar con Edmund por las noches, y si él se enferma, ¿quién cuidará del niño? Lo que necesitamos es tu consejo para elegir a una niñera.
– La madre de Sadie, Grizel, es viuda y muy competente.
– ¿Me prometes que hablarás con ella, querida Maybel?
– No lograrás engatusarme, milady -dijo riéndose y apuntándola con el dedo-. Recuerda que te crié y conozco todas tus artimañas. No soy tan tonta para no comprender que necesito la ayuda de una mujer más joven.
Rosamund se inclinó y besó a la anciana en ambas mejillas.
– Gracias, Maybel. -Luego invitó a su yerno y al sacerdote a sentarse a la mesa y desayunar con ellas-. Has pasado la noche en vela y necesitas descansar, Baen. También a usted, padre Mata, se lo ve exhausto.
– He pasado la noche rezando por Elizabeth y por el niño. No crean lúe han sido los únicos en ayudar a la dama de Friarsgate -sonrió. Una buena razón para reposar un poco y recuperar las fuerzas.
– Hay trabajo que hacer, Rosamund. Por ejemplo, segar el heno y…
– De eso se encargará Edmund -lo interrumpió su suegra.
Él se abstuvo de discutir. Nunca en su vida se había sentido tan cansado. "Como si fuera yo quien hubiera parido a mi hijo"-pensó, y la sola idea le arrancó una sonrisa de felicidad. Comió rápidamente y se levantó de la mesa, luego de excusarse. Una vez llegado al piso de arriba se encaminó al cuarto donde había dormido hasta ese momento. Estaba ansioso por ver a Elizabeth y no dudó en abrir la puerta que conectaba ambas alcobas y en trasponer el umbral.
Su esposa yacía de espaldas con los ojos cerrados, aunque sin dormir. Estaba exhausta y a la vez excitada por el nacimiento del niño. Al escuchar el ruido de la puerta, abrió los ojos y contempló a Baen.
– ¿Has comido? -le preguntó con una sonrisa beatífica.
Él se sentó en el borde de la cama y, tomándole la mano, se la besó.
– Sí, ya desayuné. Según tu madre, me hace falta dormir. Edmund se ocupará del heno.
– Mi madre tiene razón, como de costumbre. Estuviste conmigo toda la noche hasta el amanecer. Y Thomas es la criatura más hermosa del mundo, ¿no es cierto, Baen? -dijo. Su rostro brillaba de felicidad, una felicidad que nunca había experimentado antes.
– Sí, el niño es precioso y tú eres muy valiente, mi dulce mujercita.
– Nos salvaste, Baen. No podría haber dado a luz sin tu ayuda. Estaba demasiado débil y si no lo hubieras sacado, ambos habríamos muerto. Y no quería morir sin decirte que te amo.
– No necesitabas decírmelo, pues lo sabía. Después de todo, siempre tuviste debilidad por los escoceses.
– Sí -admitió ella con una risita-. Siempre tuve debilidad por ustedes, malditos escoceses.
Él se inclinó y sus labios se unieron en un rápido beso.
– Y ahora duérmete, mi amor.
– Quédate conmigo, Baen -le suplicó-. Dormiré mejor en tus brazos.
Cuando Rosamund se asomó a la alcoba una hora más tarde los encontró profundamente dormidos. Baen, con la espalda reclinada e las almohadas, abrazaba a Elizabeth y había dejado caer la cabeza sobre la rubia testa de su esposa, que descansaba en el pecho del joven. Rosamund cerró la puerta tan sigilosamente como la había abierto. Al día siguiente regresaría a Claven's Carn libre del peso que había oprimido su corazón en los últimos meses, sabiendo que su hija menor y su yerno convivirían en paz. Luego se dirigió a la biblioteca, tomó un pergamino y le escribió a Tom Bolton invitándolo al bautismo. No pudo dejar de sonreír al imaginar las airadas protestas de su primo, harto de que lo obligasen a viajar una vez más, pero el trayecto entre Otterly y Friarsgate era relativamente corto. Vendría, y también vendrían Banon y Neville con sus dos hijas mayores, pues no había lugar para alojarlas a todas. Y, por cierto, ella, Logan y sus cinco hijos estarían presentes. Pensaba escribirle a su tío Richard Bolton para que enviase a John Hepburn. Sería maravilloso pasar el día en familia.
Elizabeth se entristeció al saber que su madre partiría al día siguiente, pero Rosamund pertenecía a Claven's Carn. Aunque había notado que en este viaje los sirvientes la trataban con más deferencia que a ella. Evidentemente, la disciplina se había relajado durante los últimos meses de su embarazo, y era hora de que la servidumbre recordase quién era la auténtica señora de Friarsgate.
Poco a poco, se fue recuperando. Al principio, como no podía subir y bajar las escaleras, Baen la cargaba en brazos y pasaba las tardes en el salón. Una semana después, ya estaba de nuevo en la biblioteca, y a medida que iba recobrando las fuerzas, aumentaban sus actividades. Cuando llegó el día del bautismo, Elizabeth había vuelto a ser la misma de siempre.