– Es cierto, tío -dijo Banon riendo. Había quedado rolliza después de parir tantos hijos, pero seguía siendo muy bonita.
– Y le pediré a Will que le busque alojamiento durante el viaje a Greenwich. Elizabeth estará bien, Banon. Es la dama de Friarsgate tiene un marido y debe asistir al palacio por pedido de la reina, que es su buena amiga. ¿Quién sabe las ventajas que podrá obtener de esta visita?
– Philippa se pondrá furiosa -rió Banon con malicia.
– ¡Ja, ja, ja! Y por el bien de sus hijos, me temo que tendrá que tragarse el orgullo. Sí hay algo que aprendió de tu madre es que la familia es lo más importante de todo. Y dado que la nueva reina simpatiza con Elizabeth, ella tendrá que ayudar a tu hermana y su familia. ¿Quién sabe? Tal vez le convenga que Philippa esté en deuda con ella.
– ¿Cuándo partirá Elizabeth?
– Baen no dice nada al respecto, pero supongo que será al comienzo de la primavera. Si el tiempo lo permite, partiré para Friarsgate dentro de unos días. Te contaré todo cuando vuelva. Además, de seguro podrás hablar en privado con tu hermana cuando pase por aquí de camino a Greenwich. Debo regresar a mi morada y contarle al querido Will todo cuanto ha ocurrido. El pobre estará muerto de curiosidad, como lo estaría yo en su lugar.
– Las mujeres de tu familia tienen un don especial para hacerse amigas de los poderosos -comentó Robert Neville cuando lord Cambridge salió de la estancia-. Por suerte, no eres así, preciosa. Te echaría de menos si te fueras a la corte.
– Jamás me invitarían -admitió Banon-. Imagino la rabia que sentirá Elizabeth. El tío dice que era muy infeliz en la corte hasta que trabó amistad con Ana Bolena. Se dicen cosas horribles de esa mujer, aun aquí en el norte.
– La culpa es del viejo conde de Northumberland y su familia El anciano acusa a Ana Bolena de ser la responsable de la desdicha matrimonial de su hijo. Asegura que ella le echó una maldición a lord Percy porque no pudo casarse con él. Pero la verdad es que el propio rey prohibió esa unión porque quería a la dama para sí.
– La corte está llena de intrigas -se estremeció Banon-. Lo único que rescato de mi estadía allí es el haberte conocido, mi amor.
Robert Neville rodeó a su esposa con los brazos.
– Nuestro matrimonio superó todas las expectativas de mi familia. ¿Quién iba a pensar que el hijo menor de una rama menor de los Neville se casaría con una heredera? Por cierto, no mis parientes.
– ¡Oh, Rob, somos tan felices! Y quiero que mi hermana también sea feliz con su escocés. Me gustaría que Baen viniera a Otterly con Elizabeth. La pobre debe de estar furiosa de tener que ir a la corte.
Curiosamente, Elizabeth no estaba furiosa, aunque sí molesta por los trastornos que le ocasionaba la visita al palacio. Ana Bolena era la mujer más orgullosa que había conocido, y si reclamaba su presencia, debía de ser por una buena razón.
Elizabeth y Nancy sacaron de los baúles los hermosos atuendos que Thomas Bolton había mandado hacer para ella tres años atrás. Luego del nacimiento del niño, el busto le había crecido y la cintura había aumentado un par de centímetros. Se pusieron a trabajar para reformar los vestidos. Elizabeth esperaba que la moda no hubiese cambiado demasiado desde su última visita a la corte y añoraba los consejos del tío Tom.
Dos semanas más tarde, lord Cambridge apareció en la puerta de Friarsgate, colmando de felicidad a su sobrina.
– ¿Cómo supiste que te necesitaba? -dijo Elizabeth mientras corría a abrazar a su tío-. Entra, por favor, ya han comenzado las lluvias de abril. ¿Te mojaste mucho?
– ¡Tesoro mío! -la besó en ambas mejillas y luego se quedó extasiado ante el chiquillo que lo miraba con ojos abiertos de par en par-. ¡Por Dios, Elizabeth, mi tocayo es tan grande como el hijo de Banon! Es 'idéntico a tu amado escocés. ¿Dónde está ese buen hombre?
– En la perrera. Friar es padre de ocho cachorritos y Baen está eligiendo uno para Tom. Me han convocado a la corte -le anunció sin rodeos-. Ana Bolena es la nueva esposa del rey y reclama mi presencia.
– Lo sé. Baen me envió una carta con el mensajero real, pero no te disgustes con él. Sólo estaba preocupado por su mujercita.
– No pretendo que me acompañes, tío.
– Acepto cualquier decisión que tomes, querida. ¿Has desempolvado tus bellos vestidos?
– Nancy y yo tuvimos que hacerles algunos arreglos. Tú siempre estas al tanto de la moda de la corte, aunque vivas lejos de Londres. ¿Crees que servirán mis viejos vestidos? Están impecables pues apenas los usé ¿Cuál de los trajes me aconsejas para el día de la coronación de Ana? Estoy segura de que me pedirá que forme parte de su séquito, aun cuando no me corresponde ese privilegio, y quiero que esté orgullosa de mí.
– Entonces te mandarás hacer un vestido verde Tudor para honrar a los monarcas.
– No, tío. Ese día todo el mundo elegirá el verde Tudor para congraciarse con el rey. Pensemos en otro color.
– ¡No lo puedo creer! ¡Razonas como una cortesana!
– No, sólo trato de ser práctica -rió Elizabeth.
En ese momento Baen ingresó en el salón y saludó al tío Tom. Llevaba en sus brazos un cachorro blanco y negro y Friar trotaba a su lado.
– ¿No quieres uno de estos perritos para ti y para Will?
– Dudo que a Pussums le gusten los perros, y menos los cachorros. Son muy revoltosos y la pobre gata ya está muy vieja. ¿No tienes un animalito más calmo?
– Sí, la hembra. Es bastante tranquila.
– Tal vez me la lleve. Me encantan tus perritos, pero ahora debo concentrar toda mi energía en Elizabeth y su visita a la corte. Necesitamos un vestido nuevo para el día de la coronación.
– ¿Acaso no sirve ninguno de los que sacó de los baúles? -preguntó Baen, sorprendido.
– No, querido. Esos vestidos están bien, pero necesita uno especial para ese día. Y yo necesito comer ya mismo, pues he viajado horas y no podré resolver el enigma con el estómago vacío. Debemos elegir un color que se destaque del verde Tudor que usará todo el mundo ese día y que, a la vez, no opaque a la reina.
Baen meneó la cabeza y dijo:
– No entiendo ese mundo y me alegra no formar parte de él.
– No eres ningún simplón -observó lord Cambridge enarcando una ceja-, mi querido. Con tu inteligencia y mis consejos, aprenderías en dos segundos todo lo que hace falta saber para vivir en la corte. ¿Cuándo partirás, Elizabeth?
– Cuando la reina envíe una escolta. Tal vez Ana considere que no vale la pena tanta molestia y me exima de ir a Greenwich -broceó Elizabeth.
– Es un gran honor que te haya invitado, querida. -Luego miró a su alrededor y lanzó un suspiro de alegría. Le gustaba estar en Friarsgate; era un sitio de lo más acogedor.
Días más tarde, los vestidos de Elizabeth estaban listos para ser empacados. Tras meditar sobre el traje para el día de la coronación, lord Cambridge anunció:
– Los azules te quedan perfecto. Pienso en el color del cielo cuando se despeja después de una tormenta. Un celeste combinado con colores crema y dorado. Llamaremos a Will y le pediremos que traiga la tela que precisamos. La tengo guardada en casa.
Dos días después, William Smythe llegó con el pedido. Cuando supo el destino de la tela, acordó con lord Cambridge que ese color era perfecto para Elizabeth. Los dos hombres, junto con la costurera de la casa, se pusieron a confeccionar el vestido de la joven.
– ¡Tío, sabes coser! -exclamó Elizabeth, asombrada por su destreza con la aguja.
– Viviendo tan lejos de Londres, cada tanto necesito arreglarme o incluso confeccionar mis propias prendas para estar a la moda. Además, tesoro, todo caballero que se precie debe aprender a coser.
– Nunca dejas de sorprenderme -le dijo con una sonrisa.
El vestido era de un hermoso brocado con dibujos de flores y hojas colgantes. El cuello era cuadrado y bordado con hilos de oro y plata. Las mangas eran ajustadas desde el hombro hasta las muñecas, y rematadas por puños acampanados de seda lavada color crema.