Una criada salió de la alcoba y le comunicó que la reina requería su presencia.
– La duquesa no ha dado instrucciones de devolverla a su casa, señorita Howard -dijo Elizabeth a la pequeña Catalina-. Tendrá que pasar la noche aquí. Nancy, mi doncella, la cuidará muy bien. Hugh, ven conmigo y trae el laúd.
– Gracias, señora Hay. Ha sido muy amable conmigo -dijo la pequeña Catalina.
Ana estaba exhausta y no toleraba a las mujeres que la rodeaban pero también se sentía eufórica por el glorioso acontecimiento del día, No solo se había convertido en reina sino también en una mujer sumamente rica y una gran terrateniente. Una gran cantidad de personas se ocupaban de atenderla, y hasta el rincón más miserable de la cocina era un sitio codiciado. Algunas mujeres habían dejado las casas de encumbrados aristócratas para ofrecer sus servicios a la nueva reina. Muchas parientas de la reina habían solicitado un lugar en la corte y aunque en su mayoría no habían sido solidarias con ella, Ana las aceptó porque sus maridos eran importantes para el rey. La presencia de la señora de Friarsgate era un enigma para esas damas de alcurnia. No tenía sangre noble, provenía del norte, y para colmo se rumoreaba que su marido era un rústico escocés. ¿Por qué diablos estaba allí?
La reina extendió sus dos manos para que Elizabeth las besara.
– ¡Fue un día grandioso! -exclamó Ana-. ¿Pudiste ver todo? Mi pequeña prima es una criatura adorable. ¿La anciana duquesa la llevó de regreso a su casa?
– Fue un día maravilloso, Su Alteza. Gracias al guardia, que nos dio una excelente ubicación, pudimos disfrutar de toda la ceremonia. Tengo un montón de cosas para contar a mi familia cuando regrese al norte. Lord Cambridge morirá de envidia -rió-. La señorita Howard está con Nancy en estos momentos.
– Me gustaría que te quedaras conmigo para siempre. Me siento más tranquila en tu presencia.
– Me honra su halago, pero no lo merezco. Mi familia y mi hacienda precisan toda mi atención, Su Alteza. Permaneceré a su lado hasta que nazca el príncipe y después me marcharé. No me gusta esta ciudad. Necesito estar en mis tierras, oler el aire fresco de Friarsgate, contemplar el cielo y las colinas que me rodean.
– Tu vestido es hermoso -observó la reina ignorando las palabras de Elizabeth-. Me sorprende que estés a la moda viviendo tan lejos
– Mi tío es un ser milagroso, Su Alteza. Pese a ser un hombre de provincias, viste siempre a la última moda. Dice que su gente no espera menos de él, y tiene razón. Los pobladores de Otterly lo adoran.
– Su Alteza, debería acostarse en la cama. Mañana será un día ajetreado -interrumpió lady Jane Rochford, celosa de la atención que recibía la dama de Friarsgate.
– No vuelvas a decirme lo que tengo que hacer. Estás aquí solo porque eres la esposa de mi hermano -dijo Ana Bolena a su cuñada, entrecerrando los ojos, y luego agregó mirando a las demás mujeres-.Todas ustedes están aquí por razones de parentesco y en cualquier momento puedo reemplazarlas por damas más agradables y respetuosas.
– El ama y señora de Friarsgate vino por expreso pedido del rey y mío. Es nuestra amiga.
– Lo siento, Su Alteza -susurró Jane Rochford, las mejillas encendidas a causa de la reprimenda de la reina. "¡Perra -se dijo para sus adentros-, ya me las vas a pagar algún día!".
Elizabeth hizo una amplia reverencia y le pidió permiso para regresar a la mansión Bolton.
– Puedes retirarte -asintió Ana. Se dio cuenta de que Elizabeth trataba de distender la situación que se había creado.
– ¿Dónde está la doncella de la duquesa de Norfolk? -preguntó Elizabeth a Nancy, que cuidaba a la pequeña Howard-. Lleva a la niña con la anciana y reúnete conmigo en el embarcadero.
– ¿Adónde vas tan apurada, Elizabeth Meredith? -tronó una voz.
La joven se dio vuelta y se encontró cara a cara con Flynn Estuardo.
– A mi barca -le dijo.
– ¿Y abandonas a la reina? -preguntó caminando junto a ella-. En los últimos días te has convertido en la comidilla de la corte. Todos están azorados por la confianza que te tiene Ana Bolena, Elizabeth Meredith.
– Ahora soy Elizabeth Hay. La amistad es un concepto incomprensible para los cortesanos. Me encantaría poder volver ya mismo a mi hogar, pero la reina exige mi presencia. ¿Por qué ha venido, señor Estuardo? Lo imaginaba cabalgando a todo galope rumbo a Escocia para contarle al rey los pormenores de la coronación.
– Jacobo ya está al tanto de los acontecimientos del día. Su media hermana, lady Margaret Douglas, es una de las damas de honor de la reina. Antes me llamabas Flynn. ¿Adónde vas?
– A la casa de mi tío Thomas Bolton. La comadreja de Jane Rochford le hizo una escena a la reina por mi causa. No entiendo cómo la aguanta su marido.
– En realidad, no la aguanta, pero se casó con ella por conveniencia Ya sabes cómo son los nobles.
– Esa arpía va a acabar muy mal, te lo aseguro. ¡Ojalá estuviera en mi casa! ¡Odio este lugar!
– ¿Y por qué no empacas tus cosas y te mandas a mudar? La coronación ya terminó.
– Ana me pidió que la acompañara hasta el nacimiento del bebé y no pude rehusarme. Te he dado una primicia para tu amo, Flynn, aprovéchala.
El escocés lanzó una carcajada.
– La reina es como todas las primerizas. Necesita el cariño y la bondad de su fiel amiga del campo. Ninguna de esas pavas reales que la rodean puede ofrecerle un gramo de comprensión.
– Sí, es una desgracia.
– Ánimo, querida. Faltan pocos meses para que nazca la esperanza de Inglaterra y puedas retornar al norte. Hemos llegado. ¿Cuál es tu barca?
– Debo esperar a mi doncella, que está buscando a los sirvientes de la vieja duquesa de Norfolk para entregarles a la señorita Howard. La niña estuvo bajo mi cuidado durante toda la coronación. Esta noche dormiré en mi propia cama.
– Sola, imagino -repuso Flynn Estuardo con ojos pícaros.
– ¿Crees que soy una mujer fácil por el hecho de ya no ser virgen? -rió Elizabeth-. Mi marido es muy celoso y más corpulento que Enrique Tudor.
– No debí dejarte ir.
– ¡Vamos, Flynn! Hace tres años habría creído esas pamplinas románticas, pero desde entonces aprendí que los escoceses priorizan la lealtad por sobre las mujeres. Seduje descaradamente a mi marido al regresar a Friarsgate y eso no fue suficiente para retenerlo a mi lado. El deber hacia su padre era lo más importante.
– ¿Lo sedujiste? -preguntó incrédulo-. ¡Cómo me habría gustado estar en su lugar!
– Lo deseaba, Flynn.
– ¿Y lo amas? -inquirió él poniéndose serio.
– Mucho. Pude haberte amado a ti, pero no eras el hombre ideal para Friarsgate ni, por lo tanto, para mí.
– Pero seguimos siendo amigos, ¿verdad?
– Por supuesto, Flynn Estuardo. Y sigo pensando que deberías conseguirte una buena esposa e instalarte en algún sitio. Pero me temo que eres más feliz permaneciendo soltero. Te encantan la excitación y las intrigas de la corte.
– Así es.
– Señora, acabo de dejar a la señorita Howard con los sirvientes de la duquesa-dijo Nancy acercándose al muelle.
– Entonces huyamos a la mansión Bolton.
Flynn ayudó a las dos mujeres a subir a la barca.
– Volveré a verte -prometió el escocés.
– De acuerdo.
Cuando llegaron a la casa, Philippa estaba esperándolas en el gran salón y abrazó a su hermana. Elizabeth se quitó los zapatos, se desató los lazos y se sentó junto al fuego.
– ¿Cómo está mi Hughie? -preguntó la condesa de Witton.
– La reina lo adora. Con esa carita angelical y esa voz tan dulce el niño seduce a cualquiera. Ana disfruta de su compañía y es muy buena con él.
– Entonces está todo bien.
– La reina no sabía quién era. Cuando le dije su nombre, se sorprendió. Hugh es encantador y ha logrado conquistar el corazón de Ana Bolena, quien, te lo aseguro, no es una mujer fácil de engatusar. Hughie es muy afortunado.