El plan de defensa había sido trazado cuidadosamente teniendo en cuenta la psicología por lo general conservadora de los galácticos. Las fuerzas terrestres habían desplegado una red, dejando las naves más grandes en reserva. El plan consistía en que patrulleras como la suya reportasen el avance enemigo a tiempo para que las otras pudieran coordinar una respuesta.
El problema era que había demasiado pocas patrulleras para mantener en todas las proximidades una vigilancia completa.
Fiben sintió la potente vibración de los motores bajo su asiento. Pronto estuvo lanzado a través del campo estelar. Tenemos que darles a los galácticos lo que se merecen, pensó. Su cultura era indigesta e intolerable, a veces casi fascista, pero estaba bien desarrollada.
Fiben sintió picores dentro de su traje. No era la primera vez que deseaba que los pilotos humanos fueran lo bastante pequeños como para poder moverse en esas diminutas patrulleras xatinni. Eso los obligaría a tener que soportar su propio olor después de tres días en el espacio.
A menudo, cuando se sentía melancólico, Fiben se preguntaba si había sido una buena idea que los humanos se entrometieran, convirtiendo en ingenieros, poetas y guerreros espaciales a unos simios que hubieran sido igual de felices en el bosque. ¿Dónde estaría él ahora, si no lo hubieran hecho? Tal vez iría sucio y sería un ignorante, pero al menos tendría la libertad de poder rascarse cada vez que le viniese en gana.
Echaba de menos su Club Social. Oh, el placer de ser arrullado y frotado por un chimp o una chima verdaderamente sensitivos, holgazaneando a la sombra y contando rumores sin importancia…
En su depósito de detección apareció una luz rosa. Alargó una mano y palmoteo el visor pero la lectura de éste no desapareció. De hecho, a medida que se aproximaba a su destino, crecía, se separaba y se dividía de nuevo.
—La incontinencia de Ifni… —Fiben sintió frío, soltó una maldición y pulsó la tecla de emisiones en código—. Patrullera Procónsul llamando a todas las unidades. ¡Los tenemos detrás! Tres… no, cuatro escuadrones de cruceros de combate, surgiendo del nivel-B del hiperespacio en el cuarto dodecanato.
Parpadeó al tiempo que una quinta flotilla aparecía como si brotara de la nada, con sus indicadores centelleantes, mientras que las naves espaciales entraban en el tiempo-real y soltaban excedente de hiperprobabilidad en el vacío del espacio-real. Incluso a aquella distancia podía ver que las naves eran grandes.
Por los auriculares le llegó un sentimiento de consternación.
—¡Por la virilidad dos veces demostrada de mi Tío Peludo! ¿Cómo han sabido que allí había un agujero en nuestra línea?
»… Fiben ¿estás seguro? ¿Por qué han captado ese particular…?
»…¿Quién demonios son? ¿Puedes…?
La charla se interrumpió cuando el mayor Forthness se hizo oír en el canal de mando.
—Mensaje recibido, Procónsul. Nos ponemos en camino. Por favor, Fiben, conecta tu repetidor.
Fiben se golpeó el casco con la palma de la mano. Habían pasado muchos años desde su preparación en el ejército y uno tendía a olvidarse de ciertas cosas. Conecto la telemetría para que los demás pudieran enterarse de lo que sus instrumentos captaran.
El emitir por radio todos esos datos lo convertía en un objetivo fácil, desde luego, pero eso no importaba demasiado. Era evidente que sus enemigos sabían dónde estaban los defensores, quizás incluso hasta la última nave. Ya había detectado misiles de búsqueda que se dirigían hacia él.
Al tiempo que avanzaba hacia el enemigo, cualquier demonio que éste fuera, Fiben advirtió que la armada de invasores estaba casi en línea recta entre él y el centelleo verde de Garth.
—Perfecto. —Soltó una risita burlona—. Al menos cuando me disparen iré a parar de cabeza a casa. Tal vez unos cuantos mechones de pelo llegarán allí antes incluso que los ETs. Si alguien pronuncia un deseo ante una estrella fugaz, mañana por la noche, espero que consiga lo que pida.
Aumentó la aceleración de su vieja patrullera y notó un retroceso brusco a pesar del forzamiento de los campos de estasis. El gemido de los motores se hizo más agudo. Y a medida que la pequeña nave saltaba hacia adelante, a Fiben le pareció que entonaba una canción de guerra que sonaba casi alegre.
6. UTHACALTHING
Cuatro oficiales humanos avanzaron sobre el barnizado parquet del conservatorio, haciendo sonar sus lustradas botas rítmicamente a cada paso. Tres de ellos se detuvieron a una distancia respetuosa de la amplia ventana donde esperaban el embajador y la Coordinadora Planetaria. Pero el cuarto se aproximó a ellos y los saludó de modo desenvuelto.
—Señora Coordinadora, ya ha empezado. —El comandante de la milicia, de rostro grisáceo, sacó un documento de su valija de mensajes y se lo tendió.
Uthacalthing admiró la serenidad de Megan Oneagle cuando tomó el fino papel que le ofrecían. Su expresión no mostraba en absoluto la consternación que debía sentir al enterarse de que los peores temores se habían confirmado.
—Gracias, coronel Maiven —dijo.
Uthacalthing no pudo evitar advertir cómo los tensos oficiales más jóvenes lo miraban tratando de averiguar cómo se tomaba las noticias el embajador tymbrimi. Permaneció con expresión impasible, tal como corresponde a un miembro del cuerpo diplomático. Pero los extremos de su corona temblaban de modo involuntario ante la tensión que los mensajeros habían llevado al invernáculo.
Desde allí, una larga hilera de ventanas ofrecía una espléndida vista del Valle del Sind, agradablemente tachonada de granjas y plantaciones de árboles tanto nativos como terrestres. Era un paisaje encantador, lleno de paz. Sólo la Gran Infinidad sabía lo que aquella paz iba a durar Y en los presentes momentos, Ifni no confiaba sus planes a Uthacalthing.
—¿Tienen alguna idea acerca de quién es el enemigo? —preguntó la Coordinadora Planetaria Oneagle después de examinar el informe unos instantes.
—En realidad, no, señora —respondió el coronel Maiven moviendo negativamente la cabeza—. Pero las flotas están cada vez más cerca y esperamos proceder a su identificación en breve.
A pesar de la gravedad del momento, Uthacalthing no pudo evitar verse de nuevo intrigado por el curiosamente arcaico dialecto que los humanos usaban aquí, en Garth. En todas las otras colonias de la Tierra que había visitado, el ánglico había incorporado un popurrí de palabras que había tomado prestadas de las lenguas galáctico Siete, Dos y Diez. Aquí, sin embargo, el lenguaje común no tenía diferencias apreciables con el que se hablaba cuando Garth fue cedida a los humanos y a sus pupilos, hacía dos generaciones.
Qué criaturas tan deliciosas y sorprendentes, pensó. Sólo aquí uno puede oír formas tan puras y antiguas como «señora» para dirigirse a una líder femenina. En otros mundos ocupados por los terrestres, los funcionarios se dirigían a sus superiores con el término neutro «ser», cualquiera que fuera su sexo.
Pero había también en Garth otras cosas peculiares. En los meses transcurridos desde su llegada, Uthacalthing había convertido en un pasatiempo privado el escuchar todas las historias misteriosas, todos los cuentos extraños traídos de las tierras salvajes por los granjeros, los cazadores de pieles y los miembros del Servicio de Recuperación Ecológica. Existían rumores, rumores de cosas raras que ocurrían en lo alto de las montañas.