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La arquitectura no armonizaba tan bien como la vieja sección con el estilo predominante en Puerto Helenia. Sin embargo, resultaba bastante impresionante: un cubo sin ventanas cuyos tonos pastel contrastaban adecuadamente con las cretáceas y gredosas cumbres cercanas.

Cuando el vehículo aéreo se posó sobre la explanada de aterrizaje, Gailet bajó del aparato en medio de una nube de polvo seco. Siguió a su escolta kwackoo por un paseo pavimentado que llevaba a la entrada del imponente edificio.

Hacía varias semanas que casi todo Puerto Helenia había salido a ver el enorme carguero, del tamaño de una nave de guerra gubru, que apareció perezosamente en el cielo para colocar la estructura en su sitio. Durante buena parte de la tarde, el sol había quedado eclipsado mientras los técnicos del Instituto de la Biblioteca afianzaban el santuario del conocimiento en el sitio que sería su nuevo hogar.

Gailet se preguntó si aquella Biblioteca beneficiaría en realidad a los ciudadanos de Puerto Helenia. Había pistas de aterrizaje en todos lados, pero no se había previsto ningún acceso para llegar a aquellos acantilados en bicicleta, vehículo de tierra o a pie desde la ciudad. Mientras cruzaba la puerta adornada con columnas, Gailet pensó que probablemente ella era el primer chimp que entraba en el edificio.

En el interior, el techo abovedado proyectaba una suave luz que parecía proceder de todas partes al mismo tiempo. Un gran cubo rojizo dominaba el centro del vestíbulo y Gailet comprendió en seguida que se trataba ciertamente de unas instalaciones muy costosas. El depósito de datos principal era varias veces mayor que el antiguo que se hallaba a unas millas de allí. Podía ser incluso mayor que la Biblioteca Central de la Tierra, en La Paz, donde ella había estudiado.

Pero aquella inmensidad estaba casi vacía comparada con el constante ajetreo a que ella estaba acostumbrada. Había gubru, desde luego, y también kwackoo, dentro de los departamentos de estudio diseminados en el amplio vestíbulo. Aquí y allí, los pajaroides se arracimaban en pequeños grupos. Gailet veía las sacudidas de sus picos y los pies en constante movimiento mientras discutían. Pero de las zonas privadas no provenía ningún ruido.

En las bandas y crestas y en el teñido de las plumas vio los colores distintivos de la Idoneidad, la Administración y el Ejército. Cada facción se mantenía en su zona. Cuando el ayudante de un Suzerano pasaba demasiado cerca de otro, a ambos se les erizaban las plumas.

En una esquina, sin embargo, un grupo de gubru de colores diferentes mostraban que entre las diversas facciones aún existía cierta comunicación. Había muchas inclinaciones de cabeza y atildamiento y gesticulación hacia las flotantes exhibiciones holográficas, todo ello aparentemente tan ritual como basado en la realidad y la razón.

Cuando Gailet pasó ante ellos, algunos de los saltarines y charlatanes pájaros se volvieron a mirarla. Por los gestos de las garras y los picos, Gailet comprendió que sabían perfectamente quién era ella y lo que representaba.

No se demoró ni titubeó, aunque sentía las mejillas acaloradas.

—¿Puedo serle útil de alguna forma, señorita?

Al principio, Gailet creyó que lo que había en el estrado, justo bajo la espiral radiada de las Cinco Galaxias, era algún tipo de planta decorativa. Por eso, cuando se dirigió a ella, se sobresaltó ligeramente.

¡La «planta» hablaba un ánglico perfecto! Gailet observó el redondo y bulboso follaje, con unos bordes plateados que tintineaban ligeramente cuando se movía. El tronco de color marrón terminaba en unas espinosas radículas móviles que permitían a la criatura desplazarse de un modo lento y algo torpe.

Un kanten, advirtió ella. Claro, los Institutos han enviado a un bibliotecario.

Los vegesapientes kanten eran viejos amigos de la Tierra. Siempre había habido un kanten, como asesor, en el Concejo de Terragens desde los primeros días posteriores al Contacto, y habían ayudado a los lobeznos humanos a abrirse camino a través de la compleja y engañosa jungla de la política galáctica y a ganar su rango de tutores de un clan independiente. Gailet, sin embargo, contuvo su esperanza inicial. Recordó que todos los que entraban al servicio de los grandes Institutos Galácticos tenían que abandonar sus antiguas lealtades, incluso las de su propio clan, en favor de una misión más sagrada. Lo mejor que podía esperar, en todo caso, era imparcialidad.

—Hum, sí —dijo, pensando que tenía que hacerle una reverencia—. Quiero informarme sobre las Ceremonias de Elevación.

Las pequeñas campanitas, seguramente los aparatos sensoriales de aquel ser, tintinearon de una forma que sonaba casi divertida.

—Ése es un tema muy amplio, señorita.

Ella esperaba una respuesta semejante y tenía preparada una réplica. Sin embargo, le producía exasperación hablar con un ser inteligente que no tuviese rostro ni nada que se le pareciera remotamente.

—Entonces empezaré echándole un simple vistazo, si no le importa.

—Muy bien, señorita. La estación veintidós está estructurada de modo que pueda ser usada por humanos y neochimps. Por favor, diríjase a ella y póngase cómoda. Sólo tiene que seguir la línea azul.

Se volvió y vio que empezaba a formarse un brillante holograma. Él sendero azul parecía estar suspendido en el espacio; rodeaba el estrado y se dirigía al otro extremo de la sala.

—Gracias —dijo ella suavemente.

Mientras seguía el camino que la guiaba, creyó oír cascabeles a su espalda.

La estación veintidós era cómoda, familiar y amistosa. Estaba compuesta por un escritorio, una silla y una holoconsola estándar. Había incluso varios modelos conocidos de receptáculos de datos y punzones, cuidadosamente dispuestos sobre una rejilla. Se sentó agradecida ante el escritorio. Había temido tener que quedarse de pie y estirar el cuello para utilizar una estación de estudio pensada para los gubru.

Y aun así, se sentía inquieta. Gailet daba saltitos de nerviosismo mientras la pantalla se iluminaba con un ligero «pop». En el centro apareció un texto en ánglico.

POR FAVOR, SOLICITE LOS AJUSTES ORALMENTE. LA VISIÓN GENERAL REQUERIDA EMPEZARÁ CUANDO USTED LO INDIQUE.

—Visión general… —murmuró Gailet. Lo mejor sería empezar, pues, con el nivel más simple. No sólo le serviría para comprobar que no había olvidado ninguno de los aspectos fundamentales, sino que también le diría qué era lo que los galácticos consideraban básico—. Comience —dijo.

Las pantallas laterales se iluminaron mostrando imágenes de rostros; los rostros de otros seres de mundos lejanos, tanto en el tiempo como en el espacio.

Cuando la naturaleza da luz a una nueva raza presensitiva toda la Sociedad Galáctica se regocija porque la aventura de la Elevación está a punto de empezar…