En este caso, los humanos pagaban el precio de su «liberalismo». Habían elevado a sus pupilos para que fueran ciudadanos e individualistas, y los chimps habían sido capaces de decidir que debían encarcelar a un hombre por el bien de todos. A su manera, Prathachulthorn había tenido la culpa de que llegaran a aquello, con sus actitudes tutoriales y de superioridad. Sin embargo, Athaclena quiso asegurarse de que el mayor sería tratado con amabilidad y delicadeza.
Aquella noche, Robert presidió un nuevo concejo de guerra. La incierta situación de arresto domiciliario de Athaclena fue modificada para que pudiera asistir. Fiben y los tenientes honorarios chimps también estuvieron presentes, así como los suboficiales de los infantes de marina.
Ni Lydia ni Robert hablaron de seguir adelante con el plan de Prathachulthorn. Se asumió tácitamente que el mayor no hubiera querido ponerlo en práctica sin su presencia.
—Tal vez salió en una misión de exploración personal o para inspeccionar un puesto rebelde. Puede que regrese esta noche o mañana —sugirió Elayne Soo con completa inocencia.
—Quizá. Pero es más sensato que esperemos lo peor —dijo Robert. Evitaba mirar a Athaclena—. Por si acaso, deberíamos comunicarlo al refugio. Supongo que tardaremos unos diez días en recibir nuevas órdenes del Concejo y un sustituto.
Obviamente asumía que Megan Oneagle nunca le otorgaría el mando.
—Bueno, yo quiero regresar a Puerto Helenia —dijo Fiben con sencillez—. Estoy en una posición que permite que me acerque al centro de las cosas y, además, Gailet me necesita.
—¿Qué te hace pensar que los gubru te aceptarán después de haberte escapado? —preguntó Lydia McCue—. ¿No crees que te matarán sin más?
—Si me encuentro con los gubru indebidos, eso será lo que seguramente ocurra.
Se produjo un largo silencio. Robert solicitó opiniones, y los humanos y los chimps se quedaron callados. Al menos, cuando Prathachulthorn estaba allí, dominando la conversación y los ánimos, habían contado con su abrumadora confianza para disipar sus dudas. Eran un pequeño ejército con unas opciones muy limitadas. Y el enemigo estaba a punto de poner en marcha cosas y acontecimientos que ellos no podían comprender y mucho menos prevenir.
Athaclena esperó hasta que el ambiente se hiciera denso y se llenara de incertidumbre. Entonces pronunció cuatro palabras.
—Necesitamos a mi padre.
Para su sorpresa, tanto Robert como Lydia asintieron. Incluso en el caso de que llegaran órdenes del Concejo en el exilio, éstas serían tan confusas y contradictorias como de costumbre. Resultaba obvio que podían utilizar sus indicaciones, en especial en asuntos de diplomacia galáctica.
Al menos la mujer McCue no comparte la xenofobia de Prathachulthorn, pensó Athaclena. Se sintió obligada a admitir que aprobaba lo que había captado en el aura de la hembra terrestre.
—Robert me ha contado que estás segura de que tu padre está vivo —dijo Lydia—. Muy bien, pero ¿dónde está? ¿Cómo podemos encontrarlo?
Athaclena se inclinó hacia delante y mantuvo su corona inmóvil. —Sé dónde está.
—¿Sí? —Robert parpadeó—. Pero… —Su voz se apagó al tiempo que la tocaba con su sentido interior por primera vez desde que había vuelto. Athaclena recordó cómo se había sentido al verlo tomar la mano de Lydia. Resistió momentáneamente sus esfuerzos, pero finalmente su postura le pareció estúpida y cedió.
Robert se dejó caer pesadamente hacia atrás en su silla y exhaló. Parpadeó varias veces.
—Oh —fue todo lo que dijo.
Lydia miraba a Robert y a Athaclena alternativamente. Por un instante, en ella brilló algo parecido a la envidia.
Yo también lo tengo de un modo que tú no puedes, meditó Athaclena. Pero prefirió dedicarse a compartir aquel momento con Robert.
—… N’tah’hoo, Uthacalthing —dijo el muchacho en galSiete—. Es mejor que hagamos algo con rapidez.
77. FIBEN Y SYLVIE
Ella esperaba mientras Fiben llevaba a Tyco por el camino que salía del valle de las Cuevas. Estaba sentada pacientemente junto a un gran pino y no habló hasta que él llegó a su altura.
—¿Pensabas que te ibas a largar sin decirme adiós? —le preguntó Sylvie. Llevaba un vestido largo y se rodeaba las rodillas con los brazos.
Ató las riendas del caballo en el tronco de un árbol y se sentó junto a ella.
—Qué va —respondió Fiben—. Ya sabía yo que no tendría esa suerte.
Ella lo miró por el rabillo del ojo y vio que sonreía. La chima hizo una mueca y miró hacia el cañón donde las tempranas nieblas ya se habían evaporado y desvanecido en una mañana que prometía ser clara y sin nubes.
—Me imaginé que querrías regresar.
—Tengo que hacerlo, Sylvie. Es…
—Ya sé —lo interrumpió—. Responsabilidades. Tienes que volver con Gailet; ella te necesita, Fiben.
Él asintió. No precisaba que le recordaran que también tenía un deber que cumplir con la propia Sylvie.
—Hum… cuando estaba haciendo el equipaje vino la doctora Soo y…
—Llenaste la botella que te dio, ya lo sé. —Sylvie inclinó la cabeza—. Gracias. Me considero bien pagada.
Fiben bajó la mirada. Se sentía casi avergonzado al hablar de un tema como aquél.
—¿Cuándo lo…?
—Esta noche, supongo. Estoy preparada. ¿No se me nota?
El abrigo y la falda larga de Sylvie ocultaban todos los signos externos. Sin embargo, tenía razón. Su aroma era inconfundible.
—Deseo sinceramente que consigas lo que quieres, Sylvie.
Ella asintió. Permanecieron allí sentados, en una embarazosa situación. Fiben intentaba encontrar algo que decir pero se sentía estúpido, con la mente embotada. Cualquier cosa que dijera, sabía que sería un error.
De pronto se produjo un pequeño crujido más abajo, donde los zigzags de la pendiente se dividían en varios caminos que partían en distintas direcciones. Tras una esquina rocosa apareció una alta figura humana que corría a toda prisa. Robert Oneagle se dirigía a un cruce de caminos, llevando sólo un arco y una pequeña mochila.
Miró hacia arriba y, al ver a los dos chimps, disminuyó su velocidad. Robert sonrió como respuesta al saludo que Fiben le hizo con la mano y, al llegar al desvío, tomó un sendero muy poco frecuentado que se dirigía hacia el sur. Pronto desapareció en la jungla salvaje —¿Qué hace? —preguntó Sylvie.
—Parece que está corriendo.
—Eso ya lo he visto. —Le dio una palmada en el hombro—. ¿Adonde va?
—Va a intentar cruzar los pasos antes de que nieve.
—¿Los pasos? Pero…
—Ya que el mayor Prathachulthorn ha desaparecido y el tiempo apremia, la teniente McCue y los otros oficiales han aceptado llevar a cabo el plan alternativo que Robert y Athaclena idearon.
—Pero se dirige hacia el sur. —comentó Sylvie.
Robert había tomado un sendero poco frecuentado que se internaba en el macizo de Mulun.
—Va a buscar a alguien —asintió Fiben—. Es el único que puede arreglar las cosas.