Выбрать главу

Por lo que se refería a Jo-Jo, el pequeño chimp parecía una criatura en aquel entorno. Uthacalthing le había dado órdenes estrictas de no caminar apoyando los nudillos en presencia de Kault, pues no deseaba despertar las sospechas del thenanio; pero cuando el terreno se volvía demasiado abrupto, saltaba los obstáculos en vez de rodearlos. Y durante los trechos llanos, se montaba en los hombros de Robert.

Éste había insistido en cargar con el chimp, a pesar de que su estatus oficial abría un abismo entre ellos. Tal como andaban las cosas, el muchacho humano estaba muy impaciente. Era obvio que hubiera preferido hacer todo el camino corriendo.

El camino experimentado por Robert Oneagle era asombroso, e iba más allá de lo físico. La noche anterior, cuando Kault le pidió que explicase su historia por tercera vez, Robert manifestó clara e inconscientemente una sencilla versión del teev’nus sobre la cabeza. Uthacalthing pudo captar cómo el humano utilizaba con habilidad el glifo para reprimir su frustración y evitar cualquier muestra de descortesía hacia el thenanio.

Uthacalthing notó que Robert no lo contaba todo. Pero lo que dijo fue suficiente.

Sabía que Megan subestimaba a su hijo, pero de esto no tenía ni idea.

Obviamente, él también había infravalorado a su hija.

Obviamente. Uthacalthing intentaba no sentirse ofendido por el poder de su hija, el poder de robarle mucho más de lo que él hubiera creído que podía permitirse perder.

Se esforzaba por mantener el paso de los demás, pero los nodulos de cambio de Uthacalthing latían a causa del cansancio. No era simplemente porque los tymbrimi estuvieran más preparados para la adaptabilidad que para la resistencia. Era también un fallo de su voluntad. Los otros tenían un objetivo y, además, sentían entusiasmo.

A él, lo único que le mantenía en camino era el deber.

Kault se detuvo en lo alto de una elevación desde donde las montañas se veían cercanas e imponentes. Estaban entrando en un bosque de árboles achaparrados, que ganaban altura a medida que ascendían. Uthacalthing miró las empinadas pendientes que tenían ante sí, envueltas en lo que podría ser nubes de nieve, y deseó que no tuvieran que subir mucho más.

—Apenas puedo creer lo que me ha dicho —comentó Kault—. Hay algo en la historia del terrestre que no me parece cierto, querido colega.

T’junatu… —Uthacalthing cambió al ánglico porque éste parecía necesitar un consumo menor de aire—. ¿Qué… qué es lo que le resulta difícil de creer, Kault? ¿Piensa que Robert está mintiendo?

—¡Claro que no! —Kault hizo un gesto de desaprobación con las manos y su cresta se infló de indignación—. : Lo único que creo es que este joven es un ingenuo.

—¿Ingenuo? ¿En qué sentido? —Uthacalthing podía ahora levantar la mirada sin que su visión se dividiera í en dos imágenes separadas en su corteza cerebral. Robert y Jo-Jo no estaban a la vista. Seguramente se habían adelantado.

—Quiero decir que los gubru pretenden muchas más cosas de lo que afirman. El trato que han ofrecido, consistente en firmar la paz con la Tierra a cambio del alquiler de algunas islas de Garth y derechos genéticos de compra de neochimpancés, no parece merecer el coste de una ceremonia interestelar. Sospecho, amigo mío, que hay algo detrás de eso.

—¿Qué piensa usted que quieren?

Kault movió su cabeza casi sin cuello de derecha a izquierda, como para asegurarse de que nadie podía oírlos. Bajó el tono de voz.

—Sospecho que quieren forzar una adopción.

—¿Adopción? Oh… quiere decir…

—Los garthianos —concluyó Kault—. Por eso hemos tenido mucha suerte de que sus aliados terrestres nos hayan traído la noticia. Lo único que podemos esperar es que sean capaces de proporcionarnos un medio de transporte, o no llegaremos a tiempo de evitar una terrible tragedia.

Uthacalthing se lamentó por todo lo que había perdido, pues Kault planteaba una cuestión tan desconcertante que bien merecía un glifo de delicada ironía.

Era cierto que había tenido un éxito que superaba sus expectativas más audaces. Según Robert, los gubru se habían tomado el mito de los garthianos al pie de la letra. Al menos durante el tiempo suficiente para que les causara daños y vergüenza.

También Kault había llegado a creerse aquella fábula fantasmal. Pero ¿era una fábula lo que Kault afirmaba haber verificado con sus instrumentos?

Increíble.

Y ahora, los gubru parecían estar comportándose como si pudieran basarse en algo más que las pistas que él mismo había falsificado. También ellos obraban como si existiese una confirmación.

El otro Uthacalthing hubiese formado el glifo syulff-kuonn para celebrar esos sorprendentes acontecimientos. Pero en aquel momento se sentía confundido y muy cansado.

Un grito los hizo volverse. Uthacalthing entrecerró los ojos, deseando poder cambiar un poco de su sentido de empatía por una vista mejor.

En la cima del siguiente risco distinguió la silueta de Robert Oneagle. Sentado sobre sus hombros, Jo-Jo los saludaba con la mano. Y parecía haber algo más. Un punto azul que centelleaba junto a las dos criaturas terrestres e irradiaba toda la buena voluntad de un perfecto bromista.

Era su guía, la luz que había conducido a Uthacalthing desde el día de la colisión, muchos meses atrás.

—¿Qué dicen? —preguntó Kault—. Apenas puedo oír sus palabras.

Uthacalthing tampoco. Pero sabía qué decían los terrestres.

—Me parece que dicen que ya no tenemos que andar mucho más —comentó con alivio—. Y que ya han encontrado un medio de transporte.

—Bien. —Las ranuras respiratorias del thenanio resoplaron de satisfacción—. Ahora sólo tenemos que confiar en que los gubru se comporten de acuerdo con el estado de tregua cuando lleguemos y nos ofrezcan el trato que nos corresponde como enviados acreditados.

Uthacalthing asintió. Pero cuando empezaron la marcha montaña arriba, pensó que aquél era sólo uno de sus problemas.

85. ATHACLENA

Intentó reprimir sus sentimientos. Para los demás aquello era muy serio, casi trágico.

Pero no había forma, su satisfacción no podía contenerse. Unos glifos sutiles y barrocos giraban sobre sus zarcillos y se difractaban entre los árboles, llenando los claros del bosque con la hilaridad de la muchacha. Los ojos de Athaclena habían alcanzado el máximo de separación y ella se tapaba la boca con las manos para que los apenados chimps no pudiesen ver su sonrisa al estilo humano.

El aparato portátil holo había sido colocado sobre lo alto de una colina que dominaba el Sind, hacia el noroeste, para mejorar la recepción. La escena que mostraba se estaba emitiendo en aquel momento desde Puerto Helenia. Gracias a la tregua, se había levantado la censura. Incluso sin humanos, la capital estaba abarrotada. Había muchos chimps «cazadores de noticias» del momento con sus cámaras portátiles para mostrar los escombros con asombroso detalle.

—No puedo soportarlo —gimió Benjamín.

Elayne Soo murmuró con impotencia mientras seguía la retransmisión:

—Es denigrante.

La chima tenía razón, ya que el receptor holo mostraba lo que quedaba del enrejado muro que los invasores habían construido en torno a Puerto Helenia…, ahora literalmente derribado y reducido a chatarra. Los asombrados chimps de la ciudad se arremolinaban junto a lo que parecía ser obra del paso de un ciclón. Miraban pasmados a su alrededor, escarbando entre los fragmentos de la verja. Unos pocos, en los que el regocijo primaba sobre la sensatez, lanzaban al aire los fragmentos con alegría. Algunos se golpearon el pecho en honor de la oleada imparable que había alcanzado su clímax hacía unos minutos, y luego se volvieron en dirección al interior de la ciudad.