Выбрать главу

En la mayoría de las emisoras la voz provenía de un ordenador, pero en el canal dos un locutor chimp era aún capaz de hablar a pesar de su excitación.

Al… al principio todos creímos que se trataba de una pesadilla hecha realidad. Como un arquetipo sacado de una vieja película del siglo veinte. ¡Nada podía detenerlos! Se precipitaron contra la verja gubru como si ésta fuera de papel de seda. Yo no sé nada, pero creo que en cualquier momento los más grandes agarrarán a nuestras chimas más bonitas y las llevarán a rastras hasta lo alto de la torre de Terragens…

Athaclena se apretó la mano contra la boca para que no se le escapara la risa. Luchaba con su autocontrol, y no era ella la única, porque uno de los chimps, Sylvie, la amiga de Fiben, soltó una aguda carcajada. Los demás la miraron con el ceño fruncido en señal de desaprobación. ¡Aquello era muy serio! Pero Athaclena miró a la chima y vio un brillo especial en sus ojos.

Pero parece que, después de todo, estas criaturas no son completamente salvajes. Después… después de demoler la verja, no parecen haber causado más daños en su inesperada invasión de Puerto Helenia. La mayoría se limita ahora a abrir puertas, comer fruta y hacer lo que les viene en gana. Además, un ejemplar de ciento sesenta kilos de gor… bueno no importa.

Esta vez otro chimp se unió a Sylvie. La visión de Athaclena se hizo borrosa y sacudió la cabeza. El locutor continuaba.

Las sondas psi de los gubru no parecen afectarles en absoluto porque, al parecer, no están programadas para su estructura cerebral…

En realidad, Athaclena y los guerrilleros de las montañas ya sabían desde dos días antes adonde habían ido los gorilas. Después de sus frenéticos primeros esfuerzos para desviar a los poderosos presensitivos, renunciaron al darse cuenta de que era inútil. Los gorilas se apartaban cortésmente o pasaban por encima de cualquiera que se pusiera en su camino. No pudieron detenerlos.

Ni tampoco a Abril Wu. Al parecer, la niña rubia había decidido ir en busca de sus padres y, sin correr riesgo de hacerle daño, no hubo nadie capaz de bajarla de los hombros de uno de los gigantes machos de torso plateado.

Y además, Abril les dijo a los chimps muy realistamente que alguien tenía que ir con los gorilas y vigilarlos para que no se metieran en líos.

Athaclena recordó las palabras de la pequeña Abril mientras contemplaba lo que habían organizado los presensitivos con el muro gubru. Sería horrible ver los líos en que podrían meterse si nadie los vigilara.

Por otro lado, ahora que el secreto ya era de dominio público, no había ninguna razón para que la niña humana no se reuniese con su familia. Nada de lo que ella dijera podía causar ya daño a nadie.

En lo referente al último proyecto secreto del centro Howletts, Athaclena podía ya tirar todas las pruebas que había recogido con tanto cuidado aquella primera y fatídica noche tantos meses atrás. Pronto, las Cinco Galaxias conocerían la existencia de esas criaturas. Y en cierto modo, aquello era una tragedia. Sin embargo…

Athaclena recordó aquel día de principios de primavera cuando se quedó tan asombrada y furiosa al descubrir los experimentos de Elevación ilegales que se desarrollaban a escondidas en la jungla. Ahora apenas podía creer que hubiera reaccionado de aquel modo. ¿Era yo realmente tan meticulosa y legalista?

En aquellos momentos, el syulff-kuonn era el glifo más simple y al mismo tiempo serio que podía formar, casual y cansadamente, para celebrar la alegría de una broma maravillosa. Ni los chimps pudieron evitar verse afectados por su licenciosa aura. Dos más rieron cuando uno de los canales mostró un vehículo alienígena tripulado por unos kwackoo que gritaban airados porque los gorilas los estaban desplumando, al parecer apasionadamente interesados en saber cómo era su sabor. Entonces otro chimp rió y las carcajadas se hicieron generales.

Sí, pensó ella. Es una broma maravillosa. Para un tymbrimi, las mejores bromas eran las que sorprendían tanto a los demás como al mismo bromista. Y aquélla constituía un ejemplo perfecto. En verdad, una experiencia religiosa, ya que su pueblo creía en un Universo que era algo más que un mecanismo de relojería, más incluso que el caprichoso flujo de azar y casualidad de Ifni.

Cuando ocurría algo así, decían los sabios tymbrimi, uno podía saber qué era Dios. Él mismo se encargaba de todo.

¿Era antes, pues, una agnóstica? ¡Qué estupidez por mi parte! Gracias, Dios mío, y gracias a ti, padre, por este milagro.

La escena cambió y aparecieron los muelles, donde una multitud de chimps bailaban y acariciaban el pelo de sus gigantes y pacientes primos. A pesar de las consecuencias probablemente trágicas de todo aquello, Athaclena y sus guerrilleros no pudieron evitar una sonrisa ante lo bien que se aceptaban las dos especies de pelo marrón. Al menos de momento, su orgullo era compartido por todos los chimps de Puerto Helenia.

Incluso la teniente McCue y su circunspecto asistente no pudieron reprimir una sonrisa al ver a un bebé gorila bailando ante las cámaras, con un collar hecho de fragmentos de globos psi de los gubru. Por unos instantes se vio a la pequeña Abril, montada con aire triunfante en los hombros de un gorila. La aparición de una niña humana pareció infundir ánimos a la multitud.

En aquellos momentos, todo el claro estaba saturado de sus glifos. Athaclena se volvió y alejó, dejando que los otros gozaran con aquella alegre ironía. Ascendió por un sendero del bosque hasta que llegó a un lugar que ofrecía una magnífica vista de las montañas, al oeste. Allí se detuvo y desplegó sus zarcillos para captar.

Así la encontró un mensajero chimp. Llegó a toda prisa y la saludó antes de tenderle un papel. Athaclena le dio las gracias y lo leyó, aunque creía saber de antemano lo que decía.

With’tanna Uthacalthing —susurró. Su padre volvía a estar en contacto con el mundo. A pesar de todos los acontecimientos de los últimos meses, la parte materialista y práctica que había en ella se sintió aliviada por aquella confirmación recibida por radio.

Había confiado en que Robert lograría su objetivo, por supuesto. Ése fue el motivo de que no hubiera ido con Fiben o con los gorilas a Puerto Helenia. ¿Qué iba a conseguir allí, con su escasa experiencia, que su padre no pudiera hacer mil veces mejor? Si había alguien capaz de convertir sus escasas esperanzas en milagros reales, ése era Uthacalthing.

No, su tarea consistía en quedarse allí. Porque incluso cuando ocurre un milagro, el Infinito espera que los mortales tomen sus propias precauciones.

Se protegió los ojos de la luz. Aunque no tenía esperanzas de ver personalmente la pequeña nave recortándose contra las brillantes nubes, siguió buscando un pequeño punto en el que iban todo su amor y sus plegarias.