86. GALÁCTICOS
Unos alegres pabellones tachonaban la ladera del ajardinado cerro, y de vez en cuando se hinchaban y ondeaban bajo las ráfagas de brisa. Unos veloces robots se apresuraban a recoger las brozas arrastradas por el viento. Otros iban de un lado a otro sirviendo un refrigerio a los dignatarios reunidos.
Galácticos de distintas formas y colores se congregaban en pequeños grupos que se unían y se separaban en una elegante exhibición de diplomacia. Las reverencias, los halagos y el ondear de los tentáculos significaban complejos matices de rango y protocolo. Un observador bien informado hubiera podido contar muchas cosas sobre tales sutilezas, y aquel día había allí reunidos una buena cantidad de observadores informados.
Abundaban también los intercambios informales. Aquí, un rechoncho pila parecido a un oso conversaba en entrecortados tonos ultrasónicos con un larguirucho jardinero Unten. Un poco más arriba, tres anulares sacerdotes jofur se quejaban en armonioso lamento a un oficial del Instituto de la Guerra sobre una supuesta violación en las rutas estelares.
Se decía que en estas ceremonias de Elevación se conseguían resultados diplomáticos más prácticos que durante las conferencias formales de negociación. Aquel día podría establecerse más de una nueva alianza y más de una también podría romperse.
La mayoría de visitantes galácticos apenas dedicaban una atención superficial a los que iban a ser honrados durante aquella jornada: una comitiva de pequeñas formas marrones que habían necesitado toda la mañana para recorrer la mitad del ascenso al montículo, pues habían tenido que rodearlo cuatro veces durante el recorrido.
En aquellos momentos, casi una tercera parte de los candidatos neochimpancés había suspendido una u otra prueba. Los eliminados regresaban un poco deprimidos montaña abajo, solos o por parejas.
Los aproximadamente cuarenta que quedaban continuaban su ascensión reiterando simbólicamente el proceso de Elevación que había llevado a su raza a aquella fase de su historia, aunque eran ignorados por la mayor parte de brillantes personajes reunidos en la ladera del montículo.
Pero no todos los observadores, por supuesto, permanecían desatentos. Cerca del pináculo, los comisarios del Instituto Galáctico de Elevación prestaban atención a los resultados que transmitía cada una de las estaciones donde tenían lugar los exámenes. Y cerca, debajo de su propio pabellón, un grupo de humanos, tutores de los neochimpancés, observaban todo con tristeza.
Mantenían una expresión entre perdida e impotente. La delegación, formada por varios alcaldes, profesores y un miembro del Cuadro de Elevación local, había sido traído aquella misma mañana desde la isla Cilmar. Habían formulado una protesta por los cauces legales sobre el modo irregular en que había sido convocada la ceremonia. Pero, al ser presionados, ninguno de ellos reivindicó el derecho a que se cancelara el acto de inmediato. Las posibles consecuencias eran potencialmente demasiado drásticas.
Por otro lado, ¿y si el acto era auténtico? La Tierra había estado presionando durante doscientos años para que se le permitiera celebrar una ceremonia como aquélla para los neochimpancés.
Los observadores humanos parecían verdaderamente incómodos porque no sabían qué hacer y pocos de los importantes dignatarios galácticos presentes se dignaban siquiera reconocerlos en medio de aquel frenesí de diplomacia informal.
Frente al pabellón del Tribunal Examinador se encontraba la elegante tienda de los padrinos. Muchos gubru y kwackoo permanecían fuera. De vez en cuando saltaban de puro nerviosismo, controlando críticamente todo con sus ojos sin párpados.
Hasta hacía pocos minutos, el Triunvirato gubru también había estado presente. Dos de ellos hacían alarde de los colores de su Muda que empezaban ya a despuntar mientras que el tercero seguía posado obstinadamente en su percha.
Entonces uno de ellos recibió un mensaje y los tres desaparecieron en el interior de la tienda para una conferencia urgente. De eso ya hacía un buen rato, pero aún no habían salido.
El Suzerano de Costes y Prevención aleteó y, al tiempo que dejaba caer el mensaje al suelo, espetó:
—¡Protesto! ¡Condeno esta interferencia y esta intolerable traición!
El Suzerano de la Idoneidad miró hacia abajo desde su percha, completamente desorientado. El Suzerano de Costes y Prevención había resultado ser un oponente manipulador, pero nunca había sido deliberadamente obtuso. Era obvio que había ocurrido algo para que estuviese tan trastornado.
Los ayudantes kwackoo se agacharon a toda prisa para recoger el arrugado mensaje que había tirado, hicieron duplicados y entregaron sendas copias a los otros gubru. Cuando el Suzerano de la Idoneidad vio los datos, apenas pudo dar crédito a sus ojos.
Había un neochimpancé solitario que ascendía las primeras cuestas del imponente Montículo Ceremonial, cruzando a toda prisa las pantallas automáticas de examen de los primeros niveles y reduciendo gradualmente la amplia distancia que lo separaba del grupo oficial de chimps que pasaban las pruebas.
El neochimp avanzaba erguido y con decisión, con un propósito muy claro que podía leerse en su misma postura. Los otros miembros de su especie que ya habían suspendido y descendían por el largo camino en espiral, primero se asombraban al verlo, pero luego alargaban el brazo para tocar la túnica del recién llegado y le dedicaban palabras de aliento.
—¡Esto no fue, no pudo ser ensayado! —exclamó el Suzerano de Rayo y Garra—. ¡Es un intruso —gritó— y voy a hacer que abran fuego sobre él!
—¡No debes, no tienes que hacerlo, no lo harás! —le replicó con un chillido furioso el Suzerano de la Idoneidad—. ¡Todavía no se ha dado la unificación! ¡No ha habido una Muda completa y aún no tienes la sabiduría de una reina! ¡Las ceremonias están dirigidas, gobernadas, regidas por tradiciones de honor! ¡Todos los miembros de una especie pupila pueden tener acceso a ellas y ser probados, examinados, evaluados!
El tercer líder gubru abría y cerraba el pico irritado. Finalmente, el Suzerano de Costes y Prevención ahuecó sus alborotadas plumas y admitió:
—Se nos pedirá una indemnización. Los oficiales del Instituto tal vez se vayan, se marchen, nos impongan sanciones… El coste… —desvió la mirada ahuecando más las plumas—. Dejémoslo seguir su curso por ahora. Solo, sin compañía, aislado, no podrá causar ningún daño.
Pero el Suzerano de la Idoneidad no estaba tan seguro. Hubo un tiempo en que había sentido gran aprecio por aquel determinado pupilo. Cuando pareció que lo habían raptado, el Suzerano de la Idoneidad sufrió un serio revés.
Ahora, sin embargo, se había dado cuenta de la verdad. El neochimp macho no había sido raptado ni eliminado por sus rivales, los otros Suzeranos. ¡El chimp había escapado realmente!
Y ahora había regresado solo. ¿Cómo? ¿Qué esperaba conseguir? Sin ninguna guía, sin la ayuda de un grupo, ¿cuan lejos creía que podría llegar?
Al principio, al ver a la criatura, el Suzerano de la Idoneidad había sentido una regocijada sorpresa, una sensación muy poco usual en un gubru. Pero en aquellos momentos, su emoción era incluso más incómoda…, una preocupación de que aquello era sólo el principio de la sorpresa.