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87. FIBEN

Hasta entonces todo había sido coser y cantar. Fiben se preguntaba dónde estarían las verdaderas dificultades.

Había temido que le hicieran resolver de memoria complicados problemas de cálculo o recitar como Demóstenes, con guijarros en la boca. Pero, al principio, sólo había encontrado una serie de barreras de pantallas de fuerza que desaparecían automáticamente ante él; y después de eso, aparecieron aquellos divertidos instrumentos que había visto utilizar a los técnicos gubru, semanas, meses atrás, manejados ahora por unos alienígenas aún más divertidos.

De momento todo iba bien. Había completado el primer circuito en lo que debía de ser un tiempo récord.

Ah, y le habían hecho unas cuantas preguntas. ¿Cuál era su recuerdo más antiguo? ¿Le gustaba su profesión? ¿Estaba satisfecho con la forma física de su generación de neochimpancés o pensaba que ésta podía ser mejorada de algún modo? ¿Sería conveniente un rabo prensil para el manejo de herramientas, por ejemplo?

Gailet se habría sentido orgullosa de la cortesía con que había respondido, incluso a aquella pregunta. O al menos esperaba que estuviera orgullosa de él. Los oficiales galácticos tenían toda su ficha: la genética, la escolar y la militar. Y, cuando pasó frente a un grupo de pasmados soldados de Garra que estaban en los acantilados que flanqueaban la bahía y se encaminó a través de las barreras para pasar su primer examen, ya habían tenido tiempo de leerla.

Cuando un alto y arbóreo kanten le preguntó acerca de la nota que había dejado al «escaparse» aquella noche de la cárcel, quedó claro que el Instituto también podía utilizar los informes del invasor. Respondió sinceramente que Gailet había redactado el documento y que él había comprendido su finalidad y estado de acuerdo.

El follaje del kanten repicó como el tintineo de unas diminutas campanas plateadas. EL galáctico semivegetal parecía complacido y divertido mientras se hacía a un lado para dejarlo pasar.

El viento intermitente ayudó a Fiben a sentirse fresco mientras ascendía por la ladera oriental. Ante el esfuerzo por mantener un paso rápido, se sentía como si llevara una gruesa capa, por más que el escaso pelo que cubría el cuerpo de los chimps no podía considerarse como un verdadero abrigo.

La colina había sido cuidadosamente ajardinada y el camino estaba pavimentado con un piso suave y elástico. Sin embargo, notaba un ligero temblor bajo los dedos de los pies, como si toda la montaña artificial estuviese latiendo en un ritmo que el oído no podía captar. Fiben, que había visto las grandes plantas de energía antes de que las enfriaran, sabía que no se trataba de su imaginación.

En la siguiente estación, un técnico pring con grandes y brillantes ojos y labios abultados, lo miró de arriba abajo e introdujo unas notas en su depósito de datos antes de permitirle continuar. Ahora, algunos de los dignatarios congregados en la ladera habían empezado a darse cuenta de su presencia. Varios se acercaron y consultaron con curiosidad los resultados que estaba obteniendo en las pruebas. Fiben les hizo corteses reverencias e intentó no pensar en la cantidad de ojos distintos que lo miraban como si fuera un raro espécimen.

Antiguamente sus ancestros tuvieron que pasar por algo así, se consoló Fiben.

Por dos veces Fiben se cruzó, unas cuantas espirales más abajo, con el grupo de candidatos oficiales: un tropel de formas marrones con túnicas plateadas que gradualmente iba disminuyendo. La primera vez que pasó a toda prisa, ninguno de los chimps advirtió su presencia; pero la segunda vez tuvo que detenerse para ser examinado por los aparatos de un ser cuya especie no pudo siquiera identificar. Alcanzó a distinguir algunas figuras del grupo, y unos cuantos chimps lo vieron a su vez. Uno de ellos dio un codazo a un compañero y lo señaló. Pero luego todos desaparecieron tras el siguiente recodo.

No había visto a Gailet, lo cual debía significar que iba a la cabeza del grupo.

—Venga, vamos —murmuró Fiben con impaciencia por el tiempo que tardaba aquella criatura en examinarlo. Luego pensó que las máquinas que lo enfocaban podían ser capaces de leer también sus palabras y su estado de ánimo y se concentró en guardar la disciplina. Cuando el técnico alienígena le indicó que había superado la prueba con unas breves palabras generadas por ordenador, el chimp sonrió con amabilidad y le hizo una reverencia.

Fiben se apresuró. Le irritaba cada vez más la gran separación que había entre las distintas pruebas y se preguntó si habría alguna forma digna de correr para poder salvar antes la distancia.

Pero cuando las pruebas empezaron a hacerse más serias, a requerir conocimientos más profundos y un razonamiento más complejo, las cosas empezaron a ir más despacio. Pronto se encontró con más chimps que hacían el camino de descenso. Se suponía que éstos tenían prohibido hablar con él, pero algunos, con el cuerpo empapado de sudor, ponían los ojos en blanco significativamente.

Reconoció a algunos de aquellos que habían fracasado. Dos eran profesores de la escuela universitaria de Puerto Helenia; otros, científicos del Programa de Recuperación Ecológica de Garth. Fiben comenzó a preocuparse. Todos aquellos chimps eran carnets azules, y de los más brillantes. Si ellos suspendían, es que había algo erróneo allí. Ciertamente, aquella ceremonia no era como otras similares, como la celebración de los tylal de la que Athaclena le había hablado.

¡Tal vez las reglas estaban en contra de los terrestres!

Entonces se acercó a un puesto dirigido por un alto gubru. No importaba que llevase los colores del Instituto y hubiera jurado imparcialidad. Fiben ya estaba harto de ver tantos integrantes de ese clan con el uniforme del Instituto.

La criatura pajaril utilizaba un vodor y le preguntó sobre una simple cuestión de protocolo. Luego lo dejó pasar.

De repente, al salir del puesto de examen, una idea llegó a su mente. ¿Y si el Suzerano de la Idoneidad había resultado vencido por sus compañeros? Fuera cual fuese su verdadero propósito, al menos el Suzerano había sido sincero al querer organizar una verdadera ceremonia. Y una promesa tenía que mantenerse. Pero, ¿y los otros, el almirante y el burócrata? Era probable que tuviesen distintas prioridades.

¿Podía estar todo el asunto preparado para que los neochimps no pasaran las pruebas, aunque estuvieran lo suficientemente preparados? ¿Era eso posible?

¿Podía tal resultado ser de algún modo beneficioso para los gubru?

Sumido en estos pensamientos problemáticos, Fiben apenas superó una prueba que exigía complejos juegos malabares de las funciones motrices para resolver un complicado rompecabezas tridimensional. Al dejar aquel puesto, con las aguas de la Bahía de Aspinal a su izquierda, cubiertas por las sombras de media tarde, casi no advirtió una nueva conmoción que se producía allí abajo, en la lejanía. En el último momento se volvió en busca del origen del ruido que iba en aumento.

—¡Por Ifni! —Parpadeó y se quedó observando.

No era el único. La mitad de los dignatarios galácticos parecía dirigir su atención hacia aquel lugar, atraídos por la oleada de color marrón que empezaba a invadir la base del Montículo Ceremonial.