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¡Oh, miseria de miserias! La idea de que lo hicieran había sido suya, por supuesto, pero Uthacalthing se quedó asombrado al ver el vigor con que los humanos la habían apoyado. Después de todo, ¿por qué preocuparse? ¿Qué podía conseguirse con una cantidad tan pequeña de información superficial?

Esta incursión en la Biblioteca Planetaria había servido a sus propósitos pero también había reforzado la opinión que tenía de los terrestres. Nunca se rendían. Ése era otro de los motivos para encontrarlos encantadores.

La razón oculta de este caos, su idea particular, había requerido el vaciado y traspapelado de algunos mega archivos muy concretos, que habían pasado inadvertidos en medio de aquella confusión. Al parecer, nadie notó que conectaba su cubo de entrada y salida de potencia a la tosca Biblioteca, esperaba unos segundos y luego volvía a meterse en el bolsillo su pequeño aparato de sabotaje.

Conseguido. Ahora no quedaba nada por hacer, a excepción de observar a los lobeznos mientras esperaba que llegase su coche.

Un tono de lamento empezó a crecer y decrecer en la distancia. Era el silbido agudo de la sirena del cosmódromo, al otro lado de la bahía: otro escapado de la derrota del espacio regresaba para un aterrizaje de emergencia. Habían oído muy pocas veces ese sonido. Todos sabían que no quedaban muchos supervivientes.

La mayor parte del tráfico consistía en el despegue de naves. Muchos habitantes del continente habían volado hacia la cadena de islas del Mar Occidental, donde la mayor parte de habitantes de la Tierra tenía aún su domicilio. También el gobierno preparaba su propia evacuación.

Cuando las sirenas gimieron, todos los hombres y chimps miraron unos instantes hacia arriba. Por unos momentos, los trabajadores emitieron una compleja fuga de ansiedad que Uthacalthing pudo casi saborear con su corona.

¿Casi saborear?

Oh, qué cosas más encantadoras y sorprendentes, estas metáforas, pensó Uthacalthing. ¿Se puede saborear con la corona? ¿O tocar con los ojos? El ánglico es tan estúpido y sin embargo, a veces, resulta muy interesante.

¿Y no era cierto que los delfines veían con los oídos?

Sobre sus ondeantes zarcillos se formó Zunour-thzun, que resonaba con el pánico de los hombres y los chimps.

Si, todos esperamos seguir viviendo pues nos quedan tantas cosas que saborear, ver o captar…

A Uthacalthing le hubiese gustado que la diplomacia no requiriera que los tymbrimi eligiesen como enviados a sus personajes más insípidos. Lo habían seleccionado como embajador, entre otras cosas, porque resultaba aburrido, al menos desde el punto de vista de los que estaban en su planeta.

Y la pobre Athaclena parecía incluso ser peor, tan seria y reservada.

Admitió libremente que en parte era culpa suya. Ésa fue la razón por la que se había traído consigo la gran colección de historietas terrestres de la época previa al Contacto. La de los Tres Espías lo había inspirado en especial. Pero ¡qué lástima!, Athaclena parecía incapaz de comprender la sutil e irónica brillantez de esos antiguos genios terráqueos de la comedia.

Mediante Sylíh, ese enlace con los muertos-pero-recordados, su mujer, fallecida mucho tiempo atrás, todavía le regañaba, viniendo desde el más allá para decirle que su hija debería estar en casa, donde sus alegres compañeros podrían sacarla de su aislamiento.

Tal vez, pensó. Pero Mathicluanna ya había tenido su oportunidad y Uthacalthing confiaba en sus propios remedios para enderezar a su hija.

Una pequeña y uniformada neochimpancé, una chima, se detuvo frente a Uthacalthing y le hizo una reverencia, con las manos juntas sobre el pecho en señal de respeto.

—¿Sí, señorita? —Uthacalthing habló primero tal como exigía el protocolo. Aunque era un tutor que hablaba a un pupilo, utilizó el honorífico y arcaico término.

—S… su excelencia… —La voz rasposa de la chima temblaba ligeramente. A buen seguro era la primera vez que hablaba con uno noterráqueo—. Su excelencia, la Coordinadora Planetaria Oneagle nos ha hecho llegar el mensaje de que los preparativos ya están completos. Las armas están a punto de ser instaladas. Pregunta si a usted le gustaría presenciar su… este, su programa en funcionamiento.

Los ojos de Uthacalthing se separaron, divertidos, mientras la arrugada piel de sus cejas se estiraba unos instantes. Su «programa» apenas merecía tal nombre. Hubiera sido mejor llamarlo tortuosa y práctica broma para los invasores. Como mucho, una empresa aventurada.

Ni siquiera Oneagle sabía lo que él deseaba realmente. Esa ignorancia era una lástima, desde luego, ya que si fracasaba su plan, cosa más que probable, seguiría mereciéndose una o dos buenas carcajadas. Reírse podría ser una gran ayuda para su amiga ante los difíciles tiempos que tenía por delante.

—Gracias, cabo —asintió—. Por favor, indíqueme el camino.

Mientras seguía al pequeño pupilo, Uthalcalthing sintió una leve insatisfacción por dejar tantas cosas sin resolver. Una buena broma requería mucha preparación, y no le quedaba demasiado tiempo.

¡Si al menos yo tuviera un aceptable sentido del humor!

Oh, bueno, cuando la sutileza nos abandona, debemos simplemente tomárnoslo con tartas de crema.

Dos horas más tarde salía de la residencia del gobierno para regresar a casa. La reunión había sido breve, con flotas de batalla que se aproximaban y expectativas de aterrizajes inminentes. Megan Oneagle había trasladado ya la mayor parte del gobierno y las escasas fuerzas restantes a territorios más seguros.

Uthacalthing pensaba que en realidad disponían de algo más de tiempo. No habría aterrizajes hasta que los invasores hubiesen transmitido su manifiesto. Las normas del Instituto de la Guerra Civilizada así lo requerían.

Pero con la confusión que reinaba entre las Cinco Galaxias, muchos clanes de viajeros del espacio se estaban saltando la tradición a la torera. Pero en este caso, observar las normas no le costaría nada al enemigo. Ya habían vencido. Ahora se trataba sólo de ocupar un territorio.

Además, la batalla en el espacio había demostrado una cosa: estaba claro que el enemigo eran los gubru.

A los humanos y chimps de este planeta no les esperaban buenos tiempos. Desde la época del Contacto, los gubru habían sido los peores atormentadores de la Tierra. No obstante, los galácticos pajariles eran muy rigurosos con las normas. Al menos, con su propia interpretación de ellas.

Megan se sintió decepcionada cuando él rechazó su oferta de transportarlo al refugio, pero Uthacalthing tenía su propia nave. Y, además, todavía le quedaban asuntos por resolver en la ciudad. Se despidió de la Coordinadora con la promesa de verla muy pronto.

«Pronto» era una palabra maravillosamente ambigua. Una de las muchas razones por las que valoraba el ánglico era por la magnífica imprecisión de la lengua de los lobeznos.