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Naturalmente no se van a molestar en decirnos qué ocurre, pensó con amargura.

—Vale, Gailet, tú primero —dijo Micaela—. Demuéstrales lo «guay» que podemos hablar.

Así que incluso una recatada maestra de escuela utilizaba la jerga de la calle como un artificio, como un vínculo.

—¿No te jode? Eso está hecho —suspiró Gailet.

Puño de Hierro le sonrió, pero Gailet lo ignoró por completo mientras entraba en el pabellón, se inclinaba ante el soro y se sometía a las preguntas de los robots.

89. GALÁCTICOS

El Suzerano de Rayo y Garra se pavoneaba de un lado a otro bajo la ondulante lona del pabellón del Instituto de Elevación. La voz del almirante temblaba con un vibrato de cólera.

—¡Intolerable! ¡Increíble! ¡Inadmisible! ¡Esta invasión debe ser controlada, sometida, suspendida!

La tranquila rutina de una Ceremonia de Elevación normal se había desmoronado. Los oficiales y examinadores del Instituto, galácticos de distintas formas y tamaños, se precipitaban a toda prisa bajo los toldos, consultando sus Bibliotecas portátiles y buscando precedentes de un acontecimiento que ninguno de ellos había presenciado antes, o ni siquiera imaginado. Un disturbio inesperado había desencadenado el caos en todas partes, en especial en el rincón donde el Suzerano danzaba su enojo ante un ser aracnoide.

La Gran Examinadora, una aracnoide serentini, permanecía relajada en medio de un círculo de bancos de datos, escuchando con atención las quejas del oficial gubru.

—¡Digamos que ha sido una violación, una infracción, una ofensa capital! Mis soldados impondrán severamente la idoneidad. —El Suzerano ahuecó sus plumas para mostrar el tinte rosáceo ya visible entre ellas, como si la serentini tuviera que impresionarse al ver que el almirante era ya casi una hembra, casi una reina.

Pero esa visión no consiguió impresionar a la Gran Examinadora. Después de todo, los serentini eran hembras. ¿A qué venía tanta historia?

—Los recién llegados reúnen todas las condiciones para que se les permita participar en la ceremonia. —La Gran Examinadora disimulaba su diversión—. Han causado una gran consternación —explicó pacientemente en galáctico-Tres—, y se hablará mucho de ello cuando termine este día. Sin embargo, son simplemente una característica más de esta ceremonia, que, bueno, es poco convencional.

—¿Qué quiere decir con eso? —El gubru abrió el pico, y luego volvió a cerrarlo.

—Que es la Ceremonia de Elevación más irregular que se ha dado en muchos megaaños. He estado tentada de clausurarla varias veces.

—¡No se atreverá! ¡Apelaremos, exigiremos un desagravio, exigiremos compensaciones!

—Oh, eso le encantaría, ¿verdad? —La Gran Examinadora suspiró—. Todo el mundo sabe que los gubru han extendido excesivamente sus dominios. Y una demanda contra uno de los Institutos podría cubrirles parte de los gastos, ¿no? —Esta vez el gubru se quedó callado. La Gran Examinadora utilizó dos tentáculos para rascarse un pliegue de su caparazón—. Algunos de mis asociados creen que todo esto ya formaba parte de su plan. Hay muchas irregularidades en esta ceremonia que ustedes han organizado; y sin embargo, examinándolas de cerca, todas parecen llegar justo al límite de lo legal. Han sido muy inteligentes a la hora de encontrar precedentes y evasiones. Por ejemplo, está el asunto de la aprobación humana a una ceremonia para sus pupilos. No está claro que esos rehenes oficiales de ustedes hayan entendido siquiera lo que estaban firmando en esos documentos que usted me mostró.

—Se les permitió, se les ha permitido, acceso a la Biblioteca.

—Una habilidad en la que los lobeznos precisamente no destacan. Existen sospechas de coacción.

—¡Hemos recibido un mensaje de aceptación desde la Tierra! ¡De su planeta madre!

—Sí —admitió la serentini—. Han aceptado su oferta de paz y la celebración de una ceremonia gratuita. ¿Qué pobre raza lobezna en sus terribles circunstancias rechazaría tal proposición? Pero los análisis semánticos demuestran que lo único que ellos admitieron fue someter el asunto a ulterior discusión. Es obvio que no comprendieron que ustedes compraban la liberación de sus viejas solicitudes, realizadas algunas de ellas hace más de cincuenta paktaars. Eso permite que el período de espera sea postergado.

—Si no han comprendido bien, es asunto suyo —la interrumpió el Suzerano de Rayo y Garra.

—Claro. ¿Y el Suzerano de la Idoneidad está de acuerdo con esta opinión?

Esta vez se hizo el silencio. Finalmente, la Gran Examinadora cruzó las antepiernas en una reverencia formal.

—Se acepta su protesta. La ceremonia debe continuar, bajo las antiguas normas que establecieron los Progenitores.

El comandante gubru no tenía otra opción. Le devolvió la reverencia y, con una sacudida, se volvió, abriéndose paso hacia el exterior y empujando a sus guardias y ayudantes, los cuales se quedaron cloqueando molestos.

—¿Qué estábamos discutiendo antes de que llegase el Suzerano? —preguntó la Examinadora a un robot ayudante.

—La proximidad de una nave cuyos ocupantes solicitan protección diplomática y el estatus de observadores —replicó el objeto en galáctico-Uno.

—Ah, sí. Eso.

—Están cada vez más nerviosos porque los interceptadores gubru parecen querer detenerlos y pueden resultar dañados.

—Por favor —dijo la Examinadora tras titubear sólo unos instantes—, comunica a los enviados que estaremos encantados de complacer su petición. Tienen que venir directamente al montículo, bajo la protección del Instituto de Elevación.

El robot se apresuró a transmitir la orden. Se acercaron entonces otros ayudantes, agitando informes con más anomalías aún. Una tras otra, las pantallas holo se iluminaron para mostrar la multitud que había llegado al pie de la colina, saliendo tumultuosamente de desvencijados botes y precipitándose hacia las laderas que no tenían vigilancia.

—Este acto es cada vez más interesante. —La Gran Examinadora suspiró, pensativa—. Me pregunto qué va a ser lo próximo que ocurra.

90. GAILET

Ya había atardecido y Gimelhai se había hundido tras el horizonte occidental, enturbiado por unas oscuras nubes, cuando los agotados supervivientes pasaron por fin ante la última pantalla examinadora y se dejaron caer exhaustos en la loma cubierta de césped. Seis chimps y seis chimas yacían unos junto a otros para procurar se calor. Estaban demasiado cansados para rascarse entre sí, aunque les parecía necesario.

—Oh, madre mía, ¿por qué no decidieron elevar perros? ¿O cerdos? —gemía uno de ellos.