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—O mandriles —sugirió otra voz y se produjo un murmullo de asentimiento. Esas criaturas sí se merecían aquel trato.

—A cualquiera, excepto a nosotros— resumió una tercera voz concisamente.

Ex exaltavit humilis, pensó Gailet en silencio. Han elevado al de más humilde origen. El lema del Cuadro de Elevación de Terragens tenía sus bases en la Biblia cristiana. Para Gailet había siempre llevado implícito el infortunio de que alguien, en algún lugar, iba a ser crucificado.

Se le cerraban los ojos y sintió que la acosaba una superficial soñolencia. Sólo una pequeña siesta, pensó. Pero no duró demasiado tiempo. Gailet sintió el regreso repentino de aquel sueño, aquel en que un gubru la miraba a través del cañón de un malévolo aparato. Se estremeció y abrió los ojos de nuevo.

Los últimos retazos de luz diurna se desvanecían. Las estrellas, con una claridad helada, centelleaban como si se refrectaran a través de algo distinto a la simple atmósfera.

Ella y los demás se pusieron de pie rápidamente al ver que un vehículo flotador se aproximaba y se posaba frente a ellos. De él salieron tres figuras: un alto gubru de plumaje blanco, un galáctico aracnoide y un rechoncho mase humano cuya túnica oficial colgaba de él, como un saco de patatas. Mientras todos se inclinaban ante ellos, Gailet reconoció a Cordwainer Appelbe, el jefe del Cuadro de Elevación local de Garth.

El hombre parecía estupefacto. Era obvio que lo habían obligado a tomar parte en todo aquello. Y Gailet se preguntó si además no lo habrían drogado.

—Hummm, quiero felicitaros a todos —dijo adelantándose a sus dos acompañantes—. Tenéis que saber lo orgullosos que nos sentimos de vosotros. Me han dicho que si bien hay algunos resultados que aún están bajo discusión, la decisión total del Instituto de Elevación es que los Pan argonostes, los neochimpancés del clan de la Tierra, son, o mejor, han sido declarados aptos para pasar a la fase tres.

—Es cierto —dijo la oficial aracnoide aproximándose a ellos—. Además, puedo prometer que el Instituto favorecerá las futuras solicitudes del clan de la Tierra para que se realicen ulteriores exámenes.

Gracias, pensó Gailet mientras ella y los demás se inclinaban de nuevo. Pero por favor, no se molesten en seleccionarme para los próximos.

A continuación, la Gran Examinadora se enfrascó en un largo discurso sobre los derechos y deberes de las razas pupilas. Habló de los Progenitores, desaparecidos desde hacía mucho tiempo y que habían dado origen a la civilización galáctica, y de los procedimientos que habían establecido para que fueran seguidos por todas las posteriores generaciones de vida inteligente.

La Examinadora utilizaba galáctico-Siete, que la mayoría de chimps podía al menos seguir. Gailet intentaba escuchar pero, en su interior, sus agobiados pensamientos no cesaban de girar sobre lo que iba a ocurrir después de aquello.

Estaba segura de que notaba bajo sus pies un aumento de las vibraciones que los habían acompañado en todo el recorrido de subida. El aire estaba saturado de un ronco y apenas audible zumbido. Gailet se balanceó, pues una oleada de irrealidad parecía atravesarla. Miró hacia arriba y vio que algunas de las estrellas del anochecer parecían haber aumentado de repente la intensidad de su brillo. Otras se escapaban lateralmente al tiempo que una distorsión oval se producía sobre su cabeza. Allí empezaba a concentrarse una negrura.

El discurso de la Examinadora continuaba monótonamente. Cordwainer Appelbe escuchaba arrobado, con la perplejidad reflejada en su rostro, pero el gubru de las plumas blancas parecía cada vez más impaciente. Gailet imaginó el porqué. Ahora que estaban calentando y preparando la derivación hiperespecial, cada minuto representaba un gasto para los invasores. Al darse cuenta de eso, Gailet sintió más simpatía hacia la aburrida oficial serentini. Dio un codazo a Micaela, que parecía a punto de dormirse, y siguió concentrándose con atención en el discurso.

• Varias veces el gubru abrió el pico como si estuviese a punto de cometer la desagradable acción de interrumpir a la Examinadora. Finalmente, cuando el ser aracnoide hizo una pausa para recobrar el aliento, el pajaroide la cortó bruscamente. Gailet, que se había pasado los últimos meses estudiando mucho, pudo entender con facilidad las entrecortadas palabras en galáctico-Tres.

—¡…retrasar, perder el tiempo, demorar! Sus motivos son dudosos, increíbles, susceptibles de sospecha. ¡Insisto en que proceda, continúe, siga adelante!

Pero la Examinadora apenas le prestó atención y siguió su parlamento en galáctico-Siete.

—Al superar este formidable reto de hoy, el examen más riguroso que yo haya jamás presenciado, habéis demostrado vuestra valía como jóvenes ciudadanos de nuestra civilización y habéis acreditado a vuestro clan.

»Lo que hoy recibís, os lo habéis ganado: el derecho a reafirmar vuestro amor hacia vuestros tutores, y a escoger un consorte de etapa. Esta última decisión es muy importante. Como consorte debéis elegir a una raza conocida de viajeros del espacio y respiradores de oxígeno, que no sea miembro de vuestro propio clan. Esta raza defenderá vuestros intereses e intercederá imparcialmente en las disputas que pudieran ocurrir entre vosotros y vuestros tutores. Si lo deseáis podéis elegir a los tymbrimi, del clan de los krallnith, que han sido vuestros consortes-asesores hasta ahora. O podéis cambiar.

»O podéis incluso elegir otra opción… terminar con vuestra participación en la civilización galáctica y solicitar que la manipulación genética sea anulada. Hasta este drástico paso fue prescrito por los Progenitores a fin de garantizar los derechos fundamentales de los seres vivos.

¿Podemos? ¿Podemos hacer eso? Gailet se sintió aturdida ante tal pensamiento. Aunque sabía que en la práctica aquella opción casi nunca era aceptada, ahí estaba.

Se estremeció y volvió a concentrar su atención en la Gran Examinadora que levantaba los brazos a modo de bendición.

—En nombre del Instituto de Elevación y ante toda la civilización galáctica, os declaro a vosotros, representantes de vuestra raza, cualificados y capaces de elegir y corroborar lo manifestado. Seguid adelante y haced que todos los seres vivos se sientan orgullosos.

La serentini retrocedió. Y por fin le tocaba el turno al patrocinador de la ceremonia. En circunstancias normales, éste hubiese sido un humano o un tymbrimi, pero esta vez no era así. El emisario gubru efectuó una pequeña danza de impaciencia. Se apresuró a gritar ante un vodor y sus palabras en galáctico-Siete resonaron en todas partes.

—Diez de vosotros acompañaréis a los representantes finales hasta la derivación y allí actuaréis como testigos. Ahora nombraré a dos sobre los que recae el honor y la responsabilidad.

»La doctora Gailet Jones, hembra, ciudadana de Garth, confederación de Terragens, clan de la Tierra.

Gailet no quería moverse, pero su amiga, Micaela, la traicionó dándole un pequeño empujón en la espalda e instándola a avanzar. Se acercó unos pasos a los dignatarios y se inclinó ante ellos. El vodor siguió retumbando.