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Fiben forzó una expresión seria e hizo una nueva reverencia.

—Oh, que voten levantando la mano, su señoría; eso bastará. Gracias.

Gailet estaba más asombrada que en ningún otro momento durante la ceremonia. Intentó con todas sus fuerzas negarse a su nominación, pero la misma inmovilidad, la misma fuerza implacable que antes le había impedido hablar, la hizo ahora incapaz de retirar su nombre. Fue elegida unánimemente.

La elección del representante masculino fue también muy directa. Fiben estaba frente a Puño de Hierro, mirando tranquilamente a los ojos fieros del marginal. Gailet pensó que lo mejor que podía hacer era abstenerse, lo cual provocó algunas miradas de sorpresa.

Sin embargo, casi sollozó de alivio al saber que el resultado de la votación era de nueve a tres… a favor de Fiben Bolger. Cuando por fin él se le acercó, Gailet se dejó caer en sus brazos y empezó a llorar.

—Ven, ven —dijo él. Y no era tanto la frase en sí como el sonido de su voz lo que la reconfortaba—. Te dije que volvería ¿no?

Ella aspiró por la nariz y se secó las lágrimas mientras asentía. Le tocó la mejilla y, con una ligera ironía en la voz, le dijo:

—Mi héroe.

Los otros chimps, a excepción de los margis, se arracimaron a su alrededor, apretándose en una alegre masa. Por primera vez parecía que la ceremonia iba a convertirse en una verdadera fiesta.

Todos se pusieron en fila de a dos detrás de Fiben y Gailet, y empezaron a avanzar por el último trecho del camino hacia el pináculo donde, muy pronto, serían el vínculo físico entre aquel mundo y espacios muy distantes.

Fue entonces cuando un silbido estridente resonó en la pequeña planicie. Un nuevo coche flotador aterrizó ante los chimps bloqueándoles el camino.

—Oh, no —gimió Fiben, al reconocer de inmediato la nave de los tres Suzeranos de la fuerza invasora gubru.

El Suzerano de la Idoneidad parece acongojado. Se mantenía en su percha con la cabeza baja e incapaz de mirarlos siquiera. Sin embargo, los otros dos líderes saltaron ágilmente al suelo y se dirigieron con concisión a la Examinadora.

—También nosotros deseamos presentar, ofrecer, manifestar… un precedente.

91. FIBEN

¿Cuál es el precio de convertir el fracaso en victoria?

Fiben se preguntaba aquello mientras se despojaba de su túnica ceremonial y permitía a dos de los chimps que le friccionaran los hombros con aceite. Se estiró e intentó recordar lo suficiente de sus días de lucha como para contestar a la pregunta.

Soy demasiado viejo para esto, pensó. Y ha sido un día muy largo y duro.

Los gubru no habían bromeado cuando anunciaron llenos de júbilo que habían encontrado una salida. Gailet intentaba explicárselo mientras él se preparaba. Como siempre, aquello parecía estar relacionado con una abstracción.

—Tal como yo lo veo, Fiben, los galácticos no niegan la idea de la evolución en sí misma, sino la de la evolución de la inteligencia. Creen en algo parecido a lo que nosotros solíamos llamar «darwinismo» para explicar el camino de las criaturas hasta la presapiencia. Y, además, se asume que la naturaleza es sabia en el sentido de que obliga a cada especie a demostrar su aptitud en estado natural.

—Por favor, Gailet, ve al grano —suspiró Fiben—. Dime por qué tengo que enfrentarme con ese monstruo. El que debamos decidirlo por combate ¿no es un poco tonto incluso dentro de las reglas ETs?

Ella sacudió la cabeza. Durante unos instantes pareció sufrir una afasia, pero ésta pronto desapareció cuando su mente se deslizó hacia su acostumbrado estilo pedante.

—Si lo examinas atentamente, verás que no lo es. Mira, uno de los riesgos que corren las razas tutoras al elevar a una especie hasta hacerla capaz de viajar en el espacio es que a veces, con una excesiva manipulación, privan al pupilo de su esencia, de la misma aptitud que lo hizo apropiado para la Elevación.

—Quieres decir…

—Quiero decir que los gubru pueden acusar de eso a los humanos, y la única forma de negarlo es demostrar que aún podemos ser duros, apasionados y con una gran fortaleza física.

—Pero yo creía que todas esas pruebas….

—Han demostrado que quienes hemos llegado arriba estamos preparados para el Nivel Tres. Incluso —Gailet hizo una mueca como si le costase encontrar las palabras—, incluso esos margis son superiores, al menos en muchos de los aspectos que el Instituto se dedica a examinar. Sólo son deficientes según nuestros peculiares criterios terrestres.

—Tales como la decencia y el olor corporal. Sí, pero aún no comprendo…

—Fiben, al Instituto realmente no le importa quién entre en la derivación puesto que todos hemos pasado los exámenes. Si los gubru quieren que nuestro representante masculino sea el mejor de acuerdo con un criterio más, el de la aptitud, bueno, de eso existen precedentes. En realidad, se ha hecho más veces así que mediante votación.

En el otro lado del pequeño claro Puño de Hierro hacía flexiones y sonreía a Fiben, respaldado por sus dos cómplices. Comadreja y Barra de Acero bromeaban con el poderoso marginal y reían confiados después de aquel brusco vuelco a su favor.

—Goodall, ¡vaya forma de gobernar una galaxia! —Fiben sacudió la cabeza y murmuró por lo bajo—. Después de todo, Prathachulthorn tal vez tuviera razón.

—¿En qué, Fiben?

—No importa —respondió al ver que el arbitro, un pila oficial del Instituto, se acercaba al centro del ring—. Fiben se volvió para mirar a Gailet a los ojos—. Dime sólo que si gano te casarás conmigo.

—Pero… —parpadeó ella y luego asintió con la cabeza.

Parecía que Gailet iba a decir algo más pero de nuevo hizo esa extraña mueca, como si no pudiese encontrar las palabras. Se estremeció y con una voz extraña y distante consiguió articular con dificultad y de forma entrecortada:

—Mátalo-de-mi-parte, Fiben.

Lo que había en sus ojos no era una fiera sed de sangre sino algo mucho más profundo: desesperación.

Fiben asintió. No se hacía ilusiones con respecto a lo que Puño de Hierro intentaría hacer con él.

El arbitro los llamó para que se acercaran. No habría armas ni reglas. Bajo tierra, el zumbido se había convertido en un gruñido fuerte y amenazador y la zona de no-espacio del cielo centelleaba en sus bordes, como si estuviera iluminada por relámpagos mortíferos.

Fiben y su oponente empezaron con un lento movimiento circular mientras se miraban con cautela y daban la vuelta completa al circuito tratando de esquivarse. Los otros nueve chimps los miraban, así como Uthacalthing, Kault y Robert Oneagle. En el lado opuesto se hallaban los gubru y los dos compañeros de Puño de Hierro. Los diversos observadores galácticos y los miembros del Instituto de Elevación ocupaban el espacio entre ambos grupos.

Comadreja y Barra de Acero hacían señas con el puño a su líder y mostraban los dientes.

—¡Atízale, Fiben! —le instó uno de los otros chimps.

Todo el barroco ritual, toda la secreta y antigua tradición se había convertido en esto. Ése era el modo en que la Madre Naturaleza iba a solucionar una votación tan clara.

—¡Empiecen! —el repentino grito del arbitro pila hirió los oídos de Fiben, como si se tratase de un aullido ultrasónico, justo antes de que el vodor comenzase a retumbar.