Y ahora esto, después de tanto hablar como si el destino de todo el universo dependiera de la lucha a muerte entre los dos chimps. Una parte de Fiben se sentía insultada.
Pero la curiosidad lo dominaba, incluso en aquel momento. ¿Qué demonios pretenden?, se preguntó.
Alzó los ojos un par de centímetros para intentar ver lo que ocurría y eso bastó. Por una milésima de segundo no fue alcanzado por la maniobra de Puño de Hierro cuando éste se desplazó ligeramente hacia un lado. Como Fiben reaccionó demasiado tarde, el marginal lo agarró aplicando una fuerte presión.
—¡Fiben! —era la voz de Gailet, ahogada por la emoción. Le consoló saber que, al menos, había alguien que aún les prestaba atención, aunque sólo fuera para ver su humillación final y su muerte.
Fiben combatía con fiereza. Utilizó trucos sacados del pozo de la memoria, pero la mayor parte de ellos requerían un poder que él ya no tenía. Poco a poco se veía obligado a retroceder.
Puño de Hierro sonrió cuando consiguió apoyar el antebrazo sobre la tráquea de Fiben. Éste empezó a respirar con fuertes y agudos silbidos. El aire no llegaba a sus pulmones y se debatió con desesperación.
Puño de Hierro seguía presionando con el mismo ahínco. Mientras jadeaba con la boca abierta ante Fiben, mostró sus colmillos, en los que se reflejaban unos difusos puntos de luz.
De pronto, los destellos se desvanecieron. Algo ocultó las luces y proyectó una oscura sombra sobre ambos. Puño de Hierro parpadeó y súbitamente pareció notar que algo muy grande había aparecido junto a la cabeza de Fiben. Un pie negro y peludo. La pierna unida a él era corta pero maciza como el tronco de un árbol y seguía hacia arriba, hacia una montaña de pelo…
El mundo, que había empezado a dar vueltas y a oscurecerse para Fiben, recuperó su nitidez a medida que la presión en la tráquea disminuía poco a poco. Aspiró una bocanada de aire por el pequeño pasadizo libre e intentó averiguar por qué aún estaba vivo.
Lo primero que vio fue un par de apacibles ojos castaños que lo miraban con amigable franqueza desde una cara negra como el azabache que descansaba sobre una colina de músculos.
Con un brazo tan largo como la altura de un pequeño chimp, la criatura tocó a Fiben con curiosidad. Puño de Hierro se estremeció y retrocedió de asombro o tal vez de miedo. Cuando la mano de la criatura se cerró en torno al brazo de Puño de Hierro sólo apretó lo suficiente para probar la fuerza del chimp.
Evidentemente no había comparación. El gran gorila macho parloteó satisfecho. En realidad, parecía reírse.
Entonces, utilizando un nudillo para ayudarse a andar, se volvió para unirse al oscuro grupo que pasaba entre la fila de estupefactos chimps. Gailet contemplaba la escena con incredulidad y Uthacalthing parpadeó ante tal visión.
Robert Oneagle parecía hablar consigo mismo y los gubru cotorreaban y chillaban.
Durante un buen rato, Kault se convirtió en el centro de atención de los gorilas. Cuatro hembras y tres machos se arracimaron junto al enorme thenanio mientras alargaban las manos para tocarlo. Él les habló despacio y jubilosamente.
Fiben se negó a cometer dos veces el mismo error. Lo que estaban haciendo allí los gorilas, en el Montículo Ceremonial que habían construido los invasores, era algo que estaba más allá de su capacidad de suposición y ni siquiera quería intentar imaginarlo. Su atención regresó a la lucha un segundo antes que la de su oponente. Cuando Puño de Hierro volvió a mirarlo, los ojos del margi traicionaron por un instante su consternación ante el amenazante puño de Fiben.
El pequeño llano era una discordancia, una escena demencial sin ningún vestigio de orden. En los alrededores del terreno de combate ya nadie parecía interesarse en como Fiben y su enemigo rodaban ahora bajo las piernas de los chimps, los gorilas, los gubru o cualquier otro ser que pudiese andar, saltar o deslizarse por el suelo. Casi nadie parecía prestarles atención, y a Fiben no le importaba. Lo único que contaba para él era que había hecho una promesa y que tenía que cumplirla.
Golpeó con los puños a su enemigo, sin permitirle recuperar el equilibrio, hasta que el chimp rugió de desesperación y lanzó a Fiben como si fuera un abrigo viejo. Mientras aterrizaba con una dolorosa sacudida, captó un atisbo de movimiento a sus espaldas y, al volver rápidamente la cabeza, vio al marginal llamado Comadreja con el pie preparado para darle una patada. Pero el golpe falló al ser abrazado el marginal por un cariñoso gorila.
El otro compinche de Puño de Hierro estaba sujeto por Robert Oneagle o, más exactamente, alzado. Ese chimp macho podía tener más fuerza que muchos humanos, pero suspendido en el aire no le servía de nada. Robert levantó a Barra de Acero por encima de su cabeza, como Hércules sometiendo a Anteo. El joven hizo un gesto a Fiben.
—Ten cuidado, amigo.
Fiben rodó hacia un lado al tiempo que Puño de Hierro se arrojaba sobre el sitio que él había ocupado. Sin pensarlo dos veces, Fiben saltó sobre la espalda de su oponente y le hizo una llave nelson.
El mundo saltaba como si cabalgara sobre un potro desbocado. Sentía el sabor de la sangre en la boca y el polvo parecía llenarle los pulmones produciéndole un dolor ardiente y agobiante. Sus cansados brazos temblaban y estaban amenazados por los calambres. Pero al oír la difícil respiración de su enemigo supo que podría aguantar un poco más.
Puño de Hierro apenas lograba sostener su cabeza. Fiben consiguió rodearlo con las piernas, de una forma que le permitía darle patadas desde abajo.
El flexo solar del marginal cayó sobre el talón de Fiben. Con un destello de dolor comprendió que seguramente se había roto varios dedos de los pies, pero en el mismo instante sintió un inequívoco chirrido silbante: el diafragma de Puño de Hierro habría sufrido un momentáneo espasmo interrumpiendo toda circulación de aire.
Sacó fuerzas de donde pudo. Con un sólo movimiento, dio la vuelta a su contrincante y le aplicó una llave de tijeras. Luego pasó su antebrazo alrededor del cuello de éste y utilizó el mismo método de estrangulación ilegal, que a nadie le importaba, que antes había utilizado contra él.
Oprimió el hueso contra el cartílago. Bajo sus pies la tierra parecía vibrar, y el cielo retumbaba y gruñía. Por todos lados se oían pasos alienígenas y los incesantes gritos y parloteos en una docena de lenguas distintas. Pero Fiben sólo estaba pendiente del aire que no atravesaba la garganta de su enemigo y del pulso que tan desesperadamente tenía que silenciar…
Fue entonces cuando algo pareció explotar en su cerebro.
Era como si se hubiese abierto algo en su interior, derramando lo que parecía ser una brillante luz que brotaba de su corteza cerebral. Aturdido, Fiben pensó que un marginal o un gubru debían de haberle golpeado la cabeza desde atrás. Pero la lumiscencia, no era como las que seguían a una contusión. Sentía dolor, pero un dolor diferente.
Fiben se concentró en sus principales prioridades, como la de sujetar con fuerza a su cada vez más debilitado enemigo. Pero no pudo ignorar aquel extraño acontecimiento. Su mente buscaba algo con que compararlo pero no encontraba una metáfora adecuada. La silenciosa explosión le parecía a la vez algo alienígena y misteriosamente familiar.
De repente, Fiben recordó una luz azul que danzaba jubilosamente mientras lanzaba ardientes rayos a sus pies. Se acordó de la «bomba fétida» que había provocado la huida de una pequeña, pomposa y peluda diplomática, haciendo que se olvidase de los formalismos. Se acordó de historias que por la noche contaba la general. Las conexiones le hicieron sospechar.