En todo el llano, los galácticos habían interrumpido su políglota parloteo. Fiben tuvo que levantar un poco la cabeza para ver qué les cautivaba tanto. Antes de hacerlo, sin embargo, quiso asegurarse del estado de su enemigo. Cuando vio que Puño de Hierro conseguía soltar unos cuantos débiles y desesperados suspiros, Fiben volvió a aplicarle la presión necesaria para mantenerlo al borde de la conciencia. Sólo entonces alzó la vista.
—Uthacalthing —susurró al comprender el origen de su confusión mental.
El tymbrimi estaba situado un poco más arriba que los demás. Tenía los brazos abiertos y totalmente extendidos, y los pliegues de su túnica de ceremonia ondeaban bajo los vientos ciclónicos que rodeaban la derivación hiperespecial. Sus ojos estaban totalmente separados.
Los zarcillos de su corona se ondulaban y algo giraba sobre su cabeza.
Un chimp gimió y se apretó las manos contra las sienes. En alguna parte, alguien castañeó los dientes. Para muchos de los presentes el glifo apenas era detectable, pero por primera vez en su vida Fiben captó. Y lo que captó se llamaba tutsunucann.
El glifo era un monstruo… un titán, por la energía largamente acumulada. La esencia de la dilatada indeterminación bailaba y giraba. Después, sin previo aviso, desapareció. Fiben sintió que lo rodeaba y lo atravesaba… nada más y nada menos que una alegría limpia, incontaminada.
Uthacalthing dejó fluir su emoción como si se hubieran roto los diques.
—N’ha s’urustuannu, k’hammin’t Athaclena w’thatanna! —gritó—. Hija, ¿me has mandado a éstos para devolverme lo que yo te presté? ¡Oh qué interés tan incrementado y multiplicado! ¡Qué broma más delicada para gastarle a tu orgulloso padre!
Su intensidad afectó a los que estaban junto a él. Algunos chimps parpadearon y lo miraron con asombro. Robert Oneagle se secó las lágrimas.
Uthacalthing se volvió y señaló el lugar de la elección. Allí, sobre el pináculo, todo el mundo pudo ver que la derivación por fin estaba conectada. Los motores enterrados en las profundidades habían realizado su trabajo y ahora en el cielo se abría un túnel cuyos extremos brillaban pero cuyo interior contenía un color más vacío que la negrura.
Parecía absorber luz y dificultaba incluso la simple visión de la entrada. Sin embargo, Fiben comprendió que aquello era un vínculo en tiempo real, desde allí hasta innumerables lugares en los que se habían reunido muchos espectadores para observar y celebrar los acontecimientos de esa noche.
Espero que las Cinco Galaxias disfruten con el espectáculo. Cuando Puño de Hierro mostró señales de recobrar el sentido, Fiben le dio un golpe en la parte lateral de la cabeza y siguió mirando hacia arriba.
A mitad de camino del estrecho sendero que llevaba al pináculo se hallaban tres dispares figuras. La primera era un pequeño neochimpancé, con brazos demasiado largos y unas deformes piernas cortas y torcidas. Jo-Jo iba de la mano de Kault, el enorme thenanio. De la otra maciza garra de Kault iba cogida una diminuta niña humana, cuya rubia cabellera ondeaba como un brillante estandarte en el viento arremolinado.
El peculiar trío contemplaba el pináculo en el que había un extraño grupo.
Una docena de gorilas, machos y hembras, formaban un círculo justo bajo el semi-invisible agujero del espacio. Se balanceaban hacia adelante y hacia atrás contemplando el vacío que se abría sobre sus cabezas al tiempo que entonaban una grave y átona melodía.
—Creo… —dijo la admirada serentini del Instituto de Elevación— …creo que esto ha ocurrido antes una o dos veces… pero hace más de mil eones.
—No es justo —murmuró otra voz en un áspero ánglico cargado de emoción—. Se suponía que éste era nuestro momento.
Fiben vio correr lágrimas por las mejillas de varios chimps. Algunos se abrazaban entre sí y sollozaban.
Los ojos de Gailet también estaban húmedos, pero Fiben comprendió que ella veía lo que los otros no podían ver. Las suyas eran lágrimas de alivio y de alegría.
Por todas partes se oían expresiones de asombro.
—…Pero ¿qué clase de criaturas, seres, entidades, pueden ser? —preguntaba uno de los Suzeranos gubru.
—…presensitivos —respondió otra voz en galáctico-Tres.
—…si han pasado por todos los puestos de examen es que están preparados para una ceremonia de etapa de algún tipo —murmuró Cordwainer Appelbe—. Pero ¿cómo demonios los goril…?
—No use el viejo nombre. —Robert Oneagle interrumpió a su compañero humano—. Son garthianos, amigo mío.
El aire se llenó de ionización y olor a tormenta. Uthacalthing cantaba su placer ante la simetría de su magnífica sorpresa, de esa gran broma, y su voz tymbrimi tenía un timbre rico y sobrenatural. Cautivado por las circunstancias, Fiben no se dio cuenta de que se ponía de pie para poder ver mejor.
El y todos los demás pudieron contemplar la colescencia que se situaba sobre los grandes simios, zumbando y oscilando en la cima de la colina. Sobre las cabezas de los gorilas giraba una sustancia de aspecto lechoso que empezaba a concretarse con la promesa de unas formas.
—Ninguna raza viva puede recordar que haya ocurrido algo así —dijo asombrada la Gran Examinadora—. Las razas pupilas han tenido innumerables Ceremonias de Elevación durante los últimos mil millones de años. Han pasado por distintos niveles y han elegido a sus consortes de Elevación para que los ayudasen. Algunos han utilizado incluso la ocasión para solicitar el final de la Elevación, para volver a ser lo que eran antes…
La opacidad tomó la forma de un óvalo. Y dentro iban surgiendo gradualmente unas figuras, como si salieran de una niebla muy espesa.
—…Pero sólo en las antiguas sagas se habla de nuevas especies que avancen por si solas, sorprendiendo a toda la sociedad galáctica y exigiendo el derecho a elegir a sus propios tutores.
Fiben oyó un gemido y, al mirar hacia abajo, descubrió a Puño de Hierro que empezaba a incorporarse, temblando, sobre sus codos. Una capa de polvo teñido de sangre lo cubría desde la cabeza hasta los pies.
Conseguirá salir de esto. Tiene aguante. Entonces pensó que él no debía de tener mejor aspecto.
Levantó el pie. Sería tan fácil… Miró hacia a un lado y vio que Gailet lo estaba observando.
Puño de Hierro rodó sobre su espalda, levantó la vista y miró a Fiben con expresión resignada.
¡Qué diablos! Alargó la mano y se la tendió a su antiguo enemigo. No sé por qué estamos luchando. Y, además, han sido oíros los que han conseguido el premio.
Un gemido de sorpresa se extendió entre la multitud. Los gubru soltaron chirriantes lamentos de consternación. Fiben terminó de ayudar a Puño de Hierro a ponerse de pie y luego miró para ver qué era lo que habían hecho los gorilas para causar aquel desánimo.
Era el rostro de un thenanio. Gigantesca y clara, la imagen que flotaba en el foco de la derivación hiperespacial se parecía tanto a Kault que podía ser la de su hermano.