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Los oficiales hicieron las acostumbradas reverencias y salieron todos a una del pabellón.

93. ROBERT

El Montículo Ceremonial, ahora tranquilo, estaba cubierto de deshechos. Los fuertes vientos de levante peinaban las laderas plantadas de césped y arrastraban sucios desperdicios procedentes de las lejanas montañas. En las terrazas más bajas los chimps de la ciudad revolvían entre la basura a la búsqueda de souvenirs.

En lo alto, sólo quedaban en pie unos pocos pabellones. Junto a ellos, varias docenas de siluetas negras y grandes se rascaban perezosamente las unas a las otras y parloteaban con las manos, como si nunca se hubieran preocupado de nada más trascendente que la duda de quién sería pareja de quién y qué comerían en su siguiente colación.

A Robert le parecía que los gorilas estaban muy satisfechos de la vida. Los envidio, pensó. En su caso, ni siquiera una gran victoria conseguiría acabar con sus preocupaciones. La situación en Garth era aún muy peligrosa. Tal vez más, incluso, que hacía dos noches, cuando el destino y la casualidad intervinieron para sorprenderlos a todos.

La vida a veces era problemática. De hecho, siempre lo era.

Robert volvió su atención a su depósito de datos y a la carta que los oficiales del Instituto de Elevación le habían transmitido una hora antes.

«… Naturalmente, esto resulta muy duro para una mujer mayor, en especial para quien, como yo, ha vivido siguiendo sus propios criterios, pero sé que debo reconocer cuan equivocada estaba respecto a mi propio hijo. Te he juzgado injustamente, y lo siento.

»En mi defensa sólo puedo decir que las apariencias externas pueden ser engañosas, y tú, superficialmente, eras un muchacho tan exasperante… Supongo que tendría que haber sido capaz de ver el interior, esa fortaleza que has demostrado durante estos meses de crisis.

Pero nunca se me ocurrió. Tal vez tenía miedo de examinar con demasiada atención mis propios sentimientos.

»En cualquier caso, ya tendremos mucho tiempo para hablar de todo esto cuando llegue la paz. Dejémoslo de momento diciendo que me siento muy orgullosa de ti.

»Tu país y tu clan están en deuda contigo, al igual que tu agradecida madre.

Con afecto,

Megan.»

Qué extraño, pensó Robert. Después de tantos años de haber perdido la esperanza de ganar alguna vez su beneplácito, no sabía que hacer con él ahora que lo había conseguido. Irónicamente, sintió simpatía hacia su madre; era obvio que para una persona como ella decir aquellas cosas tenía que resultar muy difícil. Se sintió indulgente con el frío tono de sus palabras.

Todo Garth consideraba a Megan Oneagle una dama benevolente y una justa administradora. Sólo sus maridos errantes y el propio Robert conocían su otro extremo, ése tan absolutamente aterrorizado por las obligaciones permanentes y los dilemas de lealtad privada. Que Robert recordara, era la primera vez en su vida que ella se disculpaba por algo realmente importante, algo relacionado con la familia y las emociones intensas.

Las letras de la pantalla se hicieron borrosas y cerró los ojos. Robert achacó esos síntomas a los campos periféricos de una nave al despegar, el sonido de cuyos motores podía oírse procedente del cosmodromo. Se frotó las mejillas y contempló el gran vehículo de travesía, plateado y casi angelical en su serena belleza, que se elevaba y cruzaba el cielo en su tranquilo viaje hacia el espacio.

—Un grupo más de ratas que vuelan —murmuró.

Uthacalthing no se molestó en volverse para mirar. Yacía boca abajo, apoyado sobre los codos, contemplando las grises aguas.

—Los visitantes galácticos tuvieron mucha más diversión de la que esperaban, Robert. Esa Ceremonia de Elevación fue una maravilla. Para muchos de ellos, la posibilidad de una batalla espacial y un asedio resultaba bastante menos agradable.

—Con uno de cada, yo ya he tenido bastante —añadió Fiben Bolger sin abrir los ojos.

Estaba tumbado un poco más abajo, con la cabeza en el regazo de Gailet Jones. Por el momento, ella tampoco tenía mucho que decir y se concentraba en deshacerle enredos del pelo, poniendo especial cuidado en sus aún lividamente amoratadas contusiones. Mientras tanto, Jo-Jo le rascaba a Fiben una pierna.

Bueno, se lo ha ganado, pensó Robert. Aunque la Ceremonia de Elevación hubiera sido adquirida por los gorilas, las puntuaciones en los exámenes que había realizado el Instituto seguían teniendo validez. Si la Humanidad conseguía superar los problemas actuales y podía afrontar el gasto de una nueva ceremonia, dos sencillos colonos de Garth iniciarían la próxima procesión a la cabeza de todos los refinados chimps de la Tierra. Si bien Fiben no parecía interesado en tal honor, Robert se sentía orgulloso de su amigo.

Una chima que vestía una saya sin adornos se acercaba camino arriba. Inclinó lánguida y brevemente la cabeza ante Uthacalthing y Robert.

—¿Quién quiere saber las últimas noticias? —preguntó Micaela Noddings.

—¡Yo no! —rezongó Fiben—. Dile al universo que por mí se vaya a la m…

—Fiben —Gailet le regañó con dulzura. Miró a Micaela—. Yo sí.

La chima se sentó y empezó a trabajar en la otra pierna de Fiben. Éste, apaciguado, volvió a cerrar los ojos.

—Kault ha contactado con los suyos. Los thenanios ya están en camino.

—¡Qué rapidez! —Robert soltó un silbido—. No pierden el tiempo ¿verdad?

—La gente de Kault se ha puesto ya en comunicación con el Concejo de Terragens para negociar la adquisición de la base genética de los gorilas en barbecho y contratar expertos de la Tierra como asesores.

—Espero que el Concejo consiga un buen precio.

—A caballo regalado no le mires el diente —sugirió Gailet—. Según algunos de los galácticos que se han ido, la Tierra está pasando un desesperado momento de estrechez, al igual que los tymbrimi. Si este asunto significa perder a los thenanios como enemigos y tal vez ganarlos como aliados, puede ser de vital importancia.

A cambio de perder a los gorilas, nuestros primos, como pupilos del clan de la Tierra, reflexionó Robert.

La noche de la ceremonia él sólo había visto la divertida ironía de todo aquello, compartiendo el punto de vista tymbrimi con Uthacalthing. En estos momentos, empero, resultaba difícil no tener en cuenta el coste en términos más serios.

En primer lugar, nunca fueron realmente nuestros, se recordó a sí mismo. Al menos podremos expresar nuestra opinión sobre la forma en que serán elevados. Y Uthacalthing dice que los thenanios no son tan malos como la mayoría.

—¿Y los gubru? —preguntó—. Han accedido a firmar la paz con la Tierra a cambio de que aceptemos la ceremonia.

—Bueno, no fue exactamente la clase de ceremonia que ellos tenían en mente —respondió Gailet—. ¿No le parece, embajador Uthacalthing?

Los zarcillos del tymbrimi ondularon con indolencia. Durante todo el día anterior y la mañana de aquel día se había dedicado a formar pequeños glifos intrincados de pseudo-acertijos, que estaban más allá de la limitada habilidad de captar de Robert, como si se recreara en la recuperación de algo que hubiese perdido.