Выбрать главу

¿Plantas vampiro? pensó Athaclena. Desde luego, es una buena metáfora.

Vertió casi un litro de un brillante y rojo fluido en las oscuras aguas de una charca de la jungla, donde se congregaban cientos de pequeñas enredaderas en uno de los frecuentes centros de intercambio de microelementos.

En todas partes, lejos de allí, otros grupos celebraban rituales similares en pequeños claros de la jungla. Athaclena recordaba los cuentos infantiles de los lobeznos, cuentos de ritos mágicos en bosques encantados y sortilegios místicos. Si volvía a ver a su padre, tendría que acordarse de referirle la analogía.

—Desde luego —le dijo a la teniente McCue—. Mis chimps se han quedado completamente secos después de donar toda la sangre que necesitamos para nuestros propósitos. Seguramente hay maneras más sutiles de hacerlo, pero ya no tenemos tiempo.

Lydia respondió con un gruñido y un gesto de asentímiento. La terrestre estaba aún en conflicto consigo misma. Lógicamente, admitía que si el mayor Prathachulthorn hubiese continuado al mando unas semanas más, los resultados habrían sido catastróficos. Los acontecimientos subsiguientes habían demostrado que Athaclena y Robert tenían razón.

Pero la teniente McCue no podía olvidar fácilmente su juramento. Hacía poco que las dos mujeres habían empezado a hacerse amigas, hablando durante horas y compartiendo sus diferentes anhelos por Robert Oneagle. Pero ahora que al fin se había sabido la verdad sobre el secuestro y el motín contra el mayor Prathachulthorn, se había abierto un abismo entre ellas.

El líquido rojo formaba remolinos entre las diminutas raicillas. Era evidente que las semimóviles enredaderas estaban ya reaccionando y absorbiendo las nuevas sustancias.

No había tiempo para sutilezas. Sólo una burda expresión de ¡a idea que irrumpió en su mente al oír el informe de Sylvie. Hemoglobina. Los gubru tienen detectores que pueden captar la resonancia contra el principal componente de la sangre terrestre. Con tal sensibilidad, los aparatos deben de ser terriblemente caros.

Había que encontrar una forma de contrarrestar la nueva arma o el único ser sapiente que quedaría con vida en las montañas sería ella. Una de las soluciones posibles era muy drástica y todo un símbolo de lo que una nación podía exigir a sus miembros. Su unidad de guerrillas estaba ahora a punto de desplomarse, tan agotada por sus demandas de sangre que algunos de los chimps habían cambiado el nombre que le aplicaban. En lugar de llamarla «general» habían empezado a referirse a Athaclena llamándola «condesa»,[6] y luego reían enseñando los colmillos.

Por suerte, quedaban aún muchos técnicos chimp, muchos de los que habían ayudado a Robert a trazar el plan de la plaga de microbios contra el material del enemigo, que podían ayudarle en su chapucero experimento.

Añadir moléculas de hemoglobina a los microelementos que necesitan ciertas enredaderas. Esperar que la nueva combinación siga satisfaciéndolas y rezar para que las enredaderas la transfieran lo más rápidamente posible.

Llegó un mensajero chimp y le susurró algo a la teniente McCue. Ésta a su vez se volvió hacia Athaclena y le dijo:

—El mayor está casi a punto —comentó la humana de piel oscura, e indiferentemente añadió—: Y nuestras patrullas dicen haber detectado naves aéreas que se dirigen hacia aquí.

Athaclena asintió.

—Ya hemos terminado con esto. Marchémonos. En las próximas horas conoceremos los resultados.

101. GALÁCTICOS

— ¡Allí! Percibimos una concentración, reunión, acumulación de imprudentes enemigos. Los lobeznos huyen en una dirección previsible. ¡Y ahora podemos golpearlos, atacarlos, abatirlos!

Sus detectores especiales habían peinado los senderos que recorrían la jungla. El Suzerano de Rayo y Garra formuló una orden y una brigada compuesta por la élite de los soldados gubru se apostó sobre el pequeño valle donde su presa estaba atrapada, controlada.

—¡Cautivos, rehenes, nuevos prisioneros a quien interrogar… eso es lo que quiero!

102. EL MAYOR PRATHACHULTHORN

El cebo era invisble. Su presencia sólo estaba indicada por un leve flujo, apenas detectable, de complejas moléculas que se desplazaba a través de la intrincada red de vegetación de la jungla. En realidad, el mayor Prathachulthorn no tenía forma de saber con certeza qué había allí. Se sentía aturdido tendiendo una emboscada y preparando su ataque en la ladera contra el valle solitario, plagado de pequeñas charcas, que veía desde allí.

Y sin embargo, en la situación había algo simétrico, casi poético. Si el truco por ventura funcionaba, aquella mañana experimentaría la alegría de la batalla.

Y si no funcionaba, intentaría tener la satisfacción de estrangular cierto cuello alienígena muy delgado, a pesar de las consecuencias que aquello pudiera tener para su carrera y para su vida.

—¡Feng! —le gritó a uno de sus soldados—. ¡No se rasque!

—El cabo se examinó rápidamente para asegurarse de que no había saltado nada de la pintura de camuflaje que le daba a su piel aquel tono verde enfermizo. Habían mezclado la nueva sustancia a toda prisa, con la esperanza de que bloquease la resonancia de la hemoglobina que permitía al enemigo localizar a los terrestres bajo la bóveda de la jungla. Pero, desde luego, podía haberse equivocado por completo. Prathachulthorn sólo tenía la palabra de los chimp y de esa maldita tym…

—¡Mayor! —susurró alguien. Era un soldado de caballería chimp que no parecía muy cómodo con el tinte verde de su pelo. Hizo una seña desde lo alto de un árbol. Prathachulthorn se dio por enterado e hizo a su vez una seña con la mano.

Bien, pensó, tengo que admitir que algunos de estos chimps locales se están convirtiendo en unos irregulares estupendos.

Una serie de explosiones sónicas sacudieron el follaje de los árboles, seguidas por el chirrido de unas naves aéreas que se acercaban. Pasaron sobre el pequeño valle a la altura de las copas de los árboles, siguiendo el montañoso terreno con la precisión de un piloto automático. Justo en el momento adecuado, los soldados de Garra saltaron de los grandes transportadores de tropas para dirigirse a un determinado bosquecillo de la jungla.

Los árboles de allí eran únicos en un aspecto, en su anhelo por un determinado microelemento que llegaba hasta ellos a través de las enredaderas de largo recorrido. Pero esta vez las enredaderas habían transportado algo más, algo salido de las venas de los terrestres.

—Esperad —susurró Prathachulthorn—. Esperad a que lleguen los grandes.

En seguida todos sintieron los efectos de los gravíticos que se acercaban, esta vez a una escala mayor. Sobre el horizonte apareció una nave de guerra gubru que se desplazaba con serenidad a unos cientos de metros del suelo.

Aquel era un objetivo por el que merecía la pena sacrificar lo que fuese. Hasta entonces, el problema había sido saber cuándo aparecería algo así. Los misiles giratorios eran un arma estupenda pero muy poco manejable. Había que instalarla de antemano, y la sorpresa era esencial.

—Esperad —murmuró mientras la gran nave se acercaba más—. No los asustéis.

Abajo, los soldados de Garra piaban ya de consternación al descubrir que no había ningún enemigo esperándolos, ni siquiera chimps civiles a quienes apresar e interrogar. En cualquier momento, los soldados podían adivinar la verdad.

—Esperad un minuto más hasta que… —los instó el mayor Prathachulthorn.

вернуться

6

Referencia al conde Drácula. (N. del T.)