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—Esté en mi recinto mañana a medianoche; ni un mictaar más tarde, recuérdelo. Y por favor, traiga el equipaje mínimo. Mi nave es muy pequeña. Teniendo en cuenta todo esto, puedo ofrecerle amablemente un pasaje al refugio. Eso sería lo amable y correcto. ¿Verdad, cabo? —preguntó volviéndose hacia su chófer neochimpancé.

La pobre chima parpadeó confusa ante Uthacalthing. Había sido elegida para aquel trabajo por su dominio de galSiete, pero de ahí a comprender el misterio de lo que estaba ocurriendo allí, había un buen trecho.

—S.sisseñor. Parece lo más amable.

—En ésas estamos —asintió Uthacalthing mirando a Kault—. No sólo lo más correcto sino también lo más amable. Es una gran cosa que nosotros, los mayores, aprendamos de tal inteligente precocidad y añadamos esa cualidad a nuestras acciones.

Por primera vez vio que el thenanio pestañeaba. La criatura emanaba confusión. Al fin, no obstante, el alivio venció sobre el temor de que le hubieran estado tomando el pelo. Kault se inclinó ante Uthacalthing. Y entonces, por el hecho de haber éste incluido a la pequeña chima en la conversación, la saludó con un leve movimiento de cabeza.

—Por misss pupilosss y por mí misssmo, se lo agradezco —dijo torpemente en ánglico. Kault hizo chasquear los clavos de sus codos y los pupilos ynnin lo siguieron mientras andaba pesadamente hacia su flotador. La cúpula que lo cerraba apagó finalmente sus luces y los chimps en la Biblioteca miraron a Uthacalthing agradecidos.

El flotador se elevó sobre su cojín de gravedad y desapareció a toda prisa. La chófer de Uthacalthing mantenía abierta la puerta de su coche de ruedas, pero él extendió los brazos e inhaló profundamente.

—Creo que sería una buena idea dar un paseo —le dijo—. La embajada no está lejos de aquí. ¿Por qué no te tomas unas horas libres, cabo, y las disfrutas con tus familiares y amigos?

—Pe… pero, señor…

—No te preocupes por mí —insistió con firmeza. Se inclinó ante ella y notó que se ruborizaba ante aquella muestra de cortesía. Ella le devolvió una reverencia más acentuada.

Qué criaturas tan deliciosas, pensó Uthacalthing mientras veía alejarse el coche. He conocido a unos cuantos neochimpancés que parecen incluso tener indicios de verdadero sentido del humor.

Espero que la especie sobreviva.

Empezó a caminar. Pronto dejó atrás el clamor de la Biblioteca y cruzó un barrio residencial. La brisa hacía que la noche fuera clara y las suaves luces de la ciudad no ofuscaban el centelleo de las estrellas. En esa época la corona galáctica era un áspero espejo de diamantes que cruzaba el cielo. No se veían rastros de la batalla espaciaclass="underline" había sido una escaramuza demasiado pequeña como para dejar residuos visibles.

Uthacalthing notaba a su alrededor sonidos que le hablaban de la diferencia de aquella noche. Sirenas lejanas y el rugido de las naves en pleno vuelo. Casi en cada manzana de edificios alguien lloraba…, voces humanas o de chimps, gritando o susurrando de miedo y frustración. En el confuso nivel de la empatía, las ondas chocaban unas contra otras en un torbellino de emociones. Su corona no podía desviarse del pánico de los habitantes que aguardaban la mañana siguiente.

Uthacalthing no trató de evitarlo mientras recorría con grandes zancadas unas avenidas tenuemente iluminadas y bordeadas de decorativos árboles. Sumergió sus zarcillos en el absorbente flujo emocional y sobre su cabeza surgió un glifo nuevo y extraño. Se quedó allí flotando, terrible y sin nombre. La eterna tristeza del tiempo se hacía palpable por momentos.

Uthacalthing sonrió. Era un tipo especial de sonrisa, muy antiguo. Y en aquel momento, incluso con aquella oscuridad, nadie lo hubiera confundido con un ser humano.

Hay muchos caminos…, pensó, saboreando de nuevo los abiertos e indisciplinados matices del ánglico.

Dejó la cosa que había creado flotando en el aire, disolviéndose despacio a sus espaldas, mientras caminaba bajo el lento y circular periplo de las estrellas.

10. ROBERT

Robert se despertó dos horas antes del amanecer.

Sufrió un período de desorientación a medida que las extrañas sensaciones e imágenes de los sueños se disipaban. Se frotó los ojos en un intento de aclarar su mente de la confusión y el atontamiento que lo embargaban.

Recordó que había estado corriendo, corriendo como sólo ocurre a veces en sueños, con pasos largos y flotantes que abarcaban leguas y que apenas parecían tocar el suelo. A su alrededor se movían y cambiaban formas vagas, misterios e imágenes semiformadas que se le escapaban cuando su mente despierta trataba de rememorarlas.

Robert contempló a Athaclena, tumbada cerca, dentro de su saco de dormir. Su corona tymbrimi, ese casco cónico de suave pelo castaño, estaba recogida. Los zarcillos plateados de la parte superior ondulaban delicadamente, como si tantearan o lucharan con algo invisible sobre su cabeza.

Lanzó un suspiro y habló muy bajito, unas pocas frases cortas en el muy silábico dialecto tymbrimi de galáctico-Siete.

Tal vez eso explicaba sus propios extraños sueños, pensó Robert. Debía de haber captado rastros de los de la muchacha.

Parpadeó contemplando los ondulantes zarcillos. Durante un breve instante, pareció que había algo que flotaba en el aire sobre la dormida alienígena. Había sido como… como…

Robert frunció el ceño, meneando la cabeza. No había sido como nada en absoluto. El mismo acto de intentar compararlo con algo parecía alejar ese algo cuando pensaba en ello.

Athaclena suspiró de nuevo y se volvió del otro lado. Su corona se replegó Ya no se produjeron más visiones fugaces en la oscuridad.

Robert salió del saco y buscó a tientas sus botas antes de ponerse de pie. Dio una vuelta alrededor de las altas piedras-aguijón junto a las que estaban acampados. Apenas había la suficiente luz de estrellas como para encontrar un camino entre los extraños monolitos.

Llegó a un promontorio desde el cual se dominaba la cadena occidental de montañas, y a su derecha, las llanuras septentrionales. Bajo este lugar de observación privilegiado se extendía un ondulante y sombrío mar de bosques. Los árboles llenaban el aire de un aroma húmedo y pesado.

Se sentó con la espalda apoyada en una de las piedras-aguijón, tratando de pensar.

Si la aventura era sólo todo lo que aquel viaje significaba… Un idílico interludio en las Montañas de Mulun en compañía de una belleza alienígena. Pero no podía olvidar ni dejar de sentirse culpable al pensar que no hubiese tenido que hallarse allí. Debería estar con sus condiscípulos, sus compañeros de la milicia, y afrontar junto a ellos los problemas.

Sin embargo, eso no podía ser. Una vez más, su madre había interferido en su propia vida. No era la primera vez que Robert deseaba no haber sido hijo de una personalidad política.

Contempló las estrellas, que centelleaban en brillantes líneas donde se unían dos brazos galácticos en espiral.

Si hubiera sufrido más contrariedades en mi vida, quizás estaría mejor preparado para enfrentarme con lo que va a ocurrir. Sería más capaz de aceptar las frustraciones.

No era sólo por ser hijo de la Coordinadora Planetaria, con todas las ventajas que ese rango suponía. Era algo que iba más allá de eso.