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—La poesía de Sustruk es chabacana y trivial —murmuró Athaclena.

Su madre la miró con severidad. Entonces su corona ondeó. El glifo que formaba era sh’cha’kuon, el oscuro espejo que sólo tu propia madre sabe cómo ponerte delante. El enojo de Athaclena se reflejó en él, y pudo ver con toda facilidad a qué era debido. Miró hacia otro lado, avergonzada.

Después de todo, era injusto culpar al pobre tytlal por recordarle la ausencia de su padre.

La ceremonia fue en realidad muy hermosa. Un glifocoro tymbrimi del mundo colonial de Juthtath interpretó «La apoteosis de Lerensini», y hasta los ineptos humanos se quedaron maravillados y boquiabiertos captando, de manera patente, algunas de las intrincadas y flotantes armonías. Sólo los fanfarrones e impenetrables embajadores thenanios permanecían insensibles y ni siquiera parecía importarles sentirse excluidos.

A continuación, el cantante brma Kuff-Kuff’t entonó un antiguo y átono himno en honor de los Progenitores.

Athaclena pasó un mal rato mientras la silenciosa audiencia escuchaba una composición, creada especialmente para aquel acto por uno de los doce Grandes Soñadores de la Tierra, la ballena llamada Cinco Espirales de Burbujas. El que las ballenas no se consideraran oficialmente criaturas sensitivas no fue óbice para que se la admirase, pero el hecho de vivir en la Tierra, bajo el cuidado de los humanos «lobeznos», era una causa adicional de enojo para los clanes galácticos más conservadores.

Athaclena recordó haber permanecido sentada, tapándose los oídos, mientras todo el mundo se balanceaba al son de la música cetácea. Para ella era peor que el ruido de una casa derrumbándose. La mirada de Mathicluanna denotaba su preocupación. Eres tan extraña, hija mía, que no sé qué vamos a hacer contigo. Al menos la madre de Athaclena no le regañó en voz alta o con un glifo, avergonzándola en público.

Al fin, para alivio de Athaclena, el tiempo de los entretenimientos terminó. Ahora le tocaba el turno a la delegación tytlaclass="underline" era el momento de la Aceptación y la Elección.

La delegación, con el gran poeta Sustruk a la cabeza, se acercó al supremo dignatario krallnith y se inclinó ante él. Después rindieron homenaje a los representantes brma y a continuación expresaron una cortés obediencia a los humanos y a las otras razas alienígenas de tutores visitantes.

El Maestro de Elevación tymbrimi fue el último en recibir la reverencia. Sustruk y su esposa, una científica llamada Kihimik, se adelantaron un paso con respecto al resto de la delegación ya que eran la pareja elegida entre todos para ser los «representantes de la raza». Contestaron por turno a una lista de preguntas formales que leía el Maestro de Elevación, quien anotaba con solemnidad las respuestas.

Luego, la pareja fue examinada minuciosamente por los Críticos del Instituto de Elevación Galáctica.

Hasta aquí había sido una versión rutinaria del test de sapiencia del Cuarto Nivel. Pero ahora los tytlal tenían una nueva posibilidad de fracaso. Una soro enfocaba a Sustruk y Kihimik con complejos instrumentos. Una soro… que no estaba en buenas relaciones con el clan de Athaclena. Tal vez ella buscara una excusa, cualquier excusa, para avergonzar a los tymbrimi rechazando a sus pupilos.

Discretamente oculto en el interior de la caldera se encontraba un equipo que había supuesto un gasto considerable para la raza de Athaclena. En aquel preciso instante, el examen de los tytlal se estaba emitiendo para las Cinco Galaxias. Ese día había muchas cosas de las que sentirse orgullosos, pero también cabía la posibilidad de una humillación.

Pero Sustruk y Kihimik pasaron la prueba con facilidad. Se inclinaron ante cada uno de los examinadores alienígenas. Si la examinadora soro estaba decepcionada, no lo demostró.

La delegación de peludos tytlal de piernas cortas se dirigió hacia un círculo, en lo alto de la colina. Empezaron a cantar y a moverse juntos, de ese desgarbado y peculiar modo tan común entre las criaturas de su planeta nataclass="underline" el mundo en barbecho en el que habían evolucionado hacia la presensitividad, donde fueron encontrados por los tymbrimi y adoptados por éstos para el largo proceso de Elevación.

Los técnicos enfocaron el amplificador que iba a mostrar a todos los presentes y a miles de millones en otros mundos, la elección que habían hecho los tytlal. Un sordo ruido bajo tierra era la prueba de unos potentes motores en funcionamiento.

En teoría, las criaturas podían incluso rechazar a sus tutores y abandonar la Elevación, aunque había tantas normas y cualificaciones que, en la práctica, casi nunca era posible. Y de todas formas, aquel día no se esperaba nada de ese tipo. Los tymbrimi mantenían unas relaciones excelentes con sus pupilos.

Sin embargo, un seco y ansioso susurro recorrió la multitud a medida que el Rito de Aceptación se acercaba a su consumación. Los tytlal seguían balanceándose y gimoteando cuando del amplificador surgió un grave zumbido. En el cielo se formó una imagen holográfica y la muchedumbre gritó y rió en señal de aprobación. Era el rostro de un tymbrimi, a quien todos reconocieron al instante. Oshoyoythuna, el Tramposo de la Ciudad de Foyon, que había tomado a algunos tytlal como ayudantes en sus bromas más exitosas.

Los tytlal habían reafirmado a los tymbrimi como sus tutores, pero elegir a Oshoyoythuna como su símbolo significaba mucho más que eso. Proclamaba el orgullo tytlal en cuanto a lo que significaba formar parte de ese clan.

Cuando cesaron las risas y los aplausos, sólo quedaba terminar una parte de la ceremonia: la selección de la Consorte de Etapa, la especie que hablaría en favor de los tytlal en la siguiente fase de su Elevación. Los humanos, en su extraña lengua, la llamaban Comadrona de la Elevación.

La Consorte de Etapa tenía que pertenecer a una raza ajena al propio clan tymbrimi. Y aunque la posición era principalmente ceremonial, la Consorte podía intervenir en favor de la especie pupila si el proceso de Elevación resultaba problemático. En el pasado, unas elecciones equivocadas habían creado terribles malentendidos. Nadie tenía ni idea de a quién habían elegido los tytlal. Era una de esas raras decisiones que incluso los tutores mas entrometidos como los soro tenían que respetar. Sustruk y Kihimik cantaron una vez más, y hasta Athaclena, que estaba detrás de toda la multitud, pudo notar un creciente sentimiento de expectación entre los pequeños y peludos pupilos. ¡Esos diablillos habían tramado algo, seguro!

El suelo vibró de nuevo, el amplificador zumbo otra vez y los proyectores holográficos formaron una neblina azul sobre la cima del monte. Unas sombras lóbregas parecían flotar en ella, como revoloteando sobre una iluminación de fondo.

Su corona no le ofrecía ninguna pista ya que se trataba de una imagen estrictamente visual. Envidió la agudeza visual de los humanos cuando un grito de sorpresa surgió de la zona donde estaban congregados la mayoría de los terrestres. En torno a ellos, los tymbrimi fijaban la vista y se ponían de pie. Ella parpadeó. Entonces Athaclena y su madre se unieron a los demás en su asombrada incredulidad.

Una de las figuras tenebrosas pasó flotando en primer plano. Entonces se detuvo y rió ante toda la audiencia, mostrando unos dientes blancos y afilados como agujas. Tenía un ojo que brillaba y de su frente grisácea surgían burbujas.