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El silencio de asombro se prolongó. ¡Nadie en los campos estelares de Ifni habría esperado que los tytlal eligieran a los delfines!

Los visitantes galácticos se quedaron pasmados. Neodelfines… Pero si la segunda raza pupila de la Tierra comprendía a los sensitivos más jóvenes de todas las Cinco Galaxias, ¡más jóvenes incluso que los mismos tytlal!

Aquello no tenía precedente. Era asombroso.

Era…

¡Era divertido! Los tymbrimi aplaudieron. Sus carcajadas crecieron cada vez más fuertes y claras. Sus coronas, todas a la vez, como si sólo fueran una, se desplegaron formando un único glifo de aprobación, tan vivido que incluso el embajador thenanio pareció notarlo. Al ver que sus aliados no estaban ofendidos, los humanos se unieron a su alegría saltando y dando palmas con una energía amedrentadora.

Kihimik y la mayoría de tytlal reunidos hicieron una reverencia, aceptando los aplausos de sus tutores. Como buenos pupilos, parecía que habían trabajado duro para organizar una buena broma en ese día tan importante. Sólo Sustruk permaneció un poco rezagado, rígido y tembloroso, todavía por la tensión.

En torno a Athaclena se encresparon olas de alegría y aprobación. Oyó la risa de su madre uniéndose a las demás.

Pero la muchacha retrocedió, pasando entre la multitud hasta que tuvo espacio suficiente para poder salir de ella y alejarse. En un total flujo gheer, corrió y corrió, dejando atrás el borde de la caldera, hasta que pudo tomar el camino de descenso y no ser vista ni oída. Allí, contemplando la belleza del Valle de las Sombras Persistentes, cayó al suelo mientras la sacudían oleadas de reacción enzimática.

Ese horrible delfín…

Desde aquel día nunca le había confiado a nadie lo que vio en el cetáceo proyectado. Ni a su madre, ni siquiera a su padre, le había contado jamás la verdad… que había sentido un glifo en la profundidad de ese holograma proyectado, uno que surgía del propio Sustruk, el poeta de los tytlal.

Para todos los presentes aquello fue una gran broma, un magnífico engaño jocoso. Creían saber por qué los tytlal habían elegido a la raza más joven de la Tierra como Consorte de Etapa… para honrar al clan con una broma inmensa e inocente. Al elegir a los delfines, parecían querer decir que no necesitaban ningún protector, que amaban y honraban a sus tutores tymbrimi sin reserva alguna. Y al seleccionar a los segundos pupilos de los humanos, habían dado un buen pellizco a esas pedantes y antiguas razas galácticas que desaprobaban tanto la amistad entre los tymbrimi y los lobeznos. Fue un buen gesto. Delicioso.

¿Había sido, pues, Athaclena, la única en ver la profunda verdad? ¿Lo había sólo imaginado? Muchos años mas tarde, en un planeta distante, Athaclena todavía temblaba al recordar ese día.

¿Había sido la única que capto el tercer armónico de Sustruk de risa, pena y confusión? El poeta-inspirador murió apenas unos días después del episodio, y se llevó consigo el secreto a la tumba.

Sólo Athaclena pareció sentir que la Ceremonia no había sido una broma, que la imagen de Sustruk no procedía de sus pensamientos sino del mismo Tiempo. Los tytlal habían elegido a sus protectores y la elección fue hecha con desesperada seriedad.

Ahora, unos cuantos años más tarde, las Cinco Galaxias se hallaban conmocionadas por cierto descubrimiento realizado por una oscura raza pupila, la más joven de todas ellas. Los delfines.

Oh, humanos, pensó mientras seguía a Robert en el ascenso a las Montañas de Mulun. ¿Qué habéis hecho?

No, ésa no era la pregunta correcta.

¿En qué estáis planeando convertiros?

Esa tarde los dos caminantes encontraron un escarpado campo cubierto de placas de hiedra. Un llano de plantas brillantes y espesa vegetación cubría la vertiente sudeste del cerro, como la superposición de escamas verdes de una gran bestia adormecida. El sendero que subía a las montañas estaba bloqueado.

—Apuesto a que estás pensando cómo vamos a poder cruzar todo esto y llegar al otro lado —dijo Robert.

—Esa vertiente parece traicionera —aventuró Athaclena—. Y se extiende a una gran distancia en ambas direcciones. Supongo que tendremos que rodearla.

En las márgenes de la mente de Robert había algo que le decía que eso era imposible.

. Estas plantas son fascinantes —dijo agachándose junto a una de las placas, parecida a un bol invertido en forma de coraza con casi dos metros de ancho. La agarró por el extremo y tiró de ella hacia atrás con fuerza. La placa se separó un poco de la compacta superficie y Athaclena pudo ver una dura y elástica raíz en su parte central. Se acercó para ayudarle a arrancarla, preguntándose que tendría él en mente.

—La colonia echa brotes de una nueva generación de capas de éstas cada pocas semanas y cada capa se superpone a la anterior —explicó Robert gruñendo al tiempo que tiraba de la tensa y fibrosa raíz—. A finales de otoño, las últimas capas florecen y se vuelven finas como el papel. Se rompen y aprovechan los fuertes vientos del invierno para navegar por el cielo, millones de ellas. Es todo un espectáculo, créeme; esos cometas con los colores del arco iris flotando bajo las nubes, aunque sean un peligro para las naves voladoras.

—¿Son, pues, semillas? —preguntó Athaclena.

—Bueno, en realidad son transportadores de esporas. Y la mayoría de vanas que se posan en el suelo del Sind en invierno son estériles. Al parecer la hiedra en placas dependía de una criatura polinizadota que se extinguió durante el holocausto bururalli. Otro problema más con que deben enfrentarse los equipos de recuperación ecológica. —Robert se encogió de hombros—. Sin embargo, ahora en primavera, estas capas tempranas son rígidas y fuertes. Nos costará bastante esfuerzo arrancar una.

Robert sacó el cuchillo y lo pasó por debajo para cortar las flexibles fibras que sujetaban la placa. Las hebras se separaron de repente, aflojando su tensión y mandando a Athaclena hacia atrás con la voluminosa placa sobre ella.

—Uf, lo siento, Clennie. —Athaclena notó que Robert intentaba no reírse mientras le ayudaba a salir de debajo de aquel peso. Como si fuera un niño, pensó—. ¿Estás bien?

—Sí —respondió con rigidez, sacudiéndose el polvo de la ropa. Vuelta del revés, el lado interior y cóncavo de la placa parecía una taza con un grueso tallo central de fibras desgarradas y pegajosas.

—Bueno, entonces ¿por qué no me ayudas a llevarla hacia ese banco de arena junto a aquel desnivel?

El campo de hiedra en placas se extendía alrededor de la cima del cerro bordeándolo por tres lados. Juntos levantaron la placa suelta y la llevaron hacia donde comenzaba el brusco descenso, dejándola en el suelo con la cara interna hacia arriba.

Robert se dispuso a arreglar el rasgado interior de la placa. Al cabo de unos minutos retrocedió unos pasos y examinó su trabajo.

—Así funcionará. —La tocó ligeramente con el pie—. Tu padre quería que te enseñara todo lo que pudiese respecto a Garth. En mi opinión, tus conocimientos no serían completos si no te enseñase cómo montar sobre una placa de hiedra.

—Quieres decir que… —Athaclena recorrió con los ojos la placa y luego las capas de lisos guijarros—. No estarás hablando en broma… —Pero Robert estaba ya cargando su equipo en el interior del recipiente.