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Ser humano es muy extraño, desde luego.

Athaclena intentó ignorar la imagen. Se acercó al nexo de los agones hasta que una barrera la detuvo. ¿Otra metáfora? Esta vez era una rápida corriente de dolor que fluía… un río que se cruzaba en su camino.

Lo que necesitaba era un usunltlan, un campo de protección que llevara el fluido de regreso a su punto de origen. Pero ¿cómo podía dar forma a la materia mental de un humano?

Incluso mientras se hacía esta pregunta se sentía rodeada de imágenes de humo. Unas sombras nebulosas flotaban, se solidificaban y adquirían forma. De repente, Athaclena advirtió que podía visualizarse a sí misma en el interior de un pequeño bote, con un remo en las manos.

¿Era así como se manifestaba usunltlan en la mente humana? ¿Como una metáfora?

Asombrada, empezó a remar contracorriente, en medio del vigoroso remolino.

En la niebla que la rodeaba flotaban formas que se arracimaban y chocaban entre sí. Aquí un rostro distorsionado, allá una extraña figura de animal que le gruñía. La mayor parte de lo que veía no podía existir en ningún universo real.

Como no estaba acostumbrada a visualizar los sistemas mentales, tardó un poco en darse cuenta de que las formas representaban recuerdos, conflictos, emociones.

¡Tantas emociones! Athaclena sintió verdaderos deseo de huir. Una podía volverse loca en un sitio como aquél.

Fue su curiosidad tymbrimi lo que le hizo quedarse. Eso y el deber.

Esto es muy extraño, pensó mientras remaba en la corriente metafórica. Medio cegada por las gotas de dolor que la salpicaban, intentaba fijar la vista, llena de curiosidad. ¡Oh, cómo me gustaría ser un verdadero telépata y saber, en lugar de adivinar, qué significan todos estos símbolos!

Había tantos impulsos como en una mente tymbrimi. Algunas de las extrañas imágenes y sensaciones le parecían familiares. Tal vez se remontasen a tiempos en los que su raza o la de Robert aún no había aprendido a hablar; la suya mediante la Elevación y la humana sin que nadie le ayudase. A tiempos en que dos tribus de animales inteligentes vivían vidas muy similares en mundos salvajes, muy distantes el uno del otro.

Lo más raro de todo era ver con dos pares de ojos a la vez. Por un lado, el par que miraba asombrado el mundo de las metáforas y, por el otro, su propio par que veía la cara de Robert a pocos centímetros de la suya, bajo el toldo que formaba su corona.

El humano parpadeó con rapidez. En su confusión había dejado de contar. Ella, por fin, entendió un poco de lo que ocurría. Robert estaba sintiendo algo realmente extraño. Le llegó una palabra: deja vu… rápidos semi-recuerdos de cosas viejas y nuevas a la vez.

Athaclena se concentró y formó un delicado glifo, un palpitante faro que latiese en resonancia con las frecuencias armónicas del cerebro más profundo del muchacho. Robert jadeó y por fin ella notó que él intentaba alcanzar ese faro.

Su yo metafórico tomó forma junto a ella en el pequeño bote, sujetando el otro remo. En este estado de cosas, parecía normal que él no preguntase cómo había llegado hasta allí.

Juntos se precipitaron por el río de dolor, el torrente de su brazo roto. Tenían que remar a través de nubes arremolinadas de agones, que los golpeaban y mordían como bandadas de insectos-vampiro. Se encontraron con obstáculos, troncos y torbellinos en los que voces extrañas, que surgían de las oscuras profundidades, murmuraban de modo tenebroso.

Finalmente llegaron a un estanque: el centro del problema. En su fondo yacía la imagen gestalt de un enrejado de hierro sobre una superficie de piedras. Unos horribles detritus obstruían el desagüe.

Robert retrocedió alarmado. Athaclena comprendió que aquello tenían que ser recuerdos cargados de emociones, cuyo espanto tomaba forma de dientes y garras, y horribles caras hinchadas. ¿Cómo pueden los humanos permitir que se acumule tanta confusión? Estaba asombrada y bastante asustada por los horribles y móviles despojos.

Esto son las neurosis —dijo Robert con su voz interior. Conocía lo que estaban «mirando» y su pánico era mucho mayor que el de Athaclena. ¡He olvidado tantas de estas cosas! No tenía ni idea de que aún siguieran aquí.

Robert miró hacia abajo, a sus enemigos, y Athaclena vio que muchas de las caras eran versiones perversas y enojadas de la del muchacho.

Ahora esto es cosa mía, Clennie. Mucho antes del Contacto aprendimos que sólo hay una forma de enfrentarse con un revoltijo como éste. La verdad es la única arma válida.

Cuando el yo metafórico de Robert giró para zambullirse en el confuso lago de dolor, el bote se balanceó.

¡Robert!

Se levantaron espumas. El pequeño bote empezó a corcovear y a alzarse, obligándola a agarrarse fuerte al borde del extraño usunltlan. A su alrededor todo eran salpicaduras de dolor brillante y espantoso. Y abajo, junto al enrejado, se estaba desarrollando una terrible lucha.

En el mundo externo corrían regueros de sudor por el rostro de Robert. Athaclena se preguntaba si podría resistir mucho más.

Dudosa, envió la imagen de su mano al interior del estanque. El contacto directo quemaba, pero ella siguió adelante hasta coger el enrejado.

¡Algo agarró su mano! Dio un tirón pero no consiguió soltarse. Una cosa horrible que semejaba una hórrida versión del rostro de Robert la miraba con una expresión tan retorcida que apenas podía reconocerlo. La cosa tiraba de ella, intentando hacerla caer en el estanque, y Athaclena gritó.

Surgió otra sombra que luchaba cuerpo a cuerpo con el asaltante de la muchacha. Luego el ser despreciable que la sujetaba la soltó y ella cayó dentro del bote. Entonces la pequeña embarcación empezó a cobrar velocidad. En torno a Athaclena el lago de dolor fluía hacia el desagüe. Pero su bote se movía en dirección opuesta, remontando la corriente.

Robert me está empujando hacia afuera, advirtió. El contacto se hizo más estrecho para terminar rompiéndose. Las imágenes metafóricas cesaron de repente. Athaclena parpadeó con rapidez, asombrada. Se arrodilló sobre la suave superficie. Robert la tenía cogida de la mano y respiraba con los dientes apretados.

—Tuve que detenerte, Clennie… Eso era peligroso para ti.

—¡Pero tú sufres tanto!

—Me has enseñado dónde estaba el bloqueo —dijo él meneando la cabeza negativamente—. Ahora que sé que está ahí, puedo hacerme cargo de toda esa basura neurótica…, al menos lo bastante bien en este momento. Y… ¿no te he dicho todavía que a ningún chico le costaría esfuerzo alguno enamorarse de ti?

Athaclena se incorporó bruscamente, pasmada ante tal non sequitur. Tenía en la mano tres ampollas de gas.

—Robert, tienes que decirme cuál de estos medicamentos sirve para calmar el dolor pero que te mantenga consciente para que puedas ayudarme.