Выбрать главу

—La azul —dijo bizqueando—. Pónmela debajo de la nariz pero tú no la inhales en absoluto. No… no quiero m pensar en lo que las paraendorfinas podrían ocasionarte.

Cuando Athaclena rompió la ampolla surgió una densa nube de vapor. La mitad de ella fue respirada por Robert y el resto se dispersó en breves instantes.

Con un suspiro profundo y tembloroso, el cuerpo de Robert pareció desentumecerse. La miró con una nueva luz en los ojos.

—No sé si hubiera podido permanecer consciente mucho más tiempo. Pero casi mereció la pena… compartir mi mente contigo.

En su aura parecía danzar una simple pero elegante versión de un zunour’thzun. Athaclena se sintió desconcertada unos instantes.

—Robert, eres una criatura muy extraña. Yo…

Hizo una pausa. El zunour’thzun había desaparecido y a ella aún le costaba creer que había captado ese glifo. ¿Cómo habría aprendido Robert a crearlo?

Athaclena asintió y sonrió. Las expresiones humanas surgían ahora en ella con toda facilidad, como si las tuviera grabadas.

—Estaba pensando lo mismo, Robert. A mí… a mí también me pareció que merecía la pena.

13. FIBEN

En lo alto de un acantilado, justo al borde de una estrecha meseta, todavía se levantaban nubes de polvo en el lugar donde un reciente choque había abierto un largo y desastroso surco en el suelo. Una estrecha zona del bosque, en forma de puñal, había resultado destrozada en unos pocos y violentos segundos por un objeto que cayó rugiendo, saltando y golpeando, lanzando tierra y vegetación en todas direcciones, para pararse por fin muy cerca del escarpado precipicio.

Sucedió durante la noche. No lejos de allí, otros fragmentos celestes aún más ardientes habían roto piedras y provocado incendios, pero aquí el impacto había sido sólo un golpe natural.

Muchos minutos después de que decreciera el ruido explosivo de la colisión, todavía quedaban otras alteraciones. Se producían corrimientos de tierra en el precipicio contiguo y los árboles cercanos al atormentado camino crujían y se balanceaban. En el extremo del surco, el oscuro objeto culpable de ese estrago emitía chasquidos y castañeteos a medida que el metal super-recalentado entraba en contacto con una fría bruma que procedía del valle de abajo.

Por fin las cosas se calmaron y todo empezó a adquirir normalidad. Los animales de la zona volvían a salir de sus escondites. Unos pocos incluso se aproximaban para husmear con aversión el objeto caliente, y luego se alejaban para enfrentarse con un asunto más serio, el de vivir un día más.

Fue un mal aterrizaje. En el interior de la vaina de escape, el piloto no se movió. Transcurrió esa noche y todo el día siguiente sin que se apreciara ningún tipo de movimiento.

Finalmente, con una tos y un sordo gruñido, Fiben despertó.

—¿Dónde? ¿Qué? —profirió con voz ronca.

Su primer pensamiento coherente consistió en advertir que había hablado en ánglico. Eso está bien, consideró aturdido. Entonces es que el cerebro no ha sufrido daños.

La habilidad de un neochimpancé para utilizar el lenguaje era su posesión más crucial y podía perderse con mucha facilidad. La afasia del habla era una buena manera de ser reevaluado y hasta registrado como genético en período de prueba.

Como era natural, se habían enviado muestras del plasma de Fiben a la Tierra y quizás era demasiado tarde para anularlas, pero ¿le importaba realmente ser re-evaluado? ¿Le había preocupado nunca de qué color era su carnet de procreación?

O, al menos, no le preocupaba más que a cualquier chimp normal.

Ah, así que ahora nos ponemos filosóficos. ¿Retrasando lo inevitable? No te pongas nervioso, Fiben, viejo chimp. ¡Muévete! Abre los ojos. Pálpate. Asegúrate de que todo lo tienes en su sitio.

Muy fácil de decir pero muy difícil de hacer. Fiben gruñó al levantar la cabeza. Estaba tan deshidratado que separar los párpados fue como intentar abrir un cajón oxidado.

Al final consiguió entreabrir los ojos. Vio que las pantallas protectoras contra la luz estaban resquebrajadas y con regueros de hollín y que unas gruesas capas de suciedad y vegetación chamuscada se habían pegado a ellas debido a una lluvia ligera caída en algún momento después de la colisión.

Fiben descubrió uno de los motivos de su desorientación: la cápsula estaba inclinada más de cincuenta grados. Manipuló con torpeza los cinturones de seguridad hasta que se soltaron y se desplomó contra el reposabrazos. Reunió un poco de fuerza y luego golpeó la atorada escotilla, murmurando roncas maldiciones hasta que el cierre cedió y se abrió lanzando una lluvia de hojas y piedras pequeñas.

Siguieron varios minutos de estornudos secos para terminar con la cabeza colgando por fuera de la escotilla y respirando hondo.

—Venga —murmuró Fiben para sí apretando los dientes—. Vamos a salir de aquí. —Se impulsó hacia arriba. A pesar del insoportable calor de la superficie externa de la cápsula y las quejas de sus heridas, se deslizó con desespero por la abertura, girando y buscando un punto en donde apoyar el pie. Sintió el sucio y bendito suelo, pero cuando se soltó de la escotilla, su tobillo izquierdo se negó a sostenerlo. Cayó dándose un doloroso golpe—. ¡Ay! —gritó Fiben. Pasó una mano debajo de su cuerpo y sacó un afilado palo que había horadado sus pantalones de vuelo. Lo miró unos momentos antes de echarlo a un lado y luego cayó sobre el montón de escombros que rodeaban la cápsula.

Frente a él, la luz del alba mostraba el borde de un profundo precipicio. Abajo, a lo lejos, se oía el rumor de una corriente de agua. Uf, pensó absorto al borde del desfallecimiento. Unos cuantos metros más y ahora no me sentiría tan sediento.

Con el sol naciente, la ladera de la montaña que había al otro lado del valle se veía muy diáfana y en ella podían distinguirse estelas humeantes en los lugares en que habían caído piezas más grandes de desechos espaciales. ¡Bravo por la vieja Procónsul!, pensó Fiben. Siete mil años de servicio leal a medio centenar de antiguas razas galácticas para terminar estrellada sobre un planeta menor, pilotada por un tal Fiben Bolger, pupilo semientrenado de una milicia de lobeznos. ¡Qué final tan indigno para un guerrero tan valiente y antiguo!

Pero, después de todo, él había sobrevivido a la patrullera. Al menos, por un rato.

Alguien dijo una vez que un buen baremo para medir la sensitividad consistía en ver cuánta energía utilizaba un sofonte en asuntos que no fueran la propia supervivencia. El cuerpo de Fiben parecía un trozo de carne a medio asar y sin embargo encontró fuerzas suficientes para sonreír. Había caído desde una distancia de dos millones de millas y quizá viviría para poder contar lo ocurrido a unos nietos sabihondos con dos generaciones más de Elevación.

Palmeó el chamuscado suelo que lo rodeaba y rió con la boca reseca por la sed.

—¡Largo de aquí, Tarzán!

14. UTHACALTHING

.Estamos aquí como amigos de la Tradición Galáctica, como protectores de la propiedad y el honor, para hacer cumplir la voluntad de los más antiguos que encontraron el Camino de las Cosas hace tanto tiempo…