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Uthacalthing no dominaba demasiado el galáctico-Tres, Por lo cual utilizaba su secretario portátil para registrar el Manifiesto de Invasión gubru y poder estudiarlo más tarde. Escuchaba sólo con medio oído mientras se dedicaba a completar el resto de sus preparativos.

.sólo con medio oído… Su corona emitió un destello de diversión al darse cuenta de que había utilizado esa frase en sus pensamientos. En realidad, ¡la metáfora humana le producía picor en los oídos!

Los chimps cercanos tenían sus receptores conectados a la traducción en ánglico, emitida también desde las naves gubru. Era una versión no oficial del manifiesto ya que el ánglico estaba considerado una lengua de lobeznos, inadecuada para la diplomacia.

Uthacalthing formó l’yuth’tsaka, el equivalente aproximado de pan-y-pipa y abucheo para los invasores. Uno de sus ayudantes neochimpancés lo miró con expresión de asombro. El chimp debe de tener algún don psi latente, pensó el embajador. Los otros tres peludos pupilos se tumbaron bajo un árbol a escuchar las teorías de la armada invasora.

—… siguiendo el protocolo y todas las Normas de la Guerra, ha sido enviado un escrito a la Tierra explicando nuestros motivos de agravio y nuestras exigencias para enmendar…

Uthacalthing colocó un último sello en su sitio sobre la compuerta de la Reserva Secreta Diplomática. La estructura piramidal se alzaba sobre un acantilado que dominaba el Mar de Cilmar, un poco al sudoeste de los demás edificios de la embajada tymbrimi. Fuera, en el océano, todo parecía agradable y primaveral. Incluso ese día, pequeños botes de pesca surcaban las plácidas aguas, como si el cielo no retuviera nada hostil fuera de las salpicadas nubes.

Sin embargo, en el otro lado, detrás de una pequeña arboleda de hierbagrande Thula, trasplantada de su mundo nativo, la cancillería y las dependencias oficiales estaban vacías y abandonadas.

Estrictamente hablando, podría haber permanecido en su puesto. Pero Uthacalthing no deseaba confiar en la palabra de los invasores acerca de que respetaban todas las Normas de Guerra. Los gubru eran famosos por interpretar la tradición según su propia conveniencia.

Y de todos modos, ya había trazado sus planes.

Uthacalthing terminó el sellado y salió de la Reserva Diplomática. Situada fuera de la embajada, cerrada herméticamente y vigilada, estaba protegida por millones de años de tradición. La cancillería y los demás edificios de la embajada podían ser cotos no vedados, pero el invasor tendría que aportar una excusa muy satisfactoria para irrumpir en este sacrosanto depósito.

Uthacalthing, sin embargo, sonreía. Tenía confianza en los gubru.

Después de retroceder unos diez metros se concentró y formó un glifo sencillo, proyectándolo hacia la cúspide de la pirámide, donde un pequeño globo azul giraba sin ruido. El guardián se iluminó de repente y dejó escapar un audible murmullo. Entonces Uthacalthing se volvió, aproximándose a los chimps que lo esperaban.

—… considerado nuestro primer agravio el que la raza pupila de los terrestres, formalmente conocida como tursiops amicus, o «neodelfín» ha hecho un descubrimiento que no comparte. Se dice que este descubrimiento puede acarrear importantes consecuencias a la sociedad galáctica.

»¡El clan de los gooksyu-gubru, como protector de la tradición y la herencia de los Progenitores, no será excluido! Tenemos el legítimo derecho de tomar rehenes para obligar a esas criaturas acuáticas semiformadas y a sus tutores lobeznos a que divulguen la información que atesoran…

Un pequeño rincón de los pensamientos de Uthacalthing se preguntó qué debía de haber descubierto la otra raza de pupilos más allá del disco galáctico. Suspiró con vehemencia. Tal como funcionaban las cosas en las Cinco Galaxias, tendría que emprender un largo viaje por el nivel-D del hiperespacio y aparecer a un millón de años del presente para poder enterarse de toda la historia. Para entonces, ya sería, por supuesto, una vieja historia.

En realidad, lo que había hecho el Streaker para provocar la presente crisis apenas importaba. El Gran Consejo tymbrimi había calculado que, de todas formas, iba a producirse algún tipo de explosión en los siglos venideros. Los terrestres se las habían apañado para que ocurriera un poco antes, eso era todo.

Para que ocurriera un poco antes… Uthacalthing buscaba la metáfora apropiada. ¡Era como si un niño se escapase de su cuna, fuera a gatas hasta la madriguera de la bestia Vl’Korg y le diera una bofetada en pleno hocico!

—.… como segundo agravio, y la causa precipitadora de nuestra intervención, es nuestra fuerte sospecha de que se están dando irregularidades en el proceso de Elevación en Garth.

»En nuestro poder obran pruebas de que la especie semisapiente conocida como neochimpancé está recibiendo una dirección incorrecta por parte de sus tutores los humanos y de sus aliados, los tymbrimi…»

¿Los tymbrimi, aliados incorrectos? Oh, criaturas pajariles, pagaréis caro vuestros insultos, se prometió Uthacalthing.

Los chimps corrieron hacia él y le hicieron una reverencia. El syulff-kuonn brilló unos instantes en los extremos de su corona al tiempo que les devolvía el gesto.

—Me gustaría enviar unos mensajes. ¿Me prestaríais ese servicio?

Todos asintieron. Era obvio que los chimps estaban incómodos los unos con los otros porque procedían de capas sociales distintas.

Uno vestía con orgullo el uniforme de oficial del ejército. Otros dos llevaban vistosa ropa civil. El último, que era el más modestamente vestido, ostentaba una especie de visor en el pecho con una hilera de teclas a ambos lados, con lo cual podía la pobre criatura producir algo parecido al lenguaje. Ése estaba un poco rezagado y alejado de los demás y apenas si levantaba la vista del suelo.

—Estamos a su servicio —dijo el joven y pulcro teniente. Parecía por completo indiferente a las agrias miradas que los dos civiles, con sus trajes ostentosos, le dirigían.

—Eso está bien, joven amigo. —Uthacalthing cogió al chimp por el hombro y le tendió una pequeña caja negra—. Por favor, entrega esto a la Coordinadora Planetaria Oneagle, con mis saludos. Dile que tengo que retrasar mi partida hacia el refugio, pero que espero verla pronto.

En realidad no estoy mintiendo, se dijo Uthacalthing. ¡Bendito sea el ánglico y su maravillosa ambigüedad!

El teniente chimp tomó la caja y saludó de nuevo al embajador con el ángulo de inclinación correcto que demostraba el respeto de un bípedo hacia un tutor aliado más antiguo. Sin mirar siquiera a los otros, salió corriendo a montarse en su moto-correo.

Uno de los civiles, pensando que Uthacalthing no lo oiría, le susurró a su vistosamente vestido compañero:

—Espero que el pelotillero del carnet azul se caiga en un charco de lodo y que su brillante uniforme quede empapado.

Uthacalthing fingió no enterarse. A veces prefería fingir creer que el oído tymbrimi era tan malo como su vista.

—Esto es para vosotros —les dijo a los de la ropa ostentosa, dándoles una bolsita a cada uno. El dinero que había en su interior eran galMonedas, cuyo origen era imposible averiguar, incuestionables durante períodos de guerra y disturbios ya que estaban respaldadas por las tablas de la Gran Biblioteca.