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Los dos chimps se inclinaron ante Uthacalthing, tratando de imitar la precisión del oficial. Tuvo que contener una carcajada de satisfacción ya que había notado que sus foci, los centros de conciencia de los chimps, se habían concentrado en la mano que sostenía la bolsa, ajenos a todo lo demás.

—Id, pues, y gastadlo como queráis. Os doy las gracias por los servicios que me habéis prestado.

Los dos miembros del pequeño submundo delincuente de Puerto Helenia se volvieron y desaparecieron a toda prisa por la arboleda. Como diría otra metáfora humana, desde que había llegado allí, ellos habían sido «su mano derecha» y ahora sin duda consideraban terminada su labor.

Y gracias por lo que estáis a punto de hacer, pensó Uthacalthing. Conocía bien a ese grupo concreto de chimps marginales. Gastarían todo el dinero y pronto anhelarían tener más. Dentro de pocos días, sólo habría una fuente de dicha moneda.

Uthacalthing estaba seguro de que pronto tendrían nuevos jefes.

—… hemos venido como amigos y protectores de los presensitivos, para ver si reciben una dirección adecuada y formar parte de un clan digno…

Sólo quedaba un chimp, que trataba de estar lo más quieto que podía pero que se movía nerviosamente y sonreía con ansiedad.

—¿Y qué…? —Uthacalthing se detuvo de repente. Sus zarcillos se ondularon y se volvió para mirar hacia el mar.

Del territorio situado a! otro lado de la bahía surgió una estela de luz que se dirigía hacia el cielo en dirección este. Uthacalthing se protegió los ojos del sol con la mano, pero no perdió tiempo envidiando la visión de los terrestres. La reluciente ascua llegaba hasta las nubes, dejando una especie de estela que sólo él podía detectar. Era el brillo de una partida gozosa, que surgió y se desvaneció en pocos segundos, difuminándose en la blanca y tenue estela de vapor.

Oth’thushutn, su ayudante, secretario y amigo, volaba en su nave a través del corazón de la batalla que rodeaba a Garth. ¿Y quién podía negarlo? Su aparato de fabricación tymbrimi estaba construido de un modo especial. Tal vez consiguiera su objetivo.

Eso ya no era asunto de Oth’thushutn, desde luego. Lo que él tenía que hacer era simplemente intentarlo.

Uthacalthing se inclinó hacia adelante para captar mejor. Sí, algo se desprendía de aquella explosión de luz. Un centelleante legado. Recogió el glifo final de Oth’thushutn y lo guardó en un lugar querido, por si alguna vez debía repetirlo en su hogar a los seres amados del valiente tym.

Ahora no quedaban en Garth más que dos tymbrimi, y Athaclena estaba en el lugar más seguro que pudo proporcionarle. Era tiempo de que Uthacalthing se ocupase de su propio destino.

—… para rescatar a esas inocentes criaturas del Retroceso que están sufriendo a manos de esos lobeznos y criminales…

—¿Y qué pasa contigo, Jo-Jo? —preguntó, dirigiéndose al pequeño chimp, su último ayudante—. ¿Tú también quieres que te asigne una tarea?

Jo-Jo manipuló con torpeza las teclas de su visor.

SÍ, POR FAVOR.

AYUDARLE ES TODO LO QUE PIDO

Uthalcalthing sonrió. Tenía que darse prisa para reunirse con Kault. En aquellos momentos el embajador thenanio ya debía estar frenético, paseando arriba y abajo junto a la chalupa de Uthacalthing Pero ese tipo podía esperar unos minutos más.

—Sí —le dijo a Jo-Jo—. Me parece que hay algo que puedes hacer por mí. ¿Crees que sabrás guardar un secreto?

El pequeño «inútil» genético asintió vigorosamente, con sus ojos castaño claro llenos de intensa devoción. Uthacalthing había pasado mucho tiempo con Jo-Jo, enseñándole cosas por las que las escuelas de Garth nunca se habían preocupado, como por ejemplo, habilidades para sobrevivir en un desierto y cómo pilotar un sencillo planeador. Jo-Jo no era el orgullo de la Elevación neo-chimp, pero tenía un gran corazón y la suficiente cantidad de un cierto tipo de astucia que Uthacalthing apreciaba.

—¿Ves esa luz azul, Jo-Jo, en lo alto de esa señal?

JO-JO RECUERDA

tecleó el chimpancé.

JO-JO RECUERDA TODO LO QUE USTED DIJO.

—Bien —asintió Uthacalthing—. Sabía que lo harías. Tengo que contar contigo, querido amiguito. —Sonrió y Jo-Jo le devolvió la sonrisa con vehemencia.

Mientras, la voz generada por un ordenador desde el espacio continuaba, completando el Manifiesto de Invasión.

—… y que sean entregados en adopción a un clan más antiguo, uno que no los dirija hacia un comportamiento incorrecto…»

Pájaros charlatanes, pensó Uthacalthing. ¡Qué estupideces!

—Vamos a enseñarles lo que es un «comportamiento incorrecto», ¿verdad que sí, Jo-jo?

El pequeño chimp asintió nervioso y sonrió, aunque no había comprendido del todo.

15. ATHACLENA

Aquella noche, el diminuto fuego de su campamento temblaba con luz amarilla y naranja en los troncos de los casi-robles.

—Tenía tanta hambre que encuentro delicioso hasta el estofado envasado al vacío. —Robert suspiró, dejando a un lado el bol y la cuchara—. Había planeado preparar un banquete de placas de hiedra al horno, pero me parece que ninguno de los dos tiene el apetito suficiente para apreciar esas exquisiteces.

Athaclena creyó comprender la tendencia de Robert a hacer comentarios irrelevantes como aquél. Tanto los tymbrimi como los terrestres tenían sistemas para poner al mal tiempo buena cara; eran parte de los inusuales modelos de similitud entre ambas especies.

Ella comió frugalmente. Su cuerpo había purgado casi completamente los péptidos sobrantes de su reacción gheer, pero aún se sentía algo dolorida después de la aventura de aquella tarde.

Sobre sus cabezas se extendía una banda oscura de nubes de polvo galáctico que ocupaba el veinte por ciento de la bóveda del cielo, perfilada por brillantes nebulosas de hidrógeno. Athaclena contempló el cielo tachonado de estrellas, con su corona sobresaliendo sólo ligeramente por encima de sus orejas. Sentía las diminutas y ansiosas emociones de las pequeñas criaturas del bosque.

—¿Robert?

—Hummm…, ¿sí, Clennie?

—Robert ¿por qué sacaste los cristales de nuestra radio?

—Esperaba no tener que contártelo en unos cuantos días —dijo suavemente con voz grave, tras una pausa—. Pero la pasada noche vi que los satélites de comunicaciones eran destruidos. Eso sólo podía significar que los galácticos habían llegado, tal como nuestros padres esperaban. Los cristales de la radio pueden ser captados por los detectores de resonancia de las naves, incluso aunque no estén cargados. Saqué los de la nuestra para que no hubiera ninguna posibilidad de que nos encontrasen por ese sistema. Es una enseñanza clásica.

Athaclena sintió un temblor en el extremo de su corona, justo encima de la nariz, que le recorrió toda la cabeza y bajó por la espalda. Así que ya ha empezado.

Una parte de ella anhelaba estar con su padre. Aún le dolía que la hubiese mandado lejos en vez de permitirle permanecer a su lado y así poder ayudarle.

El silencio se hizo más profundo. La muchacha captó el nerviosismo de Robert. Por dos veces pareció a punto de hablar, pero luego siguió callado, como si lo pensara mejor.

—Estoy de acuerdo con tu lógica de sacar los cristales, Robert —asintió ella por fin—. Creo que entiendo incluso el instinto protector que te impidió contármelo, pero es una estupidez y no debes hacerlo más.