—Hola —dijo en un ánglico muy cuidado.
La niña humana sonrió de nuevo y escondió la cabeza con timidez en el macizo pecho de su peludo protector. La madre neochimp retrocedió, aparentemente asustada.
La enorme criatura con el rostro aplastado se limitó otra vez a bufar y movió la cabeza dos veces en señal de asentimiento.
¡Rezumaba Potencial!
Athaclena sólo se había encontrado una vez con una especie que viviese en esa limitada zona que separaba a los animales de las razas pupilas sofontes. Era un estado muy raro en las Cinco Galaxias, ya que cuando se descubría una nueva especie presensitiva, quedaba rápidamente registrada y era cedida bajo contrato a algún clan de viajeros del espacio para que procediesen a la Elevación.
A Athaclena le pareció evidente que aquella criatura ya había recorrido un largo camino hacia la sensitividad.
Pero se creía que esa distancia que separa al animal del ser pensante no podía recorrerse sin ayuda. Era cierto que algunos humanos aún se aferraban a ideas pintorescas procedentes de los días previos al Contacto, teorías que afirmaban que la inteligencia podía «evolucionar». Pero los galácticos aseguraban que ese umbral únicamente podía cruzarse con la ayuda de otra raza, una que ya lo hubiese superado.
Así había sido desde los tiempos de la primera raza, los Progenitores, hacía miles de millones de años.
Pero nadie había localizado nunca a los tutores de los humanos. Por eso eran llamados k’chu-non… lobeznos. ¿Era posible que su antigua idea contuviese un germen de verdad? Si era así, ¿podía esa criatura también...?
¡Ah, no! ¿Por qué no la he visto antes?
Athaclena comprendió de repente que aquella criatura no era un hallazgo natural. No se trataba del mítico garthiano que su padre le había pedido que buscase. El parecido familiar era evidente.
Miró esa reunión de primos del árbol vecino, sentados todos juntos en una rama por encima del vapor de los gubru. Humanos, neochimpancés y… ¿qué más?
Intentó recordar lo que su padre había dicho acerca del permiso que tenían los humanos para ocupar su planeta de origen, la Tierra. Después del Contacto, los Institutos habían concedido la tenencia a la Humanidad. Y, sin embargo, Athaclena estaba segura de que existían Normas de Barbecho y otras restricciones.
Y se habían mencionado unas cuantas especies terrestres muy concretas.
La inmensa bestia irradiaba Potencial como… A Athaclena le llegó una metáfora sobre una valiza encendida en el árbol de enfrente. Buscando en su memoria, al estilo tymbrimi, pudo dar por fin con la palabra que había Perseguido.
—Cosita linda —le dijo con suavidad—. Eres un gorila ¿verdad?
16. EL CENTRO HOWLETTS
La bestia inclinó la cabeza y soltó un bufido. Junto a ella, la madre chimp lloriqueaba en voz baja y miraba a Athaclena con evidente pavor. Pero la pequeña humana daba palmas, intuyendo un juego.
—¡’Rila! Jonny es un ’rila! ¡Igual que yo! —La niña se golpeaba el pecho con sus diminutos puños. Echó la cabeza hacia atrás y soltó un chillido agudo y ululante.
Un gorila. Athaclena miró con curiosidad a la gigantesca y silenciosa criatura, tratando de recordar lo que le habían dicho hacía tanto tiempo. La oscura nariz de la bestia se ensanchó como si olfateara en dirección de Athaclena, y usó su mano libre para hacer rápidas y sutiles señas a la niña humana.
—Jonny quiere saber si ahora vas a ser tú la encargada —balbuceó la niña—. Espero que sí. Parecías muy cansada cuando dejaste de perseguir a Benjamín. ¿Ha hecho algo malo? Se ha escapado, ¿sabes?
—No, Benjamín no ha hecho nada malo —dijo Athaclena aproximándose—. Al menos desde que lo conozco, aunque empiezo a sospechar que….
Athaclena se detuvo. Ni la niña ni el gorila podían entender lo que sospechaba. Pero era evidente que la chima adulta sí lo sabía y en sus ojos se reflejaba el miedo.
—Me llamo Abril —le dijo la pequeña humana—. Y ésa es Nita. Su bebé se llama Cha-Cha. A veces las chimas les ponen a sus hijos nombres muy fáciles porque, al principio, hablar les cuesta un poco —le confió—. ¿Eres de verdad una tym… bi… ni? —Sus ojos brillaban mirando a Athaclena.
—Soy tymbrimi —asintió la muchacha.
—¡Oh, son buena gente! —La niña daba palmadas de alegría—. ¿Has visto la gran nave espacial? Llegó haciendo mucho ruido y papá me hizo ir con Jonny y luego apareció un gas y Jonny me tapó la boca con la mano y yo no podía respirar.
Abril hizo una mueca, imitando la sensación de asfixia.
—La quitó cuando llegamos a lo alto del árbol. Aquí encontramos a Nita y a Cha-Cha. —Miró a los chimps—. Me parece que Nita está todavía demasiado asustada para poder hablar.
—Y tú ¿no estabas asustada? —le preguntó Athaclena.
—Sí. —Abril asintió con gravedad—. Pero tuve que dejar de asustarme. Yo era aquí el único humano y tenía que encargarme de todo el mundo. ¿Puedes encargarte tú, ahora? Eres una tymbini muy bonita, de verdad.
La niña volvió a sentir timidez. Escondió parcialmente su rostro en el macizo pecho de Jonny y sonrió a Athaclena, mostrándole sólo un ojo.
Athaclena no pudo evitar el asombro. Hasta entonces nunca se había dado cuenta de lo que eran capaces los humanos. A pesar de la alianza de sus congéneres con los terrestres, ella compartía algunos de los prejuicios galácticos más comunes, según los cuales los lobeznos aún eran, en cierto modo, bestiales y feroces,. Muchos galácticos se cuestionaban si los humanos estaban en verdad preparados para ser tutores. Sin duda los gubru habían expresado esa creencia en su Manifiesto de Guerra.
Aquella niña hacía pedazos esa imagen. Siguiendo la ley y la costumbre, la pequeña Abril había sido la encargada de sus pupilos, a pesar de su edad. Y su sentimiento de responsabilidad era evidente.
Ahora Athaclena comprendió por qué Robert y Benjamín se habían mostrado tan reacios a llevarla hasta allí. Controló su arranque inicial de justa cólera. Más tarde, cuando hubiese verificado sus sospechas, tendría que encontrar la forma de comunicárselo a su padre.
Casi estaba empezando a sentirse tymbrimi de nuevo Pues la reacción gheer había dado paso a un mero ardor irrelevante en sus músculos y sus circuitos nerviosos.
—¿Hay más humanos subidos en los árboles? —preguntó.
Jonny hizo una rápida serie de señas con la mano y Abril las interpretó, aunque tal vez la pequeña no había comprendido todas las aclaraciones.
—Dice que unos pocos lo intentaron. Pero no fueron lo bastante rápidos. Muchos corrían como locos haciendo cosas-de-humanos. Es así como los ’rilas llaman a lo que hacen los humanos y ellos no comprenden —le confió en voz baja.
—El g… gas… —Al fin, Nita, la chima, se decidió a hablar—. El g… gas debilita a los humanos. —Su voz era casi imperceptible—. Algunos de los chimps también lo sentimos… pero me parece que a los ’rilas no les ha molestado.