¡Qué ironía! Los peludos y sutiles synthianos se contaban entre los pocos «aliados» de la Tierra en la confusa situación política y militar de las Cinco Galaxias. Pero eran también terriblemente egoístas y cobardes. La partida de Swoio garantizaba que no llegarían ejércitos de guerreros gordos y peludos en ayuda de Garth cuando fuera necesario.
Como tampoco llegaría ninguna ayuda ni de la Tierra ni de Tymbrimi, pues demasiados problemas tenían ya ambos en estos momentos.
Fiben entendía galSeis lo suficiente como para captar buena parte de lo que el gran thenanio le decía a Swoio. Al parecer, Kault no tenía demasiada consideración por los embajadores que se escabullían del lugar donde habían sido destinados.
¡Dale más thenanio!, pensó Fiben. Los compatriotas de Kault podían ser fanáticos. En aquellos momentos eran enemigos oficiales de la Tierra. Y, sin embargo, en todas partes eran conocidos por su coraje y estricto sentido del honor.
No, nunca puedes elegir a tus amigos o enemigos.
Swoio avanzó hasta llegar a Megan Oneagle. La reverencia de la synthiana fue menos pronunciada que la que había ofrecido a Kault. Después de todo, la categoría de los humanos entre las razas tutoras de la galaxia era bastante baja.
Y ya sabes lo que eso te ocasiona, pensó Fiben.
—Siento mucho verla marchar —le dijo Megan a Swoio en un galSeis cargado de acento, devolviéndole la reverencia—. Por favor, transmita a su pueblo nuestra gratitud por sus buenos deseos.
—Claro —murmuró Fiben—, dales un montón de gracias a los otros mapaches. —Adoptó una expresión de aburrimiento cuando el coronel Maiven, el comandante humano de la Guardia de Honor, lo miró con severidad.
La respuesta de Swoio estaba llena de perogrulladas. Había pedido paciencia.
—En este momento reina la confusión en las Cinco Galaxias —dijo—. De entre los grandes poderes, los fanáticos son los que causan más problemas porque creen que el Milenio, el fin de la gran era, está a la vuelta de la esquina. Son los primeros en actuar. Mientras tanto, los moderados y los Institutos Galácticos se deben mover lentamente, de un modo juicioso. Pero actuarán, a su debido tiempo. El pequeño Garth no será olvidado.
Seguro, pensó Fiben con sarcasmo. Sí, ¡puede que la ayuda no tarde más de uno o dos siglos en llegar!
Los demás chimps de la Guardia de Honor se miraron unos a otros, haciendo girar los ojos en señal de incredulidad. Los oficiales humanos mostraban más recato, pero Fiben vio cómo uno de ellos hacía girar con firmeza la lengua contra la parte interior de su mejilla.
Finalmente, Swoio se detuvo ante el miembro más antiguo del cuerpo diplomático, Uthacalthing Hombre-Amigo, el cónsul-embajador de Tymbrimi.
El alto ET llevaba una amplia túnica negra que acentuaba la palidez de su piel. La boca de Uthacalthing era muy pequeña y la extraña separación entre sus sombríos ojos parecía muy ancha. Sin embargo, la impresión de humanoide era muy fuerte. A Fiben siempre le había parecido que el representante del aliado principal de la Tierra estaba siempre a punto de reírse de algún chiste, gracioso o no. Uthacalthing, con su coronilla de pelo suave y oscuro, rodeada de zarcillos delicados y ondulantes, con sus manos largas y finas y su humor fácil, era el único ser en la meseta que parecía insensible a la tensión de la jornada. La sonrisa irónica del tymbrimi afectó a Fiben, mejorando momentáneamente su estado de ánimo.
¡Al fin! Fiben suspiró aliviado. Parecía que Swoio ya había terminado de una vez. Se volvió y subió a grandes pasos la rampa de la lancha que la aguardaba. Con una severa orden, el coronel Maiven indicó a la Guardia que se cuadrase. Fiben empezó a contar mentalmente el número de pasos que lo separaban de una sombra y una bebida fría.
Pero era demasiado pronto para relajarse. Fiben no fue el único que gruñó por lo bajo cuando la synthiana, al llegar a lo alto de la rampa, giró para dirigirse una vez más a los presentes.
Lo que ocurrió entonces, y el orden en que ocurrió, iba a dejar perplejo a Fiben mucho tiempo. Porque, justo en el instante en que los primeros tonos aflautados de galSeis surgían de la boca de Swoio, algo extraño se produjo al otro lado del campo de aterrizaje. Fiben sintió una comezón en la parte posterior de las órbitas de sus ojos y miró hacia la izquierda, a tiempo para ver un brillo de llamas junto a una de las patrulleras. Luego la pequeña nave pareció explotar.
No pensó siquiera en tirarse al suelo asfaltado, pero ahí es donde se encontró a continuación, intentando esconderse en la dura y pringosa superficie. ¿Qué es eso? ¿Un ataque enemigo tan pronto?
Oyó a Simón resoplar violentamente, seguido de un coro de estornudos. Parpadeando para apartar el polvo de sus ojos Fiben miró y vio que la pequeña nave patrullera aún existía. ¡No había explotado, después de todo!
Pero sus campos estaban fuera de control Fulguraban en un ensordecedor y cegador espectáculo de luz y sonido Unos ingenieros con trajes protectores corrían para apagar el generador de posibilidades averiado de la nave, pero no lo consiguieron antes de que el ruido hubiese sacudido los sentidos de todos los presentes, desde el tacto y el olfato hasta la vista, pasando por el gusto, el oído y el sentido psi.
—Fiuuuu —silbó la chima que Fiben tenía a la izquierda, apretándose inútilmente la nariz—. ¿Quién ha tirado una bomba fétida?
Al instante, Fiben supo, con una misteriosa certeza, que ella había acertado. Rodó por el suelo mientras veía cómo la embajadora synthiana arrugaba la nariz con asco y se le doblaban los bigotes de vergüenza, mientras se metía a toda prisa en su nave, abandonando toda dignidad, compostura y diplomacia. La escotilla se cerró con un golpe seco.
Finalmente alguien encontró la palanca adecuada e interrumpió la horrible sobrecarga, dejando sólo un cruel resabio y un silbido en los oídos. Los miembros de la Guardia de Honor se pusieron de pie, sacudiéndose el polvo y murmurando irritados. Algunos humanos y chimps aún temblaban parpadeando y bostezan d. o con fuerza. El único que no parecía afectado era el impasible y absorto embajador thenanio. Incluso Kault parecía perplejo ante ese comportamiento terráqueo tan poco habitual.
Una bomba fétida, pensó Fiben. Una broma práctica de alguien.
Y me parece que ya sé de quién.
Fiben miró a Uthacalthing con atención. Contempló al ser a quien se había dado el nombre de Hombre-Amigo y recordó cómo el flaco tymbrimi había sonreído a Swoio, la pequeña y pomposa synthiana, mientras ésta se lanzaba a su discurso final. Sí, Fiben estaría dispuesto a jurar sobre un retrato de Darwin a que en ese mismo momento, antes de que la patrullera empezase a funcionar mal, la corona de zarcillos plateados de Uthacalthing se había erizado y el embajador había sonreído en anticipada diversión.
Fiben meneó la cabeza. A causa de sus famosas dotes psíquicas, ningún tymbrimi hubiese causado tal accidente por mera fuerza de voluntad.
Salvo que hubiese sido preparado de antemano.
La lancha synthiana se elevó entre un chorro de aire y cruzó la pista en vuelo raso hasta una distancia prudencial. Entonces, con un gran chirrido de gravíticos, la brillante nave ascendió al encuentro de las nubes.
A una orden del coronel Maiven, la Guardia de Honor se cuadró por última vez. La Coordinadora Planetaria y los dos enviados restantes pasaron revista a la formación.