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El Suzerano de la Idoneidad seguía esperando. No sería correcto empezar hasta que estuvieran presentes los Tres.

Se abrió una escotilla. Por ella apareció el último maestro de la expedición, el tercer miembro del Triunvirato. Como era de rigor, el Suzerano de Costes y Prevención lucía el toque negro de la suspicacia y la duda cuando entró en escena seguido de un pequeño grupo formado por sus contables y burócratas y buscó una percha confortable donde instalarse.

Durante unos instantes, sus ojos se encontraron desde los dos extremos del puente. La tensión entre los Tres había ya empezado y en los días y meses por venir crecería, hasta el día en que finalmente se lograra el consenso, cuando mudaran la pluma y surgiera una nueva reina.

Era emocionante, sexual, vivificante. Ninguno de ellos sabía cómo iba a terminar. El Suzerano de Rayo y Garra empezaba con ventaja, porque esta expedición se iniciaba con la guerra. Pero esta ventaja no tenía por qué durar.

Este momento, por ejemplo, pertenecía indudablemente al clero.

Todos los picos se volvieron en su dirección cuando el Suzerano de la Idoneidad se irguió y dobló una pata, luego la otra y se dispuso a expresarse. En seguida empezó a crecer un grave canturreo entre las aves allí reunidas.

Zzooon.

Nos lanzamos a una misión, una sagrada misión —cantó el Suzerano.

Zzooon.

Lanzados a esta misión, debemos perseverar.

Zzooon.

Perseverar para llevar a cabo cuatro grandes tareas.

Zzooon.

Tareas que incluyen la Conquista por la gloria de nuestro Clan. zooon.

ZZooon.

Conquista y Coerción de modo que podamos obtener el Secreto, el Secreto que los animales terráqueos tienen asido entre las garras, asido para protegerlo de nosotros, zzooon.

ZZooon.

Conquista, Coerción y una Estratagema de Eliminación sobre nuestros enemigos, ganando honor y sometiendo a nuestros rivales a la vergüenza, evitando nuestra propia vergüenza, zzooon.

ZZooon.

—Evitar la vergüenza así como la Conquista y la Coerción, y al final, al final, demostrar nuestro mérito, nuestro mérito ante nuestros ancestros, nuestro mérito ante los Progenitores, cuyo tiempo de regreso está próximo, cuyo tiempo de regreso está en nuestras mentes, cuyo tiempo de regreso ha llegado sin duda.

Nuestro mérito de Supremacía, zzzoooon.

El estribillo fue entusiasta.

—¡ZZzooon!

Los otros dos Suzeranos se inclinaron con respeto ante el sacerdote y la ceremonia llegó oficialmente a su fin. Los soldados de Garra y los astronautas volvieron al trabajo de inmediato. Pero mientras los burócratas y los funcionarios civiles se retiraban a sus protegidas oficinas, se les pudo oír cantar, con claridad pero en voz baja:

—Todo… todo… todo eso. Pero una cosa, una cosa mas… Antes que nada… la supervivencia del nido… El sacerdote alzo la mirada y vio un centelleo en el ojo del Suzerano de Costes y Prevención. Y en ese instante supo que su rival había ganado un sutil aunque importante punto. Había triunfo en su otro ojo al tiempo que hacía de nuevo la reverencia y murmuraba en voz baja.

Zooon.

4. ROBERT

Las salpicaduras de luz solar abrían brechas en la capota de lluvia del bosque iluminando zonas con colores brillantes en el sombrío camino cruzado de enredaderas. Los fieros vientos de mitad de invierno habían remitido hacía unas semanas, pero una dura brisa servía de recordatorio de aquellos días, haciendo que las ramas se inclinasen y oscilaran y que en su agitación dejasen caer gotas de la lluvia de la noche anterior. Las gotitas producían unos gruesos tintineos cuando caían en los pequeños charcos sombríos.

Había silencio en las montañas que dominaban el Valle del Sind. Tal vez más silencio del que suele haber en un bosque. La foresta era exuberante, y sin embargo su belleza superficial enmascaraba una enfermedad, una desazón que provenía de antiguas heridas. Aunque el aire transportaba una profusión de olores fecundos, uno de los más fuertes era un sutil indicio de descomposición. No se necesitaba la más mínima empatía para saber que se trataba de un lugar triste. Un mundo melancólico.

De un modo indirecto, era esa tristeza lo que había traído aquí a los terráqueos. La Historia no había escrito aún el último capítulo sobre Garth, pero el planeta estaba ya en la lista, en una lista de mundos moribundos.

Un haz de luz iluminó un abanico de enredaderas multicolores que colgaban en aparente desorden de las ramas de un árbol gigante. Robert Oneagle señaló en aquella dirección.

—Tal vez quieras examinarlas, Athaclena —dijo—. Pueden ser adiestradas ¿sabes?

La joven tymbrimi levantó los ojos de una flor parecida a una orquídea que estaba examinando. Siguió su indicación mirando más allá de las brillantes columnas oblicuas de luz. Habló despacio, en un ánglico cargado de acento aunque bien articulado.

—Pueden ser adiestradas, Robert? Yo sólo veo enredaderas.

—Esas enredaderas; Athaclena, son realmente sorprendentes —sonrió Robert.

Athaclena frunció el ceno con una expresión muy humana, a pesar de la amplitud de sus ojos ovales y el verde moteado de oro de sus inmensos iris alienígenas. Su delicada mandíbula, ligeramente curvada, y sus cejas angulares hicieron que su expresión pareciese un poco irónica.

Como era natural, a Athaclena, por ser hija de un diplomático, se le había enseñado a asumir unas expresiones cuidadosamente controladas cuando estaba en compañía de los humanos. Sin embargo, Robert estaba convencido de que su expresión ceñuda obedecía a un genuino asombro. Cuando habló, un leve sonsonete en su voz parecía indicar que el ánglico, en cierto modo, la limitaba.

—Robert, no querrás decir que esas enredaderas colgantes son presensitivas ¿verdad? Hay unas cuantas razas sofontes autotróficas, es cierto, pero esta vegetación no muestra ninguna de sus características. Además… —Su expresión ceñuda se intensificó a medida que se concentraba. Por encima de las orejas, su corona de pelo tymbrimi se agitaba al tiempo que los zarcillos plateados se ondulaban inquisitivos…—. Además no puedo notar emisiones emocionales procedentes de ellas.

—No, claro que no puedes —sonrió Robert—. No he querido decir que tengan ningún Potencial de Elevación, ni siquiera un sistema nervioso perse. Son sólo plantas del bosque que nacen con la lluvia. Pero tienen un secreto. Ven, te lo mostraré.

Athaclena asintió, otro gesto que podía ser o no originariamente tymbrimi. Con cuidado volvió a dejar en su sintió la flor que había estado examinando y se puso en pie con un grácil y fluido movimiento.

El cuerpo de la muchacha alienígena era esbelto. Las proporciones de sus brazos y piernas, distintas de las humanas; las pantorrillas más largas y los muslos más cortos, por ejemplo. Su pelvis fina y articulada se ensanchaba a partir de una estrechísima cintura. Para Robert, la chica se movía con un aire felino que lo había cautivado desde que ella llegó a Garth, hacía medio año.

Que los tymbrimi eran mamíferos, podía saberlo por el contorno de sus pechos superiores, provocadoramente visibles incluso bajo su suave traje de campaña. Por sus estudios sabía que Athaclena tenía dos pares más y también una bolsa como la de los marsupiales. Pero en aquel momento éstos no se veían. Parecía mucho más humana, o élfica, que alienígena.