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—Fistandantilus —intervino el viejo.

Tanis y Caramon se volvieron. Al verle, le hicieron una respetuosa reverencia.

—¡Vamos, incorporaos! —les espetó Fizban—. No soporto estos servilismos, que por otra parte no os eximen de vuestra hipocresía. Sé de sobra lo que comentáis sobre mí cuando creéis que no puedo oíros. —La culpabilidad de ambos se hizo patente en el rubor que cubrió sus mejillas—. En cualquier caso no importa, soy yo quien os he hecho pensar lo que me convenía. Y ahora, hablemos de tu hermano. Tienes razón, es él y otro al mismo tiempo. Tal como predecían los augurios, se ha convertido en el amo del pasado y del presente.

—No entiendo tus palabras —confesó Caramon menean do la cabeza—. ¿Ha sido el Orbe de los Dragones lo que le ha transformado? Si es así, quizá se rompa y...

—No ha sido ningún objeto el causante de su metamorfosis —le aseguró Fizban a la vez que posaba en Caramon una severa mirada—. El mismo decidió su destino.

—¡No puedo creerlo! ¿De qué modo? ¿Y quién es Fistan... o comoquiera que se llame? Quiero respuestas.

—No está en mi mano proporcionártelas. —El anciano no levantó la voz, pero se percibía en su tono un ribete de acero que dejó mudo al guerrero—. Guárdate de esas respuestas, y más aún de tus preguntas —le advirtió.

El hombretón permaneció unos instantes escudriñando el cielo en busca del Dragón Verde, pese a saber que no lograría atisbarlo. Hacía ya rato que desapareciera con Raistlin sobre su grupa.

—¿Qué será de él ahora? —se aventuró al fin a inquirir.

—Lo ignoro —fue la desalentadora contestación—. Debe construir su propio futuro, al igual que vosotros. Pero hay algo que sí sé, Caramon: tienes que abandonarle a la suerte que ha escogido. —Sus ojos se desviaron hacia Tika, que se había aproximado al grupo—. Raistlin estaba en lo cierto cuando afirmó que vuestros caminos se bifurcan en este punto. Intérnate en tu nueva vida sin perder la paz de espíritu.

La muchacha sonrió a Caramon y él la abrazó, besando sus pelirrojos bucles, si bien sus caricias no impidieron que su vista se abstrajera en la bóveda celeste donde, encima de Neraka, los dragones persistían en librar sus ardorosas batallas para hacerse con el control del ruinoso imperio.

—Al parecer todo ha concluido —comentó Tanis—. El Bien ha triunfado.

—¿Es eso lo que piensas? —le reprendió Fizban con el rostro vuelto hacia el semielfo en actitud desafiante—. Te equivocas, lo que ocurre es que se ha restituido el equilibrio. Los dragones del Mal no serán desterrados, sino que perpetuarán su presencia junto a los bondadosos. El péndulo continúa balanceándose en libertad.

—No puedo aceptar que sea ése el resultado de nuestros sufrimientos —protestó Laurana, que se erguía ahora junto a Tanis—. ¿Por qué no ha de vencer el Bien y ahuyentar para siempre la malignidad?

—¿Acaso, no has aprendido nada, mi bella joven? —se encolerizó Fizban a la vez que la señalaba con el huesudo índice extendido—. Hubo un tiempo en el que la bondad ostentaba el cetro sin oposición. ¿Sabes cuándo? Justo antes del Cataclismo.

»Sí —prosiguió consciente del asombro que había suscitado—, el Príncipe de los Sacerdotes de Istar fue el adalid de la causa. ¿Os sorprende que él representara la perfección? No debería ser así, ahora que todos vosotros habéis comprobado lo que puede conseguirse con esa supuesta benevolencia. Lo habéis visto en los elfos, que encarnaban la virtud en su más alto grado. Alimenta la intolerancia, la rigidez, la creencia en suma de estar en posesión de la verdad porque quienes no comparten nuestras convicciones han caído en el error.

»Los dioses comprendieron el peligro que corría un mundo dominado por semejante complacencia. Las divinidades, entre las que me cuento, advertimos que se destruía el auténtico Bien porque quienes lo defendían estaban ciegos a las cualidades de otros. Y reparamos en la Reina de la Oscuridad, que aguardaba agazapada el momento de su retorno convencida de que aquella situación no podía durar. Las balanzas desequilibradas acaban por desmoronarse bajo su propio peso, y ella sabía que entonces tendría su oportunidad de envolver al mundo en su manto de tinieblas.

»Así fue cómo se produjo el Cataclismo. Lloramos por los inocentes, y también por los culpables, pero debíamos preparar a Krynn pues de lo contrario la oscuridad nunca sería expulsada del todo. —Tasslehoff bostezó, y Fizban decidió poner fin a su discurso—. Dejemos esta arenga, es hora de partir. Me espera una noche muy ajetreada.»

—¡No te vayas aún! —le suplicó Tanis al ver que se alejaba en pos del Dragón Dorado—Fizban o, mejor dicho, Paladine ¿visitaste en alguna ocasión «El Ultimo Hogar», la posada de Solace?

—¿La posada de Solace? —repitió el anciano mientras se acariciaba la barba en actitud reflexiva—. ¡Hay tantas! Pero creo recordar unas patatas muy picantes. ¡Sí, eso es! —Desvió el rostro para mirar al semielfo con ojos centelleantes—. Solía narrar historias a los niños en aquel albergue, un lugar muy agradable. Si no me falla la memoria una noche entró en él una hermosa mujer, una bárbara de cabellos dorados y plateados, y entonó una canción sobre una Vara de Cristal Azul que provocó un tremendo alboroto.

—¡Fuiste tú quien llamaste a los soldados, quien nos metió en este atolladero! —le acusó el semielfo.

—Tan sólo me ocupé de montar la escena —replicó Fizban con picardía—, pero no os di ningún guión. Dejó los diálogos a la iniciativa de los actores, a la vuestra. —Estudió de hito en hito los rostros de Laurana y de Tanis, antes de añadir meneando la cabeza—: Podría haber mejorado ciertos decorados, lo reconozco, pero poco importa. —Se giró de nuevo para dar órdenes al durmiente reptil—. ¡Vamos, despierta, animal piojoso!

—¡Piojoso! —Pyrite abrió sus llameantes ojos—. ¿Cómo te atreves a insultarme, mago decrépito? No serías capaz ni de convertir el agua en hielo en la noche más cruda del invierno.

—¿De modo que es eso lo que opinas de mí? —gritó Fizban presa de una ira incontenible, azuzando al coloso con su cayado—. Ahora mismo te haré una demostración de mis poderes —le amenazó, y se apresuró a consultar un manoseado libro de hechizos—. Bola de fuego...estoy seguro de que se hallaba en esta sección.

Abstraído, sin cesar de refunfuñar, el viejo mago se encaramó al lomo del Dragón.

—¿Preparado para el viaje? —preguntó el animal con tono gélido, si bien desplegó sus resquebrajadas alas antes de que el jinete acertara a contestar. Las batió con esfuerzo hasta conferirles cierta flexibilidad, y se dispuso a levantar el vuelo.

—¡Espera, mi sombrero! —le ordenó Fizban enloquecido.

Demasiado tarde. Agitando todo su ser debido a la dificultad que hallaba en mantener el equilibrio en posición ingrávida, el Dragón comenzó a surcar el aire. Después de trazar un precario círculo y estrellarse casi contra el borde del risco, Pyrite alcanzó una corriente y se dejó impulsar hacia las alturas.

—¡Detente! —seguía vociferando el mago mientras se alejaban.

—¡Fizban! —le llamó Tas.

—¡Mi sombrero!

—¡Fizban!

Pero el animal y su cabalgadura estaban a demasiada distancia para oír al kender. No eran ya sino un reflejo dorado bajo la luz de Solinari, que bañaba las escamas del Dragón con sus puntos rayos.

—Lo llevas puesto —susurró Tasslehoff en una última alusión a la prenda que buscaba el distraído mago.

Los compañeros contemplaron un instante más la mancha luminosa, y procedieron a disponerlo todo para su partida.

—¿Puedes echarme una mano, Caramon? —le rogó Tanis. Con la ayuda del guerrero, desabrochó las cinchas de su armadura y lanzó una pieza tras otra al precipicio—. ¿Qué vas a hacer con la tuya?