—¿Kitiara? —susurró Caramon con un hilo de voz, lívido su rostro al observar al Dragón que permanecía suspendido sobre ellos desafiando al temporal.
La Señora del Dragón giró de nuevo su enmascarada cabeza hacia Tanis, antes de posar la mirada en Berem. El semielfo contuvo el resuello, viendo cómo el torbellino de su alma se reflejaba en aquellos ojos oscuros.
Para alcanzar a Berem tendría que matar al hermano menor que había aprendido cuanto sabía sobre las artes marciales de su propia mano. Tendría que matar a su frágil gemelo... y también al hombre que amó en un tiempo remoto. Tanis advirtió que su mirada recuperaba su habitual frialdad, y meneó la cabeza sumido en la desesperanza. No importaba, mataría a sus hermanastros y le mataría a él. En aquel momento recordó sus palabras: «Captura a Berem y tendremos todo Krynn a nuestros pies. La Reina Oscura nos recompensará con dones que nunca acertaríamos ni siquiera a soñar .»
Kitiara señaló a Berem con el índice y aflojó las invisibles riendas del Dragón. Con un cruel graznido Skie se aprestó a realizar su rapiña, pero el instante de vacilación de Kitiara resultó desastroso. Haciendo un esfuerzo para ignorarla, el timonel había virado la nave hacia el seno mismo de la tormenta entre los amenazadores aullidos del viento, que azotaba el velamen. Las olas rompían contra la cubierta, la lluvia los traspasaba convertida en punzantes agujas y el granizo empezó a acumularse en la cubierta, cubriéndola de una capa de escarcha.
De pronto el Dragón sufrió un revés al ser atrapado por una corriente de viento, y luego por otra. Batía sus alas en frenéticos movimientos mientras las ráfagas lo zarandeaban a su antojo y el granizo tamborileaba sobre su cabeza, amenazando con perforar sus correosos miembros. Sólo la suprema voluntad de su jinete impedía a Skie huir de la peligrosa borrasca y elevar el vuelo hacia la seguridad de un cielo despejado.
Tanis vio que Kitiara hacía un enfurecido gesto en dirección a Berem, respondido por el valiente ahínco del animal en su lucha para acercarse al piloto.
Una nueva ráfaga de viento irrumpió en la escena, esta vez castigando a la nave en el momento en que una ola se estrellaba contra el casco. El agua se vertió en la cubierta como una cascada festoneada de blanca, espuma, que alzó a los hombres por el aire para lanzarlos en un revuelto amasijo sobre el resbaladizo suelo. La embarcación zozobraba y cada uno se aferraba a lo que podía, cabos o redes, en un desesperado intento de no salir despedido por la borda.
Berem luchaba con el timón, que parecía haber cobrado vida y escapado al control de sus diestras manos. Mientras las velas se rasgaban por la mitad, los hombres desaparecían en el Mar Sangriento entre gritos aterrorizados. Al fin el barco se fue enderezando, aunque la madera crujía cada vez con más fuerza. Tanis se apresuró a alzar la vista.
El Dragón y Kitiara se habían desvanecido.
Libre al fin de su miedo, Maquesta entró en acción, decidida a salvar su maltrecha nave.
Lanzando una retahíla de órdenes, echó a correr y tropezó contra Tika.
—¡A la bodega, marinos de agua dulce! —exclamó enfurecida con una voz de trueno que se impuso a la tormenta—. ¡Tanis, llévate a tus amigos y nos os interfiráis en nuestro trabajo! Si lo prefieres, puedes utilizar mi camarote.
Aún aturdido, el semielfo asintió y condujo a sus compañeros al interior en una acción casi instintiva, pues se hallaba inmerso en un absurdo sueño presidido por una agitada oscuridad.
La mirada hechizada de Caramon traspasó su pecho cuando el fornido guerrero pasó junto a él tambaleándose y sujetando a su hermano. Los dorados ojos de Raistlin lo envolvieron en llamas que quemaron su alma. Todos fueron desfilando, para penetrar a trompicones en la diminuta cabina que se agitaba y los zarandeaba como a marionetas.
Tanis aguardó hasta que los compañeros se hubieron introducido en el camarote y se apoyó en la puerta incapaz de dar media vuelta, incapaz de hacerles frente. Había visto la sombría expresión de Caramon y el exultante destello que despedían los ojos de Raistlin. Había oído sollozar a Goldmoon.
Pero sabía que no podía evitarlo, de modo que se giró lentamente. Riverwind se erguía junto a su esposa, con el rostro contraído en sórdidas meditaciones mientras trataba de afianzar su mano en el techo. Tika se mordisqueaba el labio, en un vano afán por contener las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. Tanis permaneció junto a la puerta, contemplando a sus amigos sin pronunciar palabra. No se oía sino el murmullo de la tempestad y de las olas que rompían contra la cubierta, para derramarse en un persistente goteo sobre sus cabezas. Estaban todos empapados, presas del frío y de los violentos temblores causados por el miedo, el dolor y la sorpresa.
—L-lo lamento —balbuceó al fin Tanis, lamiéndose los salados labios. Tenía la garganta tan reseca que apenas podía hablar—. Pensaba contároslo todo...
—Ahora ya sabemos dónde estuviste esos cuatro días —le interrumpió Caramon sin alzar la voz—. Con nuestra hermana, ¡la Señora del Dragón!
Tanis hundió la cabeza contra el pecho. La nave avanzaba a sacudidas bajo sus pies y lo arrojó hacia el escritorio de Maquesta claveteado en el suelo. Se agarró al mueble hasta que cesó de balancearse y recobró, de nuevo, el equilibrio para enfrentarse a ellos. El semielfo había soportado el dolor en innumerables ocasiones, el dolor que infligen los prejuicios, las derrotas, los cuchillos, las flechas y las espadas; pero no se sentía capaz de resistir éste que ahora lo atenazaba. La acusación de traidor que se reflejaba en todos aquellos pares de ojos penetraba en sus entrañas.
—Os suplico que me creáis... « ¡Qué estupidez acabo de decir! ¿Por qué habían de creerme?
No he hecho sino mentir desde mi regreso», pensó con un salvaje desgarro.
—Comprendo —empezó de nuevo—, que no tenéis motivos para confiar en mí, pero al menos escuchadme. Estaba paseando por Flotsam cuando fui atacado por un elfo. Al verme así ataviado —señaló su armadura— pensó que era un oficial del ejército de los Dragones. Kitiara me salvó la vida y me reconoció, deduciendo al instante que me había enrolado en sus filas. ¿Qué podía decirle? Me llevó —Tanis tragó saliva y se enjugó el empapado rostro— a la posada y... —no logró continuar.
—Y permaneciste cuatro días con sus noches entre los amorosos brazos de una Señora del Dragón— concluyó Caramon con tono iracundo al mismo tiempo que, equilibrándose, extendía un dedo como si de un arma se tratase—. Y, claro, después de tan arduas jornadas, necesitabas descansar. Sólo entonces te acordaste de nosotros y llamaste a nuestra puerta para asegurarte de que te esperábamos. ¡Y así era, como el hatajo de imbéciles confiados que somos!
—¡De acuerdo, estuve con Kitiara! —lo atajó Tanis trocando su pesadumbre por una furia incontrolable—. ¡La amaba! No espero que ninguno de vosotros lo entienda. ¡Pero no os he traicionado, lo juro por los dioses! Cuando partió hacia Solamnia se me ofreció la oportunidad de escapar, y así lo hice. Me siguió un draconiano, al parecer por orden de Kit. Quizá me haya comportado como un necio, ¡pero no soy un traidor!
—¡Bah! —exclamó Raistlin con desdén.
—¡Escúchame, mago! Si os hubiera traicionado, ¿por qué había de quedar perpleja al ver a sus hermanos? Si delaté vuestro paradero, ¿por qué no envió a una patrulla de draconianos a la posada para prenderos? ¿Por qué no lo hice yo mismo? Tuve una ocasión perfecta, y también hubiera podido ordenar la captura de Berem. Es a él a quien quieren, es a él al que buscaban en Flotsam. Sabían que viajaba a bordo de esta nave y Kitiara me ofreció el gobierno de Krynn si le proporcionaba a ese hombre, tan importante es. Me bastaba con conducir a Kitiara hasta él y la Reina Oscura me habría recompensado con gran magnanimidad.