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Sobrevino el silencio, sumiéndose el camarote en la penumbra. Sin poder contener un escalofrío, Tanis abrió los ojos. Al principio no veía más que el espectro de una gigantesca bola roja grabada en su imaginación, pero poco a poco sus ojos se acostumbraron a la gélida oscuridad. La ardiente cera goteaba por la candela para formar en el entarimado suelo de la cabina un albo charco cerca del lugar donde yacía Caramon, frío e inmóvil. El guerrero tenía la mirada perdida en el vacío.

Raistlin había desaparecido.

Tika Waylan se hallaba en la cubierta del Perechon contemplando el sanguinolento mar y tratando de reprimir el llanto que afloraba a sus ojos. « Debes ser valiente —se decía a sí misma una y otra vez—. Has aprendido a luchar con valor en el combate. Caramon así lo afirma. Ahora no puedes flaquear, al menos morirás junto a él. No debe verte llorar.»

Pero los últimos cuatro días les habían puesto a todos los nervios a flor de piel. Temerosos de ser descubiertos por los draconianos que habían invadido Flotsam, los compañeros habían permanecido ocultos en aquella mugrienta posada. La extraña desaparición de Tanis los había dejado aterrorizados e indefensos, incapaces de indagar siquiera sobre su paradero. Durante unas interminables jornadas se habían visto obligados a cobijarse en sus habitaciones, donde Tika mantenía un estrecho contacto con Caramon. La fuerte atracción que los unía se había convertido en una auténtica tortura, pues no podían manifestarla. Ella deseaba rodear con sus brazos al enorme guerrero, sentir su musculoso cuerpo apretado contra el suyo.

Sabía que Caramon compartía sus anhelos. En ocasiones la miraba con tal ternura reflejada en los ojos, que sentía un impulso irrefrenable de acurrucarse a su lado para recibir el influjo del amor que, no le cabía la menor duda, anidaba en el corazón de aquel hombre de tosca apariencia.

No podría ser mientras Raistlin merodease en tomo a su hermano gemelo, aferrándose a él cual una frágil sombra. La muchacha se repetía incesantemente las palabras que pronunciara Caramon antes de llegar a Flotsam:

«Debo consagrarme por entero a mi hermano. En la Torre de la Alta Hechicería me vaticinaron que su fuerza contribuiría a la salvación del mundo. Yo soy su fuerza, por lo menos la física. Me necesita. Mi deber me llama junto a él y, hasta que cambie esa situación, no puedo comprometerme contigo. Mereces a alguien que te ponga en primer lugar, Tika, de modo que te dejo libre para que puedas encontrar a ese otro hombre.»

Pero ella no quería a otro hombre, y este mero pensamiento desató sus contenidas lágrimas. Se apresuró a dar media vuelta para ocultarse de Goldmoon y Riverwind, convencida de que interpretarían sus sollozos como una expresión de miedo. Y no era así, el temor a la muerte era un sentimiento que había vencido tiempo atrás. Lo que le causaba pavor era morir sola.

«¿Qué estarán haciendo?», se preguntó inquieta, secándose los ojos con el dorso de la mano. El barco se acercaba a aquel espantoso ojo negro y Caramon no volvía. Decidió ir en su busca, con la aprobación de Tanis o sin ella.

En aquel preciso instante vio salir al semielfo por la escotilla, arrastrando y sosteniendo a Caramon. Una fugaz mirada al lívido rostro del guerrero hizo que el corazón de Tika cesara de latir.

Intentó gritar, pero no logró articular palabra. No obstante, al oír sus ahogadas voces Goldmoon y Riverwind giraron sobre sí mismos y olvidaron por un momento el terrorífico remolino. Viendo que Tanis se bamboleaba bajo su carga, el hombre de las Llanuras corrió a ayudarle. Caramon caminaba como sumido en un ebrio estupor, con los ojos vidriosos y ciegos. Riverwind lo agarró cuando las piernas del semielfo se derrumbaban.

—Estoy bien —susurró Tanis en respuesta a la preocupada pregunta de Riverwind—. Goldmoon, Caramon necesita tu ayuda.

—¿Qué ha ocurrido, Tanis? —El temor había devuelto a Tika el don del habla—. ¿Dónde está Raistlin? ¿Acaso ha...? —Se interrumpió al contemplar los ojos del semielfo, que delataban el horror producido por lo que acababa de presenciar en la cabina.

—Raistlin se ha ido —se limitó a responder.

—¿Dónde? —inquirió de nuevo la muchacha, volviendo una anhelante mirada atrás como si esperase descubrir su cuerpo en el rojizo torbellino de las aguas.

—Nos mintió —declaró Tanis mientras ayudaba a Riverwind a tender a Caramon sobre un rollo de gruesa cuerda. El fornido guerrero no dijo nada, no parecía verles ni a ellos ni a su entorno; su mirada se perdía en el agitado viento que trazaba círculos en torno al remolino—. ¿Recordáis cuánto insistió en que fuéramos a Palanthas para aprender a utilizar el Orbe de los Dragones? Pues ya sabe cómo hacerlo, y nos ha abandonado. Quizá esté en Palanthas, aunque en realidad poco importa. —El semielfo se alejó de forma abrupta en pos de la barandilla.

Goldmoon extendió sus suaves manos sobre el hombretón, murmurando su nombre con voz tan queda que los otros no la oyeron a causa de las enfurecidas ráfagas. No obstante, al sentir su contacto, Caramon se estremeció y empezó a temblar violentamente. Tika se arrodilló junto a él, estrechando su manaza entre las suyas. Con la mirada aún absorta, el guerrero rompió a llorar en silencio y unos gruesos lagrimones se deslizaron por sus pómulos tras escapar de sus desorbitados ojos. Las pupilas de Goldmoon brillaban con su propio llanto, que, sin embargo, no le impidió seguir acariciando la frente del postrado compañero mientras pronunciaba su nombre como una madre llama al hijo extraviado.

Riverwind, contraído el rostro a causa de la ira, se reunió con Tanis.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó con tono sombrío.

—Raistlin dijo que... no puedo hablar de ello. ¡Ahora no! El semielfo meneó la cabeza, presa de un incontenible temblor. Se apoyó en la barandilla para, sin cesar de contemplar las turbulentas aguas, proferir unos reniegos en lengua elfa —idioma que casi nunca utilizaba—mientras se sujetaba la cabeza con las manos.

Entristecido por el precario estado de su compañero, Riverwind trató de reconfortarlo rodeando con su brazo sus hundidos hombros.

—Así que al fin ha ocurrido —comentó el hombre de las Llanuras—. Como preconizaba nuestro sueño, el mago ha abandonado a su hermano a una muerte segura.

—Y también como anunciaba el sueño, os he fallado —apostilló el semielfo con voz entrecortada—. ¿ Qué he hecho? ¡Todo ha sido culpa mía! Yo os he arrastrado a tan cruel destino.

—Amigo mío —dijo Riverwind conmovido por el sufrimiento de Tanis—, no debemos cuestionar los designios de los dioses...

—¡Malditos sean! —vociferó Tanis en un repentino ataque de ira y, alzando la cabeza para observar a su amigo, descargo un puñetazo sobre la barandilla—. ¡Ha sido mi elección la que nos ha condenado a todos! Durante las noches en que yacimos juntos, estrechados en un amoroso abrazo, a menudo me repetía lo fácil que sería quedarme a su lado para siempre. ¡No puedo hacerle reproches a Raistlin! A fin de cuentas, él y yo nos parecemos. Ambos hemos sido destruidos por una pasión destructiva.

—No has sido destruido, Tanis —lo corrigió Riverwind y, apretando los hombros del semielfo con sus poderosas manos, lo obligó a girarse hacia él con aquella firme actitud que lo caracterizaba—. Tú no sucumbiste a tu pasión como el mago. De haberlo hecho, no habrías dejado a Kitiara. La abandonaste, Tanis.

—Sí, huí como un simple ladrón —replicó Tanis con amargura—. Debí enfrentarme a ella, debí decirle la verdad sobre mí mismo. Me habría matado, y ahora vosotros estaríais a salvo. Tú y los otros compañeros habríais escapado. ¡Cuánto más fácil hubiera sido mi muerte! Pero me faltó valor, acarreándoos con mi cobardía esta terrible desgracia —añadió a la vez que se liberaba de Riverwind—. No sólo he decepcionado a mi propia alma, sino también a vosotros que sufrís las consecuencias de mis actos.