Oigamos a Gilthanas.
—Los huevos no eran tales sino solamente sus cáscaras, rotas, resquebrajadas. Silvara emitió un grito de cólera, y me asaltó el miedo de ser descubiertos. Ninguno de nosotros sabía qué auguraba aquel espectáculo, pero ambos sentimos un helor en nuestras venas que ni siquiera el calor del volcán pudo disipar.
Nueva pausa de Gilthanas, apostillada por los ahogados sollozos de Silvara. Ella mira y, por vez primera, leo amor y compasión en sus ojos.
—Llevadla de aquí —ruega el elfo a uno de los Estetas—. Necesita descansar.
El interpelado obedece, conduciéndola gentilmente al exterior. Gilthanas humedece sus labios resecos y quebrados, antes de tomar de nuevo la palabra.
—Lo que ocurrió después me obsesionará incluso más allá de la muerte. Sueño con ello cada noche, y aunque no consigo dormir profundamente me despierto de mi ensimismamiento gritando.
»Silvara y yo estábamos en la cueva en la que encontramos los huevos rotos, contemplándolos asombrados cuando oímos unos cánticos procedentes del pasillo iluminado por las llamas.»
»"¡Son palabras mágicas!" ,exclamó Silvara.
»Nos acercamos a las voces con el mayor sigilo posible, ambos asustados pero atraídos por una inexplicable fascinación. Avanzamos y avanzamos, hasta que vimos...
Entorna los párpados y sofoca un sollozo. Laurana apoya la mano en su brazo, impregnados sus ojos de una muda compasión que devuelve el control a Gilthanas.
—En el interior de la caverna de la que provenían los cánticos había un altar consagrado a Takhisis. Lo que podía representar la figura tallada en la roca es algo que no logré discernir, pues estaba tan cubierta de sangre verde y negro cieno que parecía una espantosa excrecencia del muro. En tomo al altar vimos unas criaturas siniestras, oscuros sacerdotes de Takhisis y magos investidos con la Túnica Negra. Silvara y yo presenciamos sobrecogidos cómo uno de aquellos individuos exhibía ante los otros un brillante huevo dorado y lo depositaba sobre la hedionda ara, antes de que todos aquellos seres conocedores de negras artes arcanas unieran las manos y entonaran un canto. Las palabras que pronunciaban ardían en nuestras mentes y Silvara y yo nos abrazamos, temerosos de que nos hiciera enloquecer la perversidad que sentíamos aunque no la comprendiésemos.
»Unos segundos después el dorado huevo de dragón empezó a oscurecerse. Bajo nuestra atenta mirada, su cáscara asumió unas horribles tonalidades verdes que no tardaron en tomarse negras. Silvara no podía contener sus temblores.
»El ennegrecido huevo que yacía sobre el altar se abrió, y una larva surgió de su cáscara. Constituía una visión fantasmagórica, deleznable, que despertó en mí el impulso de echar a correr. Pero Silvara, comprendiendo el significado de aquel macabro rito, rehusó alejarse. Vimos juntos cómo la larva rasgaba su piel cubierta de légamo para que de su cuerpo brotasen las abyectas formas de... draconianos.»
Acompaña a su revelación un sofocado jadeo, y Gilthanas hunde la cabeza entre las manos. No puede proseguir. Laurana lo rodea con sus brazos en un intento de tranquilizarlo, y él se aferra a su hermana. Al fin recobra el aliento, aunque las palabras salen trémulas de sus labios.
—Casi nos descubrieron, de modo que nos apresuramos a escapar de Sanction, de nuevo con ayuda y, más muertos que vivos, recorrimos caminos desconocidos para los elfos y humanos en pos del antiguo reducto de los Dragones del Bien.
Gilthanas suspira, y al fin la paz ilumina su rostro contraído.
—Comparado con los horrores que habíamos sufrido, aquello fue como un dulce reposo tras una noche de febriles pesadillas. Resultaba difícil imaginar, entre la belleza que nos rodeaba, que lo que habíamos visto fuera real. Quizá por eso, cuando Silvara contó a los dragones lo que estaban haciendo con sus huevos, nadie quiso creerla, al menos al principio, e incluso hubo quien la acusó de inventarlo para asegurarse su auxilio. Por fortuna en el fondo de sus corazones todos sabían que no mentía, y al fin admitieron que habían sido engañados y que en consecuencia no debían respetar el juramento.
»Los dragones benignos han venido a ayudarnos. Vuelan por todos los rincones del país ofreciendo su concurso a quien pueda necesitarlo. También han regresado al Monumento del Dragón Plateado para contribuir en la forja de las lanzas Dragonlance con el mismo afán con que hace muchos años se pusieron al servicio de Huma. En su viaje transportan las mayores lanzas que pueden montarse en sus lomos, tal como las vimos en las pinturas, y nos permiten cabalgar sobre ellos para batallar y desafiar en el aire a los Señores de los Dragones.»
Gilthanas añade algunos detalles poco importantes que no es necesario anotar en mi escrito. Concluida su historia, Laurana se lo lleva a la biblioteca para acompañarle al palacio, donde Silvara y él podrán descansar unas horas. Temo que pasará mucho tiempo antes de que se disipe su horror, si es que logran desecharlo por completo. Al igual que ha sucedido con tantas bellas situaciones de nuestro mundo, es posible que su amor se derrumbe bajo el peso de la oscuridad que extiende sus hediondas alas sobre Krynn.
Así concluye el relato de Astinus de Palanthas sobre el Juramento de los Dragones. Una nota a pie de página afirma que otros pormenores del viaje de Gilthanas y Silvara a Sanction, sus aventuras en esta ciudad y la trágica historia de su amor fueron registrados por Astinus en fecha posterior y se hallarán en sucesivos volúmenes de sus Crónicas.
Laurana trasnochaba, pues tenía que dictar órdenes para la mañana siguiente. Sólo había transcurrido un día desde la llegada de Gilthanas y los Dragones Plateados, pero sus planes destinados a acosar al enemigo empezaban a tomar cuerpo. Dentro de escasas jornadas conduciría sus escuadras de dragones a la batalla con jinetes portadores de las nuevas lanzas Dragonlance.
Esperaba en primer lugar conquistar el alcázar de Vingaard, para liberar a los prisioneros y esclavos allí confinados. Luego proseguiría el avance hacia el sur y el este, precedida por los ejércitos de los Dragones, a fin de atraparlos entre el martillo de sus tropas y el yunque de las Montañas Dargaard que separaban Solamnia de Estwilde. Si conseguía recuperar Kalaman y su puerto, cortaría las líneas de abastecimiento que necesitaba el enemigo para sobrevivir en aquella parte del continente.
Tan concentrada estaba Laurana fraguando sus planes que ignoró la apremiante voz de alerta del guardián que custodiaba su puerta y la respuesta que recibió. Alguien entró en la estancia pero, convencida de que se trataba de uno de sus servidores, no levantó la vista de su trabajo hasta haber ultimado los detalles.
Sólo cuando el recién llegado se tomó la libertad de sentarse en una silla frente a ella alzó Laurana los ojos con sobresalto.
—¡Oh! —exclamó ruborizándose—. Discúlpame, Gilthanas. Estaba tan absorta en mis estudios que te tomé por un bien, no importa. ¿Cómo te sientes? Me tenías preocupada.
—Estoy mucho mejor, hermana —respondió el elfo con cierta hosquedad—. Lo cierto es que estaba más cansado de lo que yo mismo imaginaba, no había dormido apenas desde el episodio de Sanction. —Enmudeció, procediendo a contemplar los mapas que la muchacha había extendido sobre la mesa mientras, con aire ausente, asía una pluma muy afilada y acariciaba con sus dedos su volátil cuerpo.
—¿Qué ocurre, Gilthanas? —preguntó inquieta la Princesa elfa.
Él la miró y esbozó una triste sonrisa antes de contestar:
—Me conoces demasiado bien. Nunca pude ocultarte nada, ni siquiera cuando éramos niños...
—¿Se trata de nuestro padre? —inquirió Laurana, más alarmada a cada instante—. ¿Te has enterado de algo...?
—No, nada sé de nuestro pueblo salvo lo que ya te he contado, que se han aliado con los humanos y trabajan juntos para expulsar a los ejércitos de los Dragones de las islas Ergoth y de Sancrist.