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»Quiero proponerte lo siguiente: Tienes prisionero a uno de mis oficiales, Bakaris, que fue capturado cerca de las Montañas Vingaard. Estoy dispuesta a realizar un intercambio entre Tanis el Semielfo y este fiel servidor de mi ejército. La operación se llevará a cabo mañana al amanecer, en una arboleda situada detrás de la muralla de la ciudad. Espero que acudas con Bakaris, y si desconfías de mis intenciones pueden también acompañarte los amigos de Tanis, Flint Fireforge y Tasslehoff Burrfoot. ¡Pero nadie más! El portador de esta nota aguarda junto a la puerta con instrucciones de recogerte a la salida del sol. Si no advierte nada sospechoso en tu actitud, te escoltará hasta el lugar donde se encuentra el semielfo. De lo contrario nunca verás Tanis vivo.

»Te hago este ofrecimiento porque somos dos mujeres que se comprenden mutuamente.

»Kitiara.»

Se produjo un tenso silencio, que rompió Flint al emitir un receloso suspiro mientras enrollaba de nuevo el pergamino.

—¿Cómo puedes mantener la calma? —exclamó Laurana exasperada, arrancando la misiva de la mano del hombrecillo—. Y tú —sus ojos se clavaron ahora en Tasslehoff—, ¿por qué no me informaste de inmediato? ¿Cuánto tiempo hace que conoces estas nuevas? Leíste que él se moría, y te quedaste tan... tan...

La muchacha hundió el rostro entre sus palmas abiertas.

Tas la contempló boquiabierto y, pasado el primer instante de desconcierto, decidió hablar.

—Laurana, no creerás de verdad que Tanis...

La Princesa elfa levantó la cabeza y miró de hito en hito a los dos compañeros, con una extraña nebulosa empañando sus oscuros ojos.

—No creéis ni una sola palabra de lo que hay escrito en este papel, ¿me equivoco? —preguntó dubitativa.

—No, no te equivocas —confesó Flint.

—No —corroboró el kender—. ¡Es una estratagema! Me lo dio un draconiano y, además, Kitiara es ahora una Señora del Dragón. ¿Qué haría Tanis en semejante compañía?

Laurana apartó abruptamente el rostro. Tasslehoff calló y lanzó una mirada de soslayo a Flint, cuyo rostro parecía haber envejecido de forma súbita.

—Empiezo a comprender —declaró el enano sin delatar sus sentimientos—. Te vimos hablar con Kitiara en el muro de la Torre del Sumo Sacerdote. No sólo discutíais sobre la muerte de Sturm, ¿verdad?

Laurana asintió sin despegar los labios, fijos sus ojos en las manos que reposaban en su regazo.

—No quise revelároslo —murmuró con una voz apenas audible—, no perdía la esperanza de que... Kitiara dijo que había dejado a Tanis en un lugar llamado Flotsam para ocuparse de todo durante su ausencia.

—¡Embustera! —se apresuró a imprecar Tas.

—No —la joven Princesa meneó la cabeza—. Tiene razón cuando afirma que somos dos mujeres que se comprenden mutuamente. No mintió, lo sé muy bien. En la Torre mencionó el sueño. ¿Lo recordáis? —añadió alzando el rostro.

Flint asintió turbado, mientras Tasslehoff cruzaba las piernas y volvía a separarlas en actitud nerviosa.

—Sólo Tanis podía haberle relatado aquel sueño que todos compartimos —prosiguió Laurana, venciendo el nudo que se había formado en su garganta—. En aquella imagen onírica se me aparecieron juntos, del. mismo modo que presentí la muerte de Sturm. Todas las predicciones se hacen realidad...

—No estoy de acuerdo —la interrumpió Flint, aferrándose a los hechos tangibles como se asiría un náufrago a un listón de madera—. Tú misma dijiste que habías presenciado tu muerte en el sueño, poco después de la de Sturm, y sin embargo estás viva. Ni tampoco fue despedazado el cuerpo del caballero.

—Es evidente que yo no he sucumbido como preconizaba tu sueño —agregó Tas—. He forzado numerosas cerraduras, o por lo menos unas cuantas, y ninguna de ellas estaba envenenada. Además, Laurana, Tanis nunca...

Flint lanzó a Tasslehoff una muda advertencia, y este último se sumió en el silencio.

—Sí, lo haría. Ambos lo sabéis. La ama. —Tras una breve pausa, la muchacha declaró—: Acudiré a esa cita y entregaré a Bakaris.

Flint suspiró. Presentía esta reacción.

—No te precipites en tu juicio, Flint —lo atajó ella—. Si Tanis recibiera un mensaje comunicándole que estabas a punto de morir, ¿cómo crees que actuaría?

—Ésa no es la cuestión —farfulló el interpelado.

—Si tuviera que penetrar en los Abismos y luchar contra mil dragones, no dudaría en enfrentarse a ellos para ayudarte. ..

—Quizá no lo haría —respondió Flint con cierta brusquedad—. No si fuera el general de un ejército, si tuviera responsabilidades o dependieran de él cientos de seres vivos. Sabría que podía contar con mi comprensión.

Tan imperturbable, fría y pura se tomó la expresión de Laurana que su rostro parecía esculpido en mármol.

—Nunca solicité esas responsabilidades, no las deseaba. Fingiremos que Bakaris ha escapado...

—¡No cedas, Laurana! —le suplicó Tas—. El fue el oficial que devolvió los mutilados cuerpos de Derek y del Comandante Alfred cuando estábamos en la Torre del Sumo Sacerdote, el oficial a quien heriste en el brazo con la flecha. ¡Te odia, Laurana! Observé cómo te miraba el día en que lo capturamos.

Flint frunció el entrecejo.

—Los nobles y tu hermano siguen abajo. Discutiremos el mejor modo de llevar este asunto...

—No pienso discutir nada —lo atajó una vez más la resuelta joven, alzando el mentón con un ademán imperativo que el enano conocía bien—. Yo soy el general y tomaré mis propias decisiones.

—Deberías buscar el consejo de alguien... Laurana contempló al hombrecillo entre amarga y divertida.

—¿De quién? ¿De Gilthanas quizá? ¿Qué iba a decirle, que Kitiara y yo queremos intercambiar amantes? No, no revelaré el secreto a ningún mortal. A fin de cuentas, ¿qué harían los caballeros con Bakaris? Ejecutarlo según el ritual de sus ancestros. Me deben algo por cuanto he hecho, y me tomaré a ese oficial como recompensa.

—Laurana —Flint intentaba desesperadamente traspasar aquella gélida máscara—, existe un protocolo que debe respetarse en el intercambio de prisioneros. Tienes razón, eres el general, ¡pero no estoy seguro de que hayas comprendido la importancia de tu cargo! Viviste en la corte de tu padre el tiempo suficiente para... —Acababa de cometer un grave error. Lo supo en el momento en que la frase brotó de sus labios, y gruñó para sus adentros.

—¡Ya no estoy allí! —exclamó, enfurecida, Laurana—. ¡Y en cuanto al protocolo, por lo que a mí concierne puede tragárselo el Abismo! —Poniéndose en pie fijó en Flint una indiferente mirada, como si acabaran de presentárselo. En aquel instante el enano la recordó tal como la había visto en Qualinesti la noche en que había abandonado su hogar para seguir a Tanis movida por un pueril enamoramiento.

—Gracias por traerme el mensaje, pero tengo mucho que hacer antes de que amanezca. Si profesáis algún afecto a Tanis, os ruego que volváis a vuestras habitaciones y no comentéis con nadie cuanto hemos hablado.

Tasslehoff consultó a Flint con los ojos, sinceramente alarmado. Ruborizándose, el enano se apresuró a limar asperezas como mejor pudo.

—Te ruego, Laurana, que no tomes a mal mis palabras. Si tu decisión es irrevocable, puedes contar con mi ayuda. Me he comportado como un abuelo gruñón y maniático, pero sólo porque me preocupo por ti aunque seas nuestro general. Deberías dejar que te acompañe, tal como sugiere la nota...

—¡Y yo también! —vociferó Tas indignado.

Flint le clavó una furibunda mirada, que pasó inadvertida a la muchacha. La expresión de Laurana se dulcificó al decir:

—Lamento mi rudeza y agradezco vuestro ofrecimiento. Sin embargo, creo que es preferible que vaya sola.

—No —se obstinó Flint—. Quiero a Tanis tanto como tú. Si existe la posibilidad de que esté muriendo... —se ahogó su voz y tuvo que hacer una pausa para enjugarse las lágrimas antes de tragar saliva y continuar deseo hallarme a su lado.